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El domingo 29 de julio, la voluntad del pueblo venezolano se mostró sin parangón a la luz del mundo… ¿Qué decir que no se haya dicho? ¿Qué pedir que no se haya pedido? ¿Con qué palabras expresar algo tan simple como un resultado electoral?
Es que el resultado electoral ha sido tan contundente que no ha dejado dudas, la oposición ha triunfado de un modo inobjetable. En el transcurso de todos estos años ha ido consolidando una unidad de criterio en torno al concepto de libertad, en una actitud única e inclaudicable. Esa voluntad ha logrado constituirse hoy en una amplia mayoría que se ha expresado en las urnas y de un modo contundente. Pero la elite que gobierna el país caribeño desde hace veinticinco años con una máscara de pseudo democracia no lo acepta, y protagoniza una escalada dictatorial aberrante.
Las democracias del mundo se han expresado con pleno reconocimiento del triunfo de su candidato Edmundo González Urrutia, encolumnados todos bajo el férreo liderazgo de María Corina Machado.
Solo dictaduras como Rusia, China, Irán, Cuba y Nicaragua han reconocido a Nicolás Maduro como triunfante. Me pregunto. ¿Cuánto tiempo más les tomará a Brasil, Colombia y México aceptar lo obvio?
Ahora, cuando hasta el propio Estados Unidos ha reconocido el triunfo de la oposición venezolana y, considerando que en esa línea va la mayoría de los países, nos preguntamos cual es el grado de influencia que le queda a la comunidad internacional y con qué instrumentos cuentan aún los opositores venezolanos para salvar su democracia.
La confianza de la oposición en la documentación que respalda su victoria es la honda en manos de David con la que enfrenta a un poder enfurecido, que está viendo cómo queda en evidencia ante el mundo como el usurpador del poder, al no poder demostrar la legitimidad del triunfo que se arroga.
En este contexto, ¿cómo se explica la postura de las Madres de Plaza de Mayo reivindicando a Nicolás Maduro y la revolución bolivariana? Es una flagrante contradicción con sus principios de lucha contra toda dictadura, nacida en la década setentista. ¿O será que hay para ellas dictadores y represores buenos o malos según la ideología?
Es atronador y elocuente el silencio, y lógica la neutralidad de la otras veces enfática Cristina, desde siempre, ardiente defensora del chavismo con el cual su esposo y ella mantuvieron vínculos políticos determinantes que los asociaron con un régimen fraudulento.
Una voz demasiado zizagueante es la del Papa Francisco, quien pide moderación y respeto por la verdad en Venezuela, sin denunciar los presos, las torturas y los muertos causados por el aparato represivo de Nicolás Maduro.
Historia
Todo está muy claro. La historia viene documentándose paso a paso con el trascurrir de cada día y es entonces cuando, cuesta cada vez más mantener la inocencia. Antiguas complicidades están muy presentes. Los archivos impiadosos no nos otorgan un mínimo de paz.
Ha habido y aún subsisten, comportamientos que no pueden ser transparentados, mientras se buscan razones para darles cabida y una vana justificación.
Mientras todo transcurre, el pueblo clama justicia y libertad en cada uno de los ocho millones de venezolanos exiliados, los presos sin justicia y la inmensa población pobre que el domingo le demostró a Maduro que el pueblo es otra cosa, que su electorado ya no lo quiere.
Venezuela, tan hermosa, tan hospitalaria, tan noble, se ha convertido en un infierno en manos de los mesiánicos que hoy conforman la nueva oligarquía caribeña.