Mucho se dice en estos días sobre la pandemia del coronavirus.
Entre tanta información que recibimos, creo que lo más importante es estar preparados para lo peor: a enfermarnos con el COVID-19, a que se enferme alguien cercano a nosotros, a que un familiar tenga el virus y luego se muera, a que nos despidan de nuestros trabajos -debido a la crisis económica que se viene y que para muchos empieza a mostrar sus primeros signos-, a que vendamos menos en nuestros negocios y en nuestras empresas (o que no vendamos ni produzcamos nada por el aislamiento obligatorio y preventivo), y nos enfrentemos a una posible quiebra, y a tantos cosas más.
¿Por qué prepararnos para lo peor? Porque es la única manera para tener conciencia que, ahora mismo, podemos tomar cartas en el asunto y ser previsores: tanto en nuestras actividades cotidianas como ante la enfermedad.
Vivimos en el mundo de la inmediatez; de eso se trata la globalización. Pero no debemos olvidar nuestra proyección a largo plazo.
Con sensatez, estemos preparados para lo peor: eso nos permitirá estar mejor.