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La nueva revolución industrial norteamericana

Sabado, 17 de mayo de 2014 02:01

El Banco Mundial informó que en 2014 China superará el producto bruto estadounidense, medido en términos de capacidad de compra doméstica, aunque si se considera en términos absolutos el producto bruto chino superará al norteamericano recién en 2019. No obstante, a China le molesta ser considerada la primera potencia mundial. Enfatiza siempre que le falta mucho tiempo y esfuerzo para equipararse a Estados Unidos.

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El Banco Mundial informó que en 2014 China superará el producto bruto estadounidense, medido en términos de capacidad de compra doméstica, aunque si se considera en términos absolutos el producto bruto chino superará al norteamericano recién en 2019. No obstante, a China le molesta ser considerada la primera potencia mundial. Enfatiza siempre que le falta mucho tiempo y esfuerzo para equipararse a Estados Unidos.

Esta aparente paradoja de un país que parece querer ocultar un hecho histórico que sería un motivo de legítimo orgullo nacional, no es una simple argucia táctica para no despertar más resistencias a su estrategia de “ascenso pacífico” en el escenario mundial. Es cierto que Deng Xiaoping aconsejó “esconder las capacidades y saber esperar el momento”. Pero los chinos saben que EEUU protagoniza una extraordinaria transformación estructural, que no es cuantitativa sino cualitativa, cuyas consecuencias están llamadas a modificar el tablero del poder global.

Estados Unidos atraviesa una nueva revolución industrial. Su sector manufacturero vive un boom de productividad. Con una economía centrada en el sector servicios, la industria representa actualmente sólo el 9% de producto bruto interno. De una población de 300 millones de habitantes, ocupa nada más que 11.300.000 trabajadores. De ellos, solo cuatro millones se desempeñan en las líneas de montaje, ya que el resto trabaja en tareas administrativas o de servicios. Sin embargo, el sector industrial es autor del 60% de las exportaciones y el responsable del 75% del gasto privado en investigación y desarrollo.

Desde la crisis de 2008, la industria norteamericana creció cerca de un 30%, con una disminución similar de su fuerza de trabajo. En la última década, las horas de trabajo por cantidad de producto cayeron un 30% y el stