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La famosa favela Alemao: una mirada salteña sobre este populoso barrio de Brasil

Lunes, 12 de agosto de 2013 04:39

A solo 16 kilómetros de Río de Janeiro está el complejo de la famosa comunidad AlemÆo, entre los barrios Ramos, Penha, Olaria, Inhaúma e Bonsucesso.

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A solo 16 kilómetros de Río de Janeiro está el complejo de la famosa comunidad AlemÆo, entre los barrios Ramos, Penha, Olaria, Inhaúma e Bonsucesso.

Las calles que ahora recorre El Tribuno parecen seguras, pero quedaron grabadas en la retina del mundo cuando el 24 de noviembre de 2010, 2.600 policías federales, civiles y agentes de las fuerzas armadas desafiaron la topografía del morro para enfrentarse a 600 narcotraficantes. El conflicto derivó en la extinción del poder paralelo de los criminales en el área.

Años antes, en 2006, había oficiado de locación para el rodaje de la multipremiada película “Tropa de Elite”, de Rodrigo Rodrigues Pimentel.

En esa ficción, la BOPE (BatalhÆo de Opera‡äes Especiais) cumplía la misión de “apaciguar” la favela del morro de Turano, ordenada con motivo de la visita del papa Juan Pablo II en 2007.

Pasados más de dos años y el primer viaje internacional del papa Francisco I, durante la Jornada Mundial de la Juventud, el complejo, transformado en destino turístico, no inquieta a las autoridades.

La “pacificación tardía”

“El poder público demoró ochenta años en entrar aquí. Antes de aquí solo salían tragedias”, sentencia Cleber Oliveira (47), coordinador administrativo de la Vila. Involucrado de raíz en el proyecto solo tiene palabras de elogio para definir el viraje de orientación del Complejo.

El turismo de favela no es nuevo en Brasil y la gran demanda de visitantes por conocer la Rocinha, conflictuado morro de la zona sur, benefició a AlemÆo, que hoy es el segundo punto más visitado.

“Si entrás acá y ves escenas de horror, te las vas a llevar y a reproducir aquello. Las personas tienen curiosidad de ver lo que hay aquí. De los 120.000 habitantes que hay, ni el 1% es bandido, la mayoría es trabajador”, asegura. El, como muchos otros habitantes que sí tienen buenos trabajos, no viven lejos de la comunidad porque en ella no pagan alquiler y así gozan de un alto poder adquisitivo.

“No iba a tener la vida que tengo aquí. No te voy a decir que no pago un precio, porque pago. Los policías aquí no respetan mucho al morador porque creen que somos todos bandidos”, suspira. Pero los planes de Cleber sobrepasan el corto plazo y lo satisface el poder sustentar la mejor educación para su hija, de 15 años.

“No es porque yo vivo aquí que ella va a tener necesidad de crecer y vivir aquí. Ella tiene que saber que vivo aquí por necesidad y ver que le estoy dando una chance que no tuve: la de estudiar”, argumenta. Su mirada se pierde momentáneamente en su anhelo de verla convertida en profesional y viviendo en Copacabana o Leblon, exclusivas zonas de Río.

Los casi 120.000 habitantes del Complejo veneran al expresidente Lula da Silva, que los “arrancó de las garras de bandidos”. Sin embargo, en muchos de ellos persisten los recuerdos de la vulnerabilidad de la pobreza.

