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La protesta social vuelve a colarse en la agenda cotidiana

Miércoles, 21 de noviembre de 2012 02:25

Más allá del real acatamiento voluntario que haya tenido el paro, hay un dato que es insoslayable: la protesta social, paralizada durante muchos años en la Argentina por el sostenido crecimiento de la economía, comienza a ser un gran dolor de cabeza para la Casa Rosada. El encendido discurso de Cristina de anoche, donde habló directamente del paro como no lo hizo aún con el 8N, confirmó que al kirchnerismo le molestó -y mucho- la medida de fuerza en su contra.
Los gremios opositores buscaron mostrarle ayer al Gobierno que, de ahora en más, actuarán como un bloque unificado de protesta y que no tienen ningún reparo en usar métodos antipopulares para expresar su descontento. La vuelta de los piquetes masivos, de suma importancia en el resultado de la huelga, fue la prueba más cabal de que se vienen tiempos complejos en materia de reclamos.
El país no vivía una jornada de bloqueos sistemáticos como la de ayer hace más de cuatro años, cuando se produjo el desgastante conflicto con el campo. El dato, en momentos de menor crecimiento económico, no puede pasarse por alto si se quiere hacer una lectura correcta del escenario actual.
El Gobierno nacional, que sufrió en doce días dos manifestaciones de alto impacto político, deberá trazarse una estrategia más concreta que la simple descalificación de las protestas si quiere minimizar las posibilidades de enfrentar otra en el corto plazo. ¿Qué podría hacer para quitarle argumentos a los críticos? Al menos recibirlos: ignorar que existen solo profundizará la confrontación.
El paro, es imposible no reconocerlo, estuvo a años luz de las huelgas generales que le hizo la CGT a Raúl Alfonsín, donde literalmente no había sector de la economía que no haya adherido. De todos modos, el poder de fuego de los sindicatos opositores sigue siendo alto, más allá de la enorme cantidad de gremios que hoy responden a Cristina.
Ayer se vio con nitidez porqué el kirchnerismo operó de la forma en la que lo hizo para crear una CGT oficialista como la que conduce Antonio Caló. En esa central obrera hay gremios estratégicos que no pararon y que ayudaron a reducir el impacto de una huelga que pudo haber sido mucho mayor. Pese a los piquetes, ayer hubo taxis, colectivos y los comercios no cerraron sus puertas.
La foto conjunta de Moyano, Micheli y el barrionuevismo -imagen imposible de imaginar solo meses atrás- es también el reflejo de las fuertes contradicciones del movimiento obrero argentino. Al igual que con los manifestantes del 8N, lo único que parece unirlos es el desencanto contra el Gobierno, lo que no es poco en tiempos donde la disgregación política es moneda corriente.
La justeza de los reclamos, sobre todo el que pide la eliminación del impuesto a las ganancias, no tiene discusión y el Gobierno no termina de dar señales concretas para solucionarlos.
La promesa de una discusión para subir el piso el año que viene parece muy lejana para sindicatos y organizaciones que ya hablaban de profundizar las medidas de fuerza incluso antes de haber realizado la que ocurrió ayer.
 

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Más allá del real acatamiento voluntario que haya tenido el paro, hay un dato que es insoslayable: la protesta social, paralizada durante muchos años en la Argentina por el sostenido crecimiento de la economía, comienza a ser un gran dolor de cabeza para la Casa Rosada. El encendido discurso de Cristina de anoche, donde habló directamente del paro como no lo hizo aún con el 8N, confirmó que al kirchnerismo le molestó -y mucho- la medida de fuerza en su contra.
Los gremios opositores buscaron mostrarle ayer al Gobierno que, de ahora en más, actuarán como un bloque unificado de protesta y que no tienen ningún reparo en usar métodos antipopulares para expresar su descontento. La vuelta de los piquetes masivos, de suma importancia en el resultado de la huelga, fue la prueba más cabal de que se vienen tiempos complejos en materia de reclamos.
El país no vivía una jornada de bloqueos sistemáticos como la de ayer hace más de cuatro años, cuando se produjo el desgastante conflicto con el campo. El dato, en momentos de menor crecimiento económico, no puede pasarse por alto si se quiere hacer una lectura correcta del escenario actual.
El Gobierno nacional, que sufrió en doce días dos manifestaciones de alto impacto político, deberá trazarse una estrategia más concreta que la simple descalificación de las protestas si quiere minimizar las posibilidades de enfrentar otra en el corto plazo. ¿Qué podría hacer para quitarle argumentos a los críticos? Al menos recibirlos: ignorar que existen solo profundizará la confrontación.
El paro, es imposible no reconocerlo, estuvo a años luz de las huelgas generales que le hizo la CGT a Raúl Alfonsín, donde literalmente no había sector de la economía que no haya adherido. De todos modos, el poder de fuego de los sindicatos opositores sigue siendo alto, más allá de la enorme cantidad de gremios que hoy responden a Cristina.
Ayer se vio con nitidez porqué el kirchnerismo operó de la forma en la que lo hizo para crear una CGT oficialista como la que conduce Antonio Caló. En esa central obrera hay gremios estratégicos que no pararon y que ayudaron a reducir el impacto de una huelga que pudo haber sido mucho mayor. Pese a los piquetes, ayer hubo taxis, colectivos y los comercios no cerraron sus puertas.
La foto conjunta de Moyano, Micheli y el barrionuevismo -imagen imposible de imaginar solo meses atrás- es también el reflejo de las fuertes contradicciones del movimiento obrero argentino. Al igual que con los manifestantes del 8N, lo único que parece unirlos es el desencanto contra el Gobierno, lo que no es poco en tiempos donde la disgregación política es moneda corriente.
La justeza de los reclamos, sobre todo el que pide la eliminación del impuesto a las ganancias, no tiene discusión y el Gobierno no termina de dar señales concretas para solucionarlos.
La promesa de una discusión para subir el piso el año que viene parece muy lejana para sindicatos y organizaciones que ya hablaban de profundizar las medidas de fuerza incluso antes de haber realizado la que ocurrió ayer.
 

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