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Como turco en la neblina

Lunes, 20 de agosto de 2012 19:35

Mientras preparo la respuesta a una inquietud sobre el lugar en el que se origina el lenguaje en nuestro cerebro; como también, si el habla sería un resultado concreto del proceso abstracto, manifestada por estudiantes de la UNSa, hoy brindaré a mis lectores algunos detalles de historias de frases y palabras sobre las que escribe Héctor Zimmerman.

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Mientras preparo la respuesta a una inquietud sobre el lugar en el que se origina el lenguaje en nuestro cerebro; como también, si el habla sería un resultado concreto del proceso abstracto, manifestada por estudiantes de la UNSa, hoy brindaré a mis lectores algunos detalles de historias de frases y palabras sobre las que escribe Héctor Zimmerman.

La primera frase es “Andar como turco en la neblina”. No es difícil interpretar que se refiere a que una persona anda desorientada, tal como alguien que se pierde en una selva o en un cerro (mas también podría ser en una zona urbana) a causa de una intensa niebla que quita o reduce sensiblemente la visibilidad. Sin embargo, la pregunta que surgiría de inmediato sería, ¿por qué precisamente un turco? ¿No podría ser una persona de cualquier nacionalidad? ¿O es que solo los turcos son capaces de perderse en la neblina?

Ante esto, Zimmerman nos ilustra informándonos que el dicho es producto de una serie de cambios y derivaciones. En efecto, el femenino coloquial de este adjetivo figura, entre las distintas opciones que nos da el DRAE (con el sentido propio de un sustantivo), como “borrachera o embriaguez”. Es una voz propia de la “germanía”. Y no es que provenga de la lengua germana sino, como también lo corrobora el diccionario, de una “jerga o manera de hablar de ladrones y rufianes usadas por ellos solos y compuesta de voces del idioma español con significación distinta de la verdadera, y de muchos otros vocablos de orígenes diversos”. Asimismo, en otra acepción procedente de la germanía, significa “vino de uvas”. Entonces, el origen del aforismo tiene que ver con la borrachera.

Pero hay aun más explicaciones que le añaden toques de humor. Los españoles llamaban al vino puro, no contaminado con agua, “vino moro” o “vino turco”, porque no había sido "bautizado'. Debido a esta denominación, a una borrachera se la designó como “turca”, por lo que “agarrarse una turca” era emborracharse.

Entonces, ¿cómo se justifica el refrán? Es sencillo: un turco, es decir un borracho, andará en la neblina más desorientado que si estuviera a pleno sol. Según el autor, la expresión, que podría aplicarse a cualquier situación no solo ante una neblina, se debe a la picardía criolla: ¿quién puede hallarse más confundido que un borracho que se pierde en la niebla? “Y así concluye el turco entró en el dicho y en la neblina, dando lugar a una pintoresca expresión que vale para cualquiera que ande muy desorientado. Por más sobrio que esté”.

Dar la lata

Tal sentencia, que da origen al adjetivo "latoso', está ligada a la sexta acepción coloquial del DRAE para la palabra "lata': “Cosa que causa hastío y disgusto a alguien” y, a continuación, explica el dicho que nos ocupa: "Molestar a alguien, importunarlo, aburrirlo o fastidiarlo con cosas inoportunas o con exigencias continuas'. Asimismo existe la palabra "latazo', aunque nosotros quizá no la usamos, que significa cosa que causa hastío y disgusto. Según Iribarren, que cita a De la Sierra y Zafra, esta frase nació en Málaga. Allí “dar la lata” se trataba de vender por monedas una lata llena de mosto, o jugo de uva, mezclado con vinos, licores o aguardientes. Esta mezcla, más que borrachera, producía una verdadera locura a quien lo consumía.

Pero también hay otras opiniones sobre el dicho: Dámaso Alonso, quien investigó sobre esas palabras, dice que la explicación de Sierra y Zafra no es congruente. Opina que la frase acaso venga de lo pesado que es el ruido que se hace con tambores de lata. El venezolano Picón Febrés, a su turno, atribuye la expresión a la conversación pesada y fatigosa, derivando la palabra del adjetivo latino "latus' que significa "largo, dilatado, grande, abundante'. Por otra parte, el Diccionario etimológico de Corominas deriva el significado del término, propio del latín vulgar, "latta', "vara o palo largo'. Afirma: “En el sentido de "cosa fastidiosa', hasta 1880, parece que deriva de "dar la lata', "golpear con un varal', de donde "aturdir' y "aburrir'”.

Varios autores coinciden con esta última explicación. Pero Dámaso Alonso concluye que, en la modernidad, se ha aceptado mayormente la versión que apunta a la hoja de lata por su estridencia al hacerla sonar.

Por fin, Zimmerman se adhiere al sentido de "palo' o "vara', pero también al de "hojalata', y lo explica así: “Aunque estamos hoy habituados a asociar las latas con el metal y las conservas, "lata' era para los romanos un palo grueso o un tablón de madera. Por su peso y contundencia tomó el sentido metafórico de algo capaz de aturdir, difícil de soportar. Una asociación de ideas similar a la que inspiró la denominación de "tronco' que se aplica al jugador muy torpe o al individuo apático. Al inventarse la hojalata, ésta sumó el ruido propio de ese material a las connotaciones anteriores. Desde entonces, "lata' tomó también el significado de "cosa que estorba', como los envases vacíos. El "latero' o "latoso' es parte de la contaminación ambiental. Tan capaz de arruinarnos el paisaje como el laterío de los baldíos o los cilindros de hojalata que desde el techo de un auto pregonan que su dueño ya no quiere verlo más. Roberto Arlt le dedicó íntegra una de sus "Aguafuertes porteñas', que con acierto se titula "Psicología simple del latero'. "Resulta absurdo que un tipo de esta clase tenga siempre un stock de pavadas para desembaular', se indigna allí Arlt. Para agregar más adelante: "En cuanto suelta la lengua se olvida de que existen el tiempo y el aburrimiento'. Tablón u hojalata, el abuso de la palabra siempre encontró, por lo visto, sus cultores y sus víctimas”

Entonces, qué más agregar sobre este tema. Aunque seguramente existan, o hayan existido, otras motivaciones para su aparición, abundar con ellas no constituiría otra cosa que, en primer lugar, buscarle al gato la tercera o quinta pata pero, sobre todo, esmerarme para que mis amables lectores me acusen con justicia y toda razón, de que estoy dando la lata. Por lo tanto, dejemos este tema de los refranes y dichos para otra semana, deseándonos a todos que agosto no se ensañe con ninguno de nosotros. Hasta la próxima.

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