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La caridad empieza por la casa de uno

Viernes, 05 de abril de 2013 23:46

Tenían una chatita tirada por dos yeguas bayas. Con ella recorrían los barrios de la zona pidiendo a los vecinos colaboración para la “Obra Solidaria con los Necesitados” que dirigía, y lo anunciaban con solemnidad, “la Hermana Caridad Tolosa”.

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Tenían una chatita tirada por dos yeguas bayas. Con ella recorrían los barrios de la zona pidiendo a los vecinos colaboración para la “Obra Solidaria con los Necesitados” que dirigía, y lo anunciaban con solemnidad, “la Hermana Caridad Tolosa”.

El Balta Barreto y el Zeta Costa solían detener la chata en una esquina y esperaban que la gente contribuyera a esa campaña a favor de supuestos pobres. Los dos compinches habían aparecido en el barrio un día cualquiera (de eso haría unos cinco o seis meses), y pronto se habían ganado la confianza de la changada local con su simpatía y, principalmente, con su generosidad en el reparto de cigarrillos. Además, sabían más cuentos verdes que los loros, y contaban presuntas intimidades de señoras y señoritas consideradas insospechadas. En la chata recibían de todo. Cuando se marchaban al anochecer llevaban una linda cosecha de ropas, zapatillas y zapatos, todavía utilizables, muebles varios, sillas, y hasta bicicletas. No faltaba por ahí un colchón y almohadas. Y por supuesto, dinero.

Cuando les preguntaban para cuáles necesitados destinaban esos elementos, respondían que eran para “los indios del norte de la provincia”. Y añadían: --Hay mucha pobreza en esos lugares. ­Da pena! Hay que ayudar.

¿Y quién es la Hermana Caridad Tolosa?, querían saber algunos.

--Es una misionera española. ­No hay persona más buena y dedicada que ella! Todos los meses manda a recoger en una camioneta de la Misión lo que nosotros conseguimos.

--Y ustedes dos, ¿de qué viven?, averiguaba algún curioso impenitente.

--¿Nosotros? Nosotros nos las rebuscamos haciendo changas y trabajitos varios.

La explicación ofrecida por el Zeta y el Balta no dejó conformes a los changos del barrio que le comentaron al maestro Delmiro la situación quien, a su vez, le pasó el dato al vate Acuña. Juntos decidieron averiguar la verdad del asunto que, según sus sospechas, más que asunto pintaba más para estofado.

Pidieron informes aquí y allá. Le pidieron al cura del Pilar que les averiguara quién era la “Hermana Caridad Tolosa”, e incordiaron a amigos, conocidos y al que se les ponía a tiro. El tío comisario del Pedrito Aráoz se encargaría de hurgar y buscar los antecedentes del Balta y del Zeta.

Bien. Los resultados de esas pesquisas fueron para temblar. No existía ninguna “Hermana Caridad Tolosa” en las misiones del norte provincial. La única mujer de nombre Caridad que encontraron era una tal Caridad Parrales, dueña de un boliche con oscuro historial. Era chilena y no española. El Balta Barreto y el Zeta Costa resultaron ser dos conocidos malvivientes, con prontuario gigante. Sus changas y “trabajitos va rios” eran el choreo y la estafa.

Si como dicen “la caridad empieza por casa”, aquí, lectores, tienen un ejemplo.

 

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