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Una larga etapa que no pasará desapercibida

Sabado, 25 de mayo de 2013 23:08

Con inéditas dosis de frenetismo en su transformación, la Argentina de hoy se parece muy poco a la de 2003. Es indudable que hubo un vuelco inesperado en la forma de concebir a la política, generando altísimas dosis de debate en muchos sectores de la sociedad, tanto a favor como en contra del Gobierno. Ese escenario dual, por momentos, termina nublando cualquier análisis objetivo, pero algo es indiscutible: pocas décadas tuvieron esta vorágine.

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Con inéditas dosis de frenetismo en su transformación, la Argentina de hoy se parece muy poco a la de 2003. Es indudable que hubo un vuelco inesperado en la forma de concebir a la política, generando altísimas dosis de debate en muchos sectores de la sociedad, tanto a favor como en contra del Gobierno. Ese escenario dual, por momentos, termina nublando cualquier análisis objetivo, pero algo es indiscutible: pocas décadas tuvieron esta vorágine.

Se recuperó indiscutidamente la autoridad presidencial, quizás más de los que muchos hubiesen deseado. Se logró el período con mayor crecimiento económico en los últimos doscientos años, probablemente con menos federalismo de lo que varios hubieran esperado. Se consiguió sacar una batería de leyes clave en materia institucional, varias de ellas tomadas por la oposición como “avances” del Ejecutivo sobre otros poderes.

Se redujo notoriamente la deuda argentina con los organismos multilaterales, aunque aún quedaron pendientes los arreglos con los holdouts y el Club de París. La desocupación bajó indiscutidamente, pero la calidad del empleo actual y la cantidad de trabajo en negro aún están en niveles elevados.

Muchos de los represores más emblemáticos están en cárceles comunes con condenas eternas, pese a que algunos crean que eso afianza un pacto de silencio entre ellos. Además, la Corte Suprema formada por Néstor Kirchner es un ejemplo para la región, más allá de que desde el propio oficialismo ahora la vean como corporativa. Pasó literalmente de todo.

El kirchnerismo termina su década en la Casa Rosada con un país bien distinto al que había en mayo de 2003, con muchas deudas pendientes en materia social, pero con un poder inimaginado para cualquier otro gobierno de los últimos treinta años en la Argentina.

Se podrán decir infinidad de cosas sobre el rumbo que el matrimonio presidencial le impuso al país: se dirá que se libraron batallas durísimas y que muchas de ellas fueron evitables, que se estigmatizó al que pensaba distinto, que se terminó la influencia del FMI en la economía, que no hay un sucesor claro para los Kirchner y que la oposición nunca encontró su lugar en el mapa. Se podrán decir muchas cosas más, como que los gobernadores siempre estuvieron alineados aún a costa de ceder federalismo, que el sindicalismo estuvo al lado del Gobierno por muchos años avalando índices inflacionarios mentirosos, que la integración latinoamericana se profundizó como nunca antes pese a la resistencia que muchos tenían con el chavismo, que se superó el 6% de inversión educativa y que la dirigencia agropecuaria pasó a ser un enemigo irreconciliable del Poder Ejecutivo. La gran polarización que atraviesa la Argentina entre kirchneristas y antikirchneristas genera pasiones difíciles de explicar racionalmente: los fanáticos de Cristina acentúan sus virtudes al extremo y le perdonan todo, y los críticos exageran sus errores constantemente y no son capaces de reconocerle nada. Esa división se profundizó fuerte en la última gestión de Cristina, quien ya padeció tres fuertes cacerolazos en su contra. La masiva movilización de ayer en Plaza de Mayo, aún ayudada por la gran cantidad de artistas que participaron, mostró también que la Presidenta aún mantiene un alto nivel de convocatoria callejera. A diez años en el poder, ese atributo no puede dejar de destacarse.

Los índices sociales siguen siendo preocupantes, la inflación volvió a ser un problema endémico de la Argentina, las estadísticas dejaron de ser creíbles y las denuncias de corrupción reaparecieron. Todo eso ocurrió en la última década, sería necio negarlo. Sin embargo, los diez años de gestión de los Kirchner tuvieron también una impronta especial, muy distinta a los gobiernos anteriores. La política volvió a ocupar un lugar central en la toma de decisiones, la deuda argentina se achicó sensiblemente, se creó la asignación universal por hijo para los que menos tienen, se nacionalizaron las jubilaciones y se expropió la emblemática YPF. Muchos de esos hechos eran impensados años atrás en la Argentina.

Las dos campanas

Para algunos, muchos de ellos movilizados en contra del Gobierno pero sin otra opción electoral, la década kirchnerista fue una oportunidad desperdiciada para cambiar de plano la realidad social del país. Existe una parte de verdad en esa hipótesis, ya que se creció como nunca en la historia y aún quedan entre diez y catorce millones de pobres según quien lo mida. Si a eso se le suma que las provincias no ganaron en independencia y que la justicia pasa ahora por uno de sus momentos más críticos, los furiosos detractores kirchneristas cuentan con algo de razón.

Para quienes apoyan con los ojos cerrados esta gestión pese a sus deudas pendientes, los últimos diez años fueron una epopeya democrática sin precedentes. Esa teoría también tiene su lado realista. ¿Quién se hubiese imaginado que Argentina iba a crecer por varios años al 10% anual y que durante buena parte de la década los aumentos salariales iban superar a la inflación? Además, la protesta social, pese a algunas excepciones sobre todo en los últimos años, dejó de ser criminalizada por el Gobierno y se avanzó fuerte en la reindustrialización de algunos sectores vitales para la economía.

Hay algo que con seguridad no dirá nadie: que esta década ha pasado desapercibida.

 

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