Resabios de marginalidad

“Con esa pacificación entre colmillas, que no está totalmente pacificada, se valorizaron los inmuebles de quienes viven aquí y todo alrededor. Nadie pasaba por aquí y hoy hay embotellamiento”, expresa Cleber, y las millares de casas en obras son una muestra de ello. “¿Qué es lo que pasa? Si el poder político no te da una forma de sustentarte, tenés un hijo y no tenés condiciones de comprarle ropa y zapatillas, entonces va a salir a buscarlas y ahí se vuelve marginal. Te despertás dentro de una casa, no tenés desayuno y ni sabés si vas a almorzar. Yo casi entré en el tráfico por causa de eso. El ser humano es como un animal. Si lo tratás bien, va a crecer bien. Yo creo en eso. Un día bajé y no tenía qué comer y me encontré con un bandido que para mí era un héroe: tenía moto, auto, ropa, cadena de oro, la novia más bonita del morro y yo pensaba "aunque sea robado, él tiene todo dentro de la favela', y vos te espejás en aquel tipo porque nuestra vida siempre tiene un ídolo: un padre, un hermano, alguien que te sustentó. Pero si tenés solo bandido a tu lado, este se torna un ídolo. Ese día el me preguntó: "¿Estás con hambre? Andá y comprate un sándwich y una coca'. Al día siguiente, pasé en el mismo horario para encontrarlo porque había sido mi ángel. Pero un día me pidió que le sostuviera un fuzil porque tenía que buscar algo en su casa. De repente si la Policía llegaba ni sabía qué estaba haciendo con ese fusil en la mano, suerte tuve que apareció un tío mío que me dio una cachetada. A los 14, ya había encontrado empleo, pero si no hubiese aparecido mi tío...”, razona y los posibles desenlaces huelgan en su alocución. El ahora está sentado en un escritorio, desde donde se suelen pensar las políticas sociales para los “submundos”, pero Cleber -gran conocedor- no se ancla en el pasado y canaliza su experiencia en la Vila. “Por eso le dije al prefecto -cuando vino a inaugurar la Vila Olímpica- que les diera un refrigerio a los niños porque solo por el deporte no iban a venir”, concluye.

El control pasó a otras manos

Joselma Queiroz vive en el morro de Adeus y está jubilada. Le gusta conversar con los turistas que suben a las cabinas y utiliza sus entrenados encantos de abuela para instruir a los pasajeros con didácticas historias sobre la favela. “Los medios no mostraron ni la mitad. Fue como en "Tropa de Elite', pero real. En mi casa, que estaba cerca de una boca de expendio, el helicóptero estaba tirando tiros al techo, porque los bandidos les disparaban”, relata. Sin embargo, agradece “al tráfico, que me dio el título de propiedad de mi casa, porque eran amigos de unos amigos, aunque el Comando Vermelho los mató. Me contactaron con la Asociación de Moradores, que me dio el documento que tengo. ¿Sabés? Acá pasa así. Un vecino ayuda a otro y así llegué a la Asociación”, dice.

Los moradores, al ver que llegaba turismo del exterior, abrieron puestos de venta de comida y artesanías. Además casi el total de los empleados que trabajan en el teleférico viven en la comunidad. El emprendimiento se tradujo en trabajo efectivo para 200 familias.

Las favelas tienen asociaciones que colaboran con el Estado en la elaboración de normas metodológicas de planeamiento urbanístico y superación de necesidades educativas, de salud y de otros tipos. Son el puente entre las diferentes realidades de cada uno de estos asentamientos. En AlemÆo se encargan de otorgar las concesiones para aquellos que quieren trabajar en la feria turística, que se encuentra al pie. Aline (23) amamanta a su hija Gisele mientras atiende su puesto de bebidas. Paga 40 reales de alquiler.

“Antes del teleférico no teníamos cómo hacer nada porque era todo casa y no teníamos cómo hacer nada acá arriba”, dice. Sin embargo, esto no le impide observar que el teleférico es auténticamente un medicamento con efectos colaterales: sana por un lado y daña por otro. “Así nunca van a mejorar nuestra vida acá. Nunca van a poner luz, agua, cloacas. Los "gringos' quieren eso: ver cómo viven sin luz, agua, cloacas”, sonríe.

La Vila Olímpica, otro intento de fructificar

Sin embargo, muchas personas e instituciones se involucraron en continuar el proceso que tuvo en su inicio características de batalla campal.

En Itararé se encuentra la Vila Olímpica Carlos Castilho, un emprendimiento de la Prefectura de Río de Janeiro. Con casi 8.000 m2 de superficie cubierta, ofrece diversas actividades deportivas como natación, judo y gimnasia, además de cursos y talleres como reciclaje y teatro.

Sandra Amado es profesional de la Salud y está a cargo del taller de reciclado. Cuenta que al principio las madres de la favela le manifestaban su preocupación por la cantidad de basura que se generaba en la comunidad. Cucarachas, roedores e insectos infestaban las estrechas y empinadas escaleras. Así surgió el taller de reciclaje, que también se dicta para ancianos y niños. Sandra muestra los trabajos de estos últimos, entre los que se destaca un muñeco barbado y con anteojos, estilo country. A Paulo Freire le hubiera dado mucho orgullo saberse confeccionado por manos infantiles.

“Les cuento historias y leemos sobre personajes que cambiaron la historia de Brasil. Esto no es una escuela, pero tratamos de transmitir contenidos”, explica Sandra. Si la intención es esa, seguramente le habrá resultado ineludible este educador brasileño, preocupado en elaborar una pedagogía comprometida con mejorar las condiciones existenciales de los oprimidos.

