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La muerte de Marx y la resurrección de Dios

Viernes, 30 de marzo de 2012 20:56


Contra la interpretación de algunos grupos de la oposición anticastrista, la visita de Benedicto XVI a Cuba está llamada a constituirse en un punto de inflexión en el proceso de reformas de la isla del Caribe. Con la exquisita sutileza, discreción y realismo político típicos de la diplomacia vaticana, el Papa sentó las bases de un acuerdo estratégico entre el régimen de La Habana y la Iglesia Católica, cuyos primeros efectos empezarán a sentirse en el tiempo.

La definición conceptualmente más importante emitida por el Papa en esta visita trascendente fue brindada antes de llegar. En su diálogo mantenido con los periodistas en el avión que lo trasladaba a México, manifestó que “la ideología marxista, tal y como fue concebida, ya no responde a la realidad”.
Más que una condena, Benedicto XVI extendió un certificado de defunción. No subrayó, como Pío XII, que el comunismo es “intrínsecamente perverso”. Dijo una verdad todavía más dolorosa para los desencantados fieles del comunismo. Señaló que el marxismo quedó históricamente atrás.

Así como a fines del siglo XIX Federico Nietzsche proclamó “la muerte de Dios”, el Papa, con mejores fundamentos racionales, anunció la “muerte de Marx” y lo hizo en vísperas de aterrizar en uno de los pocos países del mundo donde todavía el marxismo sobrevive como dogma oficial.

Todas las alocuciones papales tuvieron entonces como común denominador el presupuesto de que, una vez agotado el comunismo, Cuba atraviesa una fase de transición. En el discurso que pronunció al pisar tierra cubana, el Papa señaló: “Estoy convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya al mañana”. En su homilía en Santiago de Cuba, convocó a “construir una sociedad abierta y renovada”.

Por último, en su mensaje de despedida en la Plaza de la Revolución, el Papa criticó a su vez el bloqueo económico estadounidense y reconoció las reformas iniciadas por Raúl Castro, aunque exhortó a profundizar esa dirección y advirtió también sobre la necesidad de que “nadie se sienta impedido de sumarse a esa apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales”.

La aproximación indirecta

La prédica papal reconoció como punto de partida el viaje de Juan Pablo II en 1998, que en su momento configuró un salto cualitativo en las relaciones entre el régimen cubano y la jerarquía eclesiástica, encabezada por el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, convertido desde entonces en un protagonista central de un diálogo reservado pero efectivo.

El episcopado cubano trabaja sobre una estrategia de aproximación indirecta. A diferencia de los grupos disidentes, no centra sus reclamos en la reforma política, sino en la apertura de nuevos espacios sociales. Pretende promover el desarrollo de un tramado de organizaciones comunitarias (sociales, culturales, deportivas, educativas, etc.) que ocupen el vacío creado por medio siglo de estatismo marxista, que desarticuló todo vestigio de sociedad civil.

Durante la visita papal, la jerarquía eclesiástica enfatizó las raíces católicas de Cuba. La reivindicación de las figuras de Antonio Maceo y de José Martí, héroes de la independencia, ratificó la idea de un “nacionalismo leal” como guía de la acción de la Iglesia. La condena papal al embargo norteamericano refrendó esa postura, que coloca a la Iglesia Católica al lado del pueblo cubano.

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Contra la interpretación de algunos grupos de la oposición anticastrista, la visita de Benedicto XVI a Cuba está llamada a constituirse en un punto de inflexión en el proceso de reformas de la isla del Caribe. Con la exquisita sutileza, discreción y realismo político típicos de la diplomacia vaticana, el Papa sentó las bases de un acuerdo estratégico entre el régimen de La Habana y la Iglesia Católica, cuyos primeros efectos empezarán a sentirse en el tiempo.

La definición conceptualmente más importante emitida por el Papa en esta visita trascendente fue brindada antes de llegar. En su diálogo mantenido con los periodistas en el avión que lo trasladaba a México, manifestó que “la ideología marxista, tal y como fue concebida, ya no responde a la realidad”.
Más que una condena, Benedicto XVI extendió un certificado de defunción. No subrayó, como Pío XII, que el comunismo es “intrínsecamente perverso”. Dijo una verdad todavía más dolorosa para los desencantados fieles del comunismo. Señaló que el marxismo quedó históricamente atrás.

Así como a fines del siglo XIX Federico Nietzsche proclamó “la muerte de Dios”, el Papa, con mejores fundamentos racionales, anunció la “muerte de Marx” y lo hizo en vísperas de aterrizar en uno de los pocos países del mundo donde todavía el marxismo sobrevive como dogma oficial.

Todas las alocuciones papales tuvieron entonces como común denominador el presupuesto de que, una vez agotado el comunismo, Cuba atraviesa una fase de transición. En el discurso que pronunció al pisar tierra cubana, el Papa señaló: “Estoy convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya al mañana”. En su homilía en Santiago de Cuba, convocó a “construir una sociedad abierta y renovada”.

