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Prueba de fuego para el futuro de la democracia

Miércoles, 06 de noviembre de 2024 02:50
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Mientras los primeros datos del escrutinio proyectan una victoria de Donald Trump, las expectativas serán muy tensas durante la espera del resultado definitivo de las elecciones de representantes en el Colegio Electoral, cuya composición se conocerá en los próximos días; la votación del organismo, el 17 de diciembre, y la proclamación de los resultados en el Capitolio, el 6 de enero. Recién entonces se conocerá quien será el nuevo presidente de los Estados Unidos, que asumirá el 20 de enero.

Hace cuatro años, cuando Joe Biden derrotó a Donald Trump, este llevó adelante un desconocimiento asombroso del resultado y alentó una ocupación violenta del Capitolio (el Congreso norteamericano) por parte de sus fanáticos, para impedir la proclamación. Unos 900 activistas fueron procesados y condenados.

Ahora, Trump, vuelve a ratificar lo que exhibió con elocuencia en su presidencia: solo aceptaría un resultado favorable. Es decir, su trayectoria, su discurso, sus ataques a la prensa profesional, su afición a la mentira y al insulto, todo eso es posible en un EEUU cuya democracia es muy frágil y donde sus dos partidos han perdido identidad y empatía. Trump es un magnate que cooptó a un Partido Republicano que carece de liderazgos; Biden es el síntoma de un Partido Demócrata que perdió empatía con su electorado tradicional y Kamala Harris es una candidata improvisada a último momento por ese partido.

Las tres últimas elecciones expresan un nivel de degradación de la cultura política inimaginable en ese país hace unas pocas décadas. El orgullo nacional por las instituciones democráticas parece tambalear, y de ese modo, se pone en riesgo la cohesión de una sociedad que se sentía "americana, anglocristiana y europea", y que llegó a convertirse en la potencia hegemónica moldeándose en la ética protestante.

La radicalización violenta que ha fracturado la política estadounidense genera serias dudas acerca del futuro de la paz interior; sectores de la sociedad parecen volver a la xenofobia y el racismo, y a los enfrentamientos inconciliables.

Sebastián Royo, catedrático en Ciencia Política en la Clark University, EEUU, advierte, en un artículo publicado en el Real Instituto Elcano, de Madrid, sobre "la frustración con el estancamiento de los estándares de vida y el aumento de las desigualdades de las tres últimas décadas, que ha llevado a la deslegitimación del sistema, a la polarización y al populismo". Y también señala que "la normalización de las desigualdades" ha llevado a una situación inaceptable de pobreza, con una tasa oficial en 2021 del 11,6%. Es decir, casi 40 millones de pobres. A esto se suma la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos de la clase media. Además, Royo señala que poblaciones rurales se sienten "extraños en su propio país", porque perciben "un ataque directo a sus valores, sus creencias religiosas y sus tradiciones".

Por eso, el horizonte es sombrío. El tenor de la campaña hace pensar que hay un trabajo muy minucioso para el futuro presidente o presidenta para tratar de suturar semejantes fisuras.

Una eventual nueva presidencia de Trump hace pensar en una mayor radicalización. En caso de que triunfara Kamala, el Partido Demócrata deberá esmerarse en recuperar identidad y mesura, y amalgamar a los que siguen creyendo en las instituciones y la cultura que ya cumplen dos siglos y medio y que fueron el orgullo de la ciudadanía.

Pero la crisis de la democracia, el auge de los fanatismos, la indiferencia y el descreimiento hacia el valor del voto, y el crecimiento de las desigualdades recorren el planeta en el siglo XXI.

La presidencia de Trump, en sus vínculos internacionales, se centró en fortalecer a su país frente al crecimiento de China, dialogó fluidamente con Vladimir Putin, trabó vínculos con el régimen norcoreano y desarrolló políticas muy amenazantes para la Unión Europea y la OTAN.

Hoy, cuando concluye la gestión de Biden, muchos estadounidenses exigen que EEUU no intervenga en apoyo a Ucrania, y muchas comunidades árabes se oponen al apoyo a Israel. Se trata de dos focos de conflicto de impacto internacional, de los que EEUU no podrá desentenderse. Si el enfrentamiento entre Israel e Irán escala en violencia, estará en juego el equilibrio nuclear del planeta. Al mismo tiempo, China sigue ganando espacio como potencia geopolítica.

Todo lo que ocurra en los próximos dos meses, y en adelante, ganen Kamala o Trump, será decisivo. Y podrá comenzar a esbozarse una respuesta acerca de si la democracia liberal, representativa y republicana recuperará su espíritu, o si las desigualdades y las inequidades de la economía globalizada consolidarán el avance de los autoritarismos.

 

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