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Cuando El Tribuno llegó a su taller, Martín Héctor Olarte recibió al equipo con una gran sonrisa, el mameluco prolijo y un look impecable que delata su coquetería natural. Su hijo, que también forma parte del taller familiar, lo describió con ternura: “Mi papá es coqueto, buena persona un poco sordo, sí, pero nos enseñó a todos que el trabajo es salud”.
Olarte, vecino querido de Villa Cristina, es uno de los primeros elastiqueros de la provincia y un símbolo viviente de la cultura del oficio. Con casi tres décadas dedicadas a este trabajo duro y noble, sigue levantándose cada día con el entusiasmo intacto. Trabaja con camiones pesados, camionetas, viejos Falcón y Fiat Uno, y con cualquier vehículo que aún lleve elásticos.
A sus 81 años, no frenó nunca. “Sigo con ganas, con una sonrisa”, dijo mientras acomodaba sus herramientas, como quien acomoda también los capítulos de una vida entera. Padre de cuatro hijos, supo transmitirles el oficio con profundo amor y un ejemplo cotidiano de esfuerzo.
Un ritual que revela su esencia
Cada mañana, antes de encarar la jornada, Martín vive un momento que lo llena de alegría: la llegada del diario.
Cuando el canillita grita “¡diario, diario!”, él sale casi corriendo a recibirlo. Compra todos los días el mismo ejemplar: El Tribuno.
Aunque usa internet, su elección es siempre la misma: “Me gusta tener el diario en la mano. Se disfruta distinto”, mientras lo abre con cuidado, saboreando cada página como un pequeño lujo cotidiano.
Fe, trabajo y un taller que también es escenario
Su día empieza temprano. Antes de las siete, Martín ya está rezando, agradeciendo y pidiendo que nunca falte el trabajo.
Después se sumerge entre fierros, humos y elásticos que curva con precisión impecable, dominando el oficio como solo se logra con décadas de experiencia. Pero el taller no es solo un espacio de trabajo.
Por las tardes, cuando termina la labor, Martín vive su transformación más entrañable: se quita el mameluco, se arregla la ropa y enciende un parlante grande.
Toma un micrófono y convierte ese mismo taller en un pequeño escenario donde canta tangos con todo el corazón. Canta con fuerza, con emoción, con alegría genuina. Canta como quien agradece a la vida por seguir de pie.
Un oficio aprendido lejos, pero abrazado para siempre
Su historia con la mecánica comenzó lejos de casa, en Rosario de Santa Fe, donde trabajaba en exportación. Un día lo trasladaron al garaje y descubrió un mundo nuevo.
“Ahí aprendí recordó. Había que tener imaginación para que el vehículo vaya y vuelva”.
Ese aprendizaje lo llevó por Mar del Plata, Saladillo y muchos rincones del país.
Sin embargo, su destino siempre fue volver al lugar que lo vio nacer: Villa Cristina, Salta.
“Ser elastiquero es el oficio que moldeó mi cuerpo, mi carácter y mi vida”, aseguró.
Una pasión que sostuvo a su familia
Martín recordó con orgullo los primeros años del oficio: “Me hacía andar con los bolsillos llenos”, dijo riendo.
Trabajaba tanto que llegó a comprar muebles, electrodomésticos y todo lo que su familia necesitaba, siempre al contado. Con el tiempo les enseñó la profesión a sus hijos, quienes hoy continúan acompañándolo en el taller, que creció y sumó nuevas herramientas como la máquina hidráulica.
Aun así, Martín sigue emocionándose cuando usa el combo el martillo pesado de siempre como si en cada golpe resonara la esencia misma del oficio.
El mensaje de un hombre sabio
Ante la pregunta sobre qué mensaje les dejaría a los jóvenes, su respuesta fue clara y profunda: “Trabajen siempre. Lleguen a mi edad con futuro. Lo que tengo ya no es mío: es de mis hijos. Mañana no estoy. Quedarse quieto es lo peor. Hay que quemar la grasa, por eso sigo”.
Un símbolo de Villa Cristina
Entre el ruido metálico de las herramientas, los tangos que canta al atardecer y el diario que abre cada mañana, Martín Olarte no es solo un elastiquero. Es un trabajador que eligió no detenerse, un artista escondido detrás del mameluco y un vecino querido que inspira con su vitalidad, su humildad y su amor por la vida.
A los 81 años, aún tiene fuerza para moldear el hierro y voz para cantarle al mundo. Un ejemplo vivo de que la pasión cuando es verdadera nunca se jubila.