Por último, en su mensaje de despedida en la Plaza de la Revolución, el Papa criticó a su vez el bloqueo económico estadounidense y reconoció las reformas iniciadas por Raúl Castro, aunque exhortó a profundizar esa dirección y advirtió también sobre la necesidad de que “nadie se sienta impedido de sumarse a esa apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales”.

La aproximación indirecta

La prédica papal reconoció como punto de partida el viaje de Juan Pablo II en 1998, que en su momento configuró un salto cualitativo en las relaciones entre el régimen cubano y la jerarquía eclesiástica, encabezada por el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, convertido desde entonces en un protagonista central de un diálogo reservado pero efectivo.

El episcopado cubano trabaja sobre una estrategia de aproximación indirecta. A diferencia de los grupos disidentes, no centra sus reclamos en la reforma política, sino en la apertura de nuevos espacios sociales. Pretende promover el desarrollo de un tramado de organizaciones comunitarias (sociales, culturales, deportivas, educativas, etc.) que ocupen el vacío creado por medio siglo de estatismo marxista, que desarticuló todo vestigio de sociedad civil.

Durante la visita papal, la jerarquía eclesiástica enfatizó las raíces católicas de Cuba. La reivindicación de las figuras de Antonio Maceo y de José Martí, héroes de la independencia, ratificó la idea de un “nacionalismo leal” como guía de la acción de la Iglesia. La condena papal al embargo norteamericano refrendó esa postura, que coloca a la Iglesia Católica al lado del pueblo cubano.

Las dos Cubas

En un gesto sin precedentes, el arzobispo de Miami, monseñor Thomas Wenski, quien encabezó una inédita delegación de peregrinos proveniente de EEUU, ofició una misa en la catedral de La Habana, con la participación de cubanos de “las dos orillas”, en la que oró por la “reconciliación nacional”, otra consigna que estuvo presente en todas las intervenciones públicas del Papa.

La presencia de Wenski y esa delegación de exiliados motivó una polémica en la comunidad cubana de Miami, en la que conviven dos posiciones opuestas en relación al régimen: una aferrada a la confrontación y otra partidaria del diálogo.

La cuestión de la comunidad cubana en el exilio tiene un gran impacto político y económico. Una extraña paradoja de la Revolución Cubana es que originó un régimen socialista a cien millas de la costa estadounidense y creó, a la vez, las bases de una de las burguesías más poderosas de toda América Latina, solo que fuera de la isla. Los cubano-norteamericanos son hoy propietarios de alrededor de 140.000 empresas, que facturan 50.000 millones de dólares por año, y tienen un ingreso promedio de 70.000 dólares anuales.

En este sentido, la experiencia de China, que los comunistas cubanos estudian con gran atención, es altamente reveladora: las primeras inversiones extranjeras directas que respondieron a la apertura impulsada por Deng Xiaoping provinieron de las prósperas comunidades chinas de ultramar, que residían en Taiwán, Hong Kong y Singapur. La capacidad inversora de la comunidad de exiliados de Miami es una potencial fuente de financiación para un despegue económico de Cuba.

Sin esas posibles inversiones de la diáspora cubana, que la Iglesia Católica se empeña en propiciar, todo es más lento y difícil. En este punto específico, la misa oficiada por Wenski encontró rápido eco oficial: también por primera vez, Raúl Castro, en vez de despotricar contra los “gusanos de Miami” reconoció “la contribución patriótica de la emigración cubana”.

Reformas y obstáculos

Ese reconocimiento no gratuito. Las remesas de dinero enviadas por los exiliados a sus familiares constituyen una de las principales fuentes de ingresos de divisas para la economía de la isla. Más aún: esas remesas empiezan a constituirse en el pequeño capital que decenas de miles de familias cubanas invierten en los microemprendimientos empresarios autorizados por el régimen como primera fase para la construcción de un sector privado de la economía.

Un elemento esencial para la comprensión de la importancia de la visita del Papa es el hecho de que las reformas económicas en Cuba están en parte trabadas por las consecuencias devastadoras de medio siglo de régimen colectivista. En China, las reformas económicas de Deng encontraron su apoyo interno en la liberación de la capacidad productiva del agro y del campesinado chino. En Cuba, la sociedad civil, base para la aparición de un empresariado, es tierra arrasada. Solo existen el Estado y la nada.

La Iglesia Católica ofrece también en este terreno un camino posible para la reconstitución del tejido social. Un detalle significativo es que entre los avances registrados por la Iglesia Cubana en el terreno educativo en los últimos años figure la inauguración de una Escuela de Negocios, iniciativa gestada en asociación con la Universidad de La Habana.

Pero hay también otro factor, de naturaleza intangible pero de dimensiones inconmensurables, que explica la oportunidad de esta visita de Benedicto XVI. Desaparecida la alternativa comunista, la sociedad cubana padece una crisis de sentido. La muerte de Marx puede constituir el prólogo de la resurrección de Dios.

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