El texto que había preparado como disparador de ideas para el día siguiente -y que obsequió a El Tribuno- era “Elegía 1938”, de Carlos Drummond de Andrade. “Trabajas sin alegría para un mundo caduco, donde las formas y las acciones no encierran ejemplo alguno. Practicas laboriosamente los gestos universales, sientes calor y frío, falta de dinero y hambre...”, expresa este poema invitando a amar las palabras que pueden funcionar para corroer la carencia educativa y generar una relación más próxima con la autoestima y la esperanza. Sin embargo, Sandra anhela que un día una institución educativa formal llegue hasta el pie del morro. “Son muchas las familias que aquí están desfasadas en el tiempo y necesitan educación, incluso de la más elemental. El otro día enterramos al hermano de 11 años de una chiquita que viene al taller. Se había caído al bajar sin agarrarse de la baranda de la escalera del departamento social que le dieron a la familia. Tan acostumbrado a las escaleras de la favela, estrechas y cortas, no vio la necesidad de asirse...”, repone con tristeza. Consultada sobre el “increíble cambio” que se obró en el lugar, advirtió que “no todo lo que reluce es oro”. “No se le preguntó a la comunidad si quería o no el teleférico. Para ellos constituye un acceso, solo que existen accesos alternativos como las van y el mototaxi, a los que estaban acostumbrados y accesos más urgentes de los cuales carecen como cloacas, agua...”, ejemplifica. 

Compra de “inocentes” manufacturas en la feria de artesanías

Bajo la atenta mirada de los policías y custodios, los niños de las favelas piden limosna a quienes se acercan a comprar. En los rostros de los visitantes se trasluce una voluntad encarnizada de querer seguir siendo los mismos frente a lo que ven. “Qué bueno que ya no hay traficantes. Y la gente se ve que mejoró mucho sus condiciones de vida”, opina Paloma (45), una contadora pública mexicana, que peregrinó a Río por la Jornada Mundial de la Juventud. Su remera oficial del evento está colmada de pines. Le pide a un niño negro que remonta un barrilete que se acerque para tomarle una foto. El sonríe. “A senhora me dá dois reais para picolé?”, pregunta, tentando la suerte.

Una turista japonesa compra una pulsera tejida, atraída por dos lechuzas cuyas panzas son círculos del caos y que se destacan en la artesanía. No sabe que en la porción de mundo favela que tiene entre sus manos, un pensamiento revulsivo inquieta desde una tarjeta adosada a la pulsera. “Cuánta fuerza existe queriendo transformarnos en estatuas, pero tomamos parte por la que quiere demostrarnos que somos remolinos”, se lee en letra improlija. Amir, el vendedor, intenta explicarle el significado en un rústico inglés; pero se rinde ante las sonrisas y los movimientos de cabeza afirmativos continuos de la extranjera. La incomprensión de ella se trasluce en su rostro. “Está levando sabedoria, viu?”, le advierte él, haciendo un último intento.

Pacificada, turística, ¿segura?... Es preciso ese gesto de problematizar lo evidente, de devolverle cierta oscuridad a lo que parece claro para percibir en el complejo AlemÆo quién está arriba y quién abajo; quién ostenta el poder y quien carece de voz; quién devora y quién lucha por sobrevivir.

El recorrido turístico

El teleférico del Complejo Alemão fue inaugurado en julio de 2011 y está compuesto por 152 cabinas con capacidad para ocho pasajeros cada una. Abarca seis estaciones: Bonsucesso, Adeus, Baiana, Alemão, Itararé y Palmeiras, y cumple en unos 15 minutos un recorrido de 3,5 kilómetros.
La entrada cuesta 5 reales para los visitantes, pero los moradores del Complejo tienen dos viajes gratis al día y si los exceden pagan un real por traslado.
Antes de que fuera construido el teleférico, se accedía a los distintos barrios únicamente a pie por las estrechas escaleras, o en mototaxi o van, servicios que vieron notablemente disminuidos sus ingresos.
En las distintas estaciones se puede encontrar una agencia del Banco do Brasil y cajeros electrónicos de la Caixa Econômica Federal y del Banco Bradesco, un puesto de orientación urbanística y social de la Prefectura de Río de Janeiro, otro de Educamais (una institución educativa gratuita) y otro que ofrece visitas guiadas a 25 reales por persona.

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