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Desesperación y muerte en la madrugada de Reyes Magos

Domingo, 08 de septiembre de 2013 01:48

El 6 de enero de 1961, a las 5.35 de la madrugada, mientras todavía algunos niños dormían con un solo ojo para ver llegar a los Reyes Magos con los regalos que, ilusionados, habían pedido mediante la clásica cartita, sobre las vías del ferrocarril a la altura de Río Piedras, en la zona sur salteña, a pocos kilómetros de Metán,se desataba un infierno, que por milagro y por la prudencia del conductor del convoy no se convirtió en un baño de sangre, a pesar de que hubo que lamentar una muerte.

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El 6 de enero de 1961, a las 5.35 de la madrugada, mientras todavía algunos niños dormían con un solo ojo para ver llegar a los Reyes Magos con los regalos que, ilusionados, habían pedido mediante la clásica cartita, sobre las vías del ferrocarril a la altura de Río Piedras, en la zona sur salteña, a pocos kilómetros de Metán,se desataba un infierno, que por milagro y por la prudencia del conductor del convoy no se convirtió en un baño de sangre, a pesar de que hubo que lamentar una muerte.

El accidente

Esa fresca madrugada, descarriló un convoy formado por 14 vagones y una locomotora. Fue en una contracurva, en el km 1008, entre Río Piedras y Lumbreras. El tren, supuestamente, traía las respuestas a las cartas de los pequeños y el único muerto en el accidente, fue el Jefe de Brigada del vagón postal, Alberto Priolo. La formación había salido de una suave curva y se preparaba para ingresar a una contracurva. La velocidad, tal como dijeron los testigos y los mismos pasajeros, no superaba los 50 kilómetros por hora. Es decir, se desplazaba adecuadamente. Sin embargo algo pasó en las vías. Aparentemente el terraplén se había ablandado demasiado producto de las copiosas lluvias que habían caído días anteriores y esto produjo que los rieles quedaran montados en una especie de flan barroso y cedieran cuando la máquina entrara al sector y descarrilara y volcara de inmediato. El coche que le seguía a la máquina era el que cargaba correspondencia y que impactó con una fuerza brutal y se destruyó en su totalidad. Tres personas iban allí: el jefe de la Brigada Postal, Alberto Priolo quien murió en el acto y sus dos auxiliares, Ramón González y Leonardo Orellana, quienes resultaron con heridas de gravedad.

El convoy

El tren, perteneciente al Ferrocarril Belgrano había salido de Retiro la tarde anterior y su destino final era la ciudad de Salta. Sus pasajeros superaban el centenar y viajaban distribuidos entre los coches de primera y segunda clase y las confortables instalaciones del coche-cama. Además del carro descalabrado, iban otros nueve, de carga.

El desastre fue prácticamente total. Los testigos de la época cuentan que el convoy parecía un juguete destrozado por un niño caprichoso. Nadie lograba entender qué había ocurrido en esos segundos.

Sin embargo, de a poco, los pasajeros, muchos de los cuales se despertaron con el terrible impacto, comenzaron a bajar. Algunos estaban fuertemente golpeados, pero ninguno de gravedad, salvo los empleados postales.El vagón que llevaba el equipaje también quedó totalmente destrozado. Las mujeres trataban de cuidar a los niños y a los ancianos y después, los que estaban en condiciones recorrieron las vías entre medio de la desolación en busca de sus pertenencias o lo que quedara de ellas. Los daños, fueron, fudamentalmente, materiales.

Todavía no aclaraba cuando la gente de la zona comenzó a acercarse ofreciendo su ayuda. La mañana todavía estaba fresca y el shock de los pasajeros hacía que todo fuera más lento. A medida que fueron pasando los minutos comenzó a verse un fueguito por allá, unas pavas humeantes por acá y unos termos comenzaron a circular para darle energía a los sobrevivientes. Todavía había mucho que enfrentar.

El auxilio

Los primeros auxilios llegaron desde Metán. Las ambulancias y personal de salud asistieron a los heridos y trasladaron a los más delicados a Salta. Nada pudieron hacer por el Jefe de la Brigada. A las 9.20 llegó una formación que trasladó a los sobrevivientes a la capital provincial. La ansiedad casi jugó una mala pasada. Muchos de los pasajeros que esperaban en las orillas de las vías, se apresuraron a subir a los vagones que iban a buscarlos y no esperaron que se detuviera completamente la formación. También fue un milagro que nadie saliera herido por la desesperación desatada en esos momentos. Ese mismo día, a las 19.30 las vías ya estaban en condiciones para el tráfico normal, ya que se construyó un desvío.

 

 

Esta no es la historia de un crimen, es el breve relato de un milagro. La tapa de El Tribuno del 7 de enero mostraba el estado en que había quedado el convoy y las imágenes no logran responder la gran pregunta: ¿Cómo fue que no hubo más muertos? La locomotora estaba a cargo de Dante Taballioni, secundado por Antonio Gómez- Los guardas eran Emilio Romero y Juan González.

 

 

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