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En el norte, la lucha contra el fuego fue mano a mano

Martes, 17 de septiembre de 2013 01:28

Es tiempo de récords en el norte, de marcas que no se registraban en décadas, tristes marcas. Primero la sequía, después la helada y finalmente el fuego. Camino a la localidad fronteriza de Aguas Blancas, sobre la ruta nacional 50, pasando Orán, el firmamento se camufla en una nube gris. La fragancia de los campos de naranjos, con sus flores de azar, se mezcla con un pesado olor a quemado. Los cerros del fondo despiden todavía humo blanco.

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Es tiempo de récords en el norte, de marcas que no se registraban en décadas, tristes marcas. Primero la sequía, después la helada y finalmente el fuego. Camino a la localidad fronteriza de Aguas Blancas, sobre la ruta nacional 50, pasando Orán, el firmamento se camufla en una nube gris. La fragancia de los campos de naranjos, con sus flores de azar, se mezcla con un pesado olor a quemado. Los cerros del fondo despiden todavía humo blanco.

Faltaban algunas horas para el mediodía del viernes. Los focos de incendios que arrasaron, como mínimo, 5.000 hectáreas en la zona, ya habían sido controlados. Al menos 25 personas tuvieron que ser evacuadas y muchos pequeños productores perdieron su caña de azúcar o banana. Otra marca quedó en el paisaje, como un tatuaje en la selva. Desde las sierras llega un chasquido brutal, un árbol se desploma en el monte y su último eco también se extingue por la quebrada, en Peña Colorada, departamento de Orán.

“Los estruendos empezaron el lunes pasado. Venían desde las sierras. No sabíamos qué era. Parecía algo que avanzaba por el monte arrasando todo. Por la noche se sentían como explosiones y después los chasquidos de los árboles. Nos dimos cuenta de que era un incendio de grandes proporciones más tarde, pero no imaginamos que llegaría tan rápido”, dice un empleado de una petrolera del lugar.

En el monte, pesados troncos añosos ardían todavía lentamente. Las brazas vivas se destacaban sobre la capa de ceniza que cubría todo. Las llamas, según cuentan, pasaban los seis metros de alto. Fue una semana dura. Los vecinos del lugar tuvieron que aprender las mañanas del fuego, en un combate desparejo, contra la furia de una fuerza tremenda y terrorífica.

“Esta vez se agravó”

“Esto es cíclico. Cada tres o cuatro años tenemos incendios forestales en la zona. Esta vez se agravó, primero por la sequía histórica y también por la helada, que tampoco registraba antecedentes. A nuestros recursos los destinamos con prioridad a los incendios que tenemos que combatir todos los días en la ciudad, ahí dirigimos nuestras inversiones. Pero no tenemos muchas herramientas para las contingencias cíclicas. Hace 12 años que no se registraban focos similares, aunque no tuvieron esta intensidad y poder”, dijo a El Tribuno José Pacheco, sub jefe de los Bomberos Voluntarios de Orán.

“Es difícil de explicar lo que uno ve. El fuego viene avanzando por el cerro, lento pero viene. Es como que le cuesta, como que le falta oxígeno. Pero cuando llega a un camino, a un espacio vacío con una cantidad de aire importante, las llamas crecen. El aire lo hace respirar y es como que explota. Es increíble como pasa de un lado al otro. Viene como ahogado consumiendo todo a su paso, hasta que encuentra un callejón de oxígeno y salta para lo otra banda. Es notable cuando se aviva, las llamaradas crecen y se cruzan al frente. Lo vimos cruzar caminos y hasta quebradas. Es como si tuviera vida. El monte se prende como combustible cuando lo alcanzan las llamas. Tuvimos que aprender esta vuelta. Siempre se quemaba el monte pero no con esta magnitud y mucho menos que baje de las serranías hasta los cultivos”, grafica un productor del lugar.

Esas imágenes quedarán para siempre en las mentes de los que le vieron la cara al fuego. Algunos lo describen como una entidad que asume vida propia. Las condiciones de extrema sequía deshidratan el monte. Las plantas absorben del suelo toda el agua que pueden, pero cuando los niveles de humedad son muy bajos, el vegetal se estresa y comienza a secarse mientras libera etileno, un verdadero combustible natural.

Ariel Jurado es un ciudadano boliviano que compra caña de azúcar en Peña Colorada desde hace siete años. “Todavía quedan prendidos algunos árboles gruesos. Vino un año muy helado que ya había secado todas las ramas. Las hojas se cayeron al piso haciendo como un colchón, que enseguida ardió y se corrió mucho. Empezó por El Pelícano y se vino costeando la banda aquella y después saltó para acá. En esta parte las llamas tenían, por lo menos, entre ocho o diez metros. No sé cómo hace para pasar de una banda a la otra, pero el fuego salta. Era impresionante el humo. Por suerte el viento se lo llevó. No se veía a 30 metros de distancia, era como una neblina”, le contó a El Tribuno.

“Tenemos materiales mínimos”

El viernes 13 amaneció nublado en Orán. El cuartel de los bomberos voluntarios es uno de los más importantes de la provincia. Es el que más capacidad de agua tiene. El Gobierno le adeuda meses por el alquiler de las oficinas en donde opera el Sistema de Emergencias 911 de la ciudad norteña. La mayoría de los equipos que tienen son para combatir incendios urbanos y no como los que tuvieron que enfrentar en el monte durante estos días, en una de las peores temporadas que se recuerde en la zona. Los focos comenzaron a mediados de junio y duraron hasta el jueves 12 de agosto.

José Pacheco es el sub jefe de los Bomberos Voluntarios de Orán. Estaba agotado, como los 20 hombres con los que combatió el fuego y, aunque “la situación está controlada”, todavía tiene mucho trabajo. Es que Pacheco calcula que fueron entre 10.000 y 5.000 hectáreas las afectadas.

Los incendios más grandes fueron los del 15 y 16 de agosto en Aguas Blancas. Hubo focos importantes que fueron intencionales, como el de las cañas de bambú sobre la ruta 50. Hay tres autobombas en condiciones y una en reparación. Una de ellas se usa para dar una rápida reacción ante emergencias en la zona, que tiene unos 150.000 habitantes y una superficie equivalente a la mitad de la provincia de Tucumán. En Aguas Blancas hay dos autobombas fuera de servicio; en Embarcación hay dos, una fuera de servicio y en Pichanal hay una, que también está fuera de servicio. El cuartel de Orán todavía no recibió los $186.000 que el Gobierno nacional le asignó por el Plan Nacional de Manejo del Fuego.

“Tenemos los materiales mínimos e indispensables. Contamos con la ayuda invalorable de todos los cuarteles de la zona, Defensa Civil, el municipio, fuerzas de Seguridad y empresas privadas”, explicó. Pacheco sabe que la sociedad siempre se acuerda de los bomberos cuando llegan los incendios. “Para ser duro, muchos nos reclaman, pero a la hora de colaborar no lo hacen: ni en tiempos de paz, ni en tiempos de incendios”, agregó. Solo la zona céntrica de Orán tiene las bocas que les permiten a los bomberos obtener el agua de la red pública. Los barrios aledaños no cuentan con esas tomas.

Cada traje “estructural” de un bombero cuesta cerca de $6.000, pero son para incendios urbanos. “No tenemos trajes de monte, que son más cómodos y apropiados para nuestra zona. Los que tenemos los usamos, pero no son ideales para incendios forestales. Tenemos 12 trajes de monte y 25 trajes estructurales, de los cuales quedan 16, ya que el resto se rompió en esta contingencia”, dijo Pacheco.

“Necesitamos un carro que pueda entrar al monte. Los que tenemos, no pueden ingresar en algunos sectores de las serranías. Los que llegaron a Salta Capital serían ideales, serían más efectivos en esta zona. Un equipo aéreo parecería mucho pedir, pero puede ser muy importante. El 90% de los recursos nacionales quedan en la ciudad. Una autobomba como esas cuesta alrededor de $1.500.000. Al interior llegan mochilas y alguna que otra autobomba. Nos damos maña con lo que tenemos. Esto no es culpa de nadie, aunque podríamos estar más coordinados para llegar más preparados a estas situaciones. Tenemos que tener un plan un poco más ajustado”, finalizó Pacheco.

En una empresa petrolera que controla el pozo 5 del oleoducto Peña Colorada, cinco hombres tuvieron que frenar sin ayuda el avance de las llamas en los últimos días. La compañía había colaborado con la reparación de la autobomba de Aguas Blancas, pero cuando el fuego pasó por sus instalaciones, el vehículo no estaba operable.

Una batalla de 12 horas en un pozo de petróleo

Los empleados de una empresa petrolera que controla el pozo 5 del oleoducto Peña Colorada se alarmaron cuando las explosiones que llegaban desde los cerros empezaron a mostrar el martes sus columnas gigantes de humo blanco. Estaban parados sobre un pozo de petróleo que dejó de producir hace poco más de un mes, pero que abajo todavía tiene combustible y en la superficie se liberan gases muy volátiles. Un verdadero barril de pólvora en medio de un incendio. Por eso llamaron a los bomberos de Orán, que ordenaron desmontar 10 metros a la redonda para evitar que las llamas llegaran cerca. Después, los que se quedaron a combatir entendieron que, sin esa medida, la guerra contra el fuego se hubiera perdido.

La defensa del pozo 5 del oleoducto Peña Colorado se libró entre las 15 del miércoles y las tres de la mañana del jueves. Antes, los empleados habían vaciado las líneas que llevan el petróleo por cañerías.

Un cartel dice “Prohibido Fumar”, en la boca de descarga del combustible en que termina el oleoducto. A un metro de ahí el fuego dejó todo negro. Unas cuadras cerro arriba, siguiendo la tubería que quedó entre las llamas, se llega a una válvula. Otro cartel alerta: “Peligro”. Pero las huellas del fuego muestran que las llamas no siguieron la advertencia y quemaron todo a su paso. A unos kilómetros está el pozo de petróleo. Ahí fue la batalla.

Cuando llegó el fuego, los que defendían el pozo hicieron otro llamado a los bomberos, esta vez desesperado. En Aguas Blancas, la autobomba estaba en reparación y en Orán estaban ocupados combatiendo focos simultáneos, algunos intencionales.

Eran cinco personas; un tractor de una finca vecina y un chulengo con 5.000 litros de agua que aportó otro productor. Todos comprendieron que estaban solos. Las alternativas eran: luchar o dejar el pozo en manos del incendio. “Nos plantamos en el monte y dimos batalla”, dijo uno de esos cinco locos a El Tribuno.

Fue una escaramuza sin tregua. El fuego arremetía por todos los flancos posibles. Los hombres humedecían el perímetro para mantener alejadas las llamas. Fueron cerca de 12 horas en el medio de una selva ardiente que atropellaba desde el cerro queriendo conquistar ese círculo que defendían.

“Sabíamos que, si se acercaba mucho, se podía prender todo. Realmente nos arriesgamos. Las llamas eran de seis metros y era muy complicado respirar. Por suerte pudimos controlarlas”, relató un testigo.
 

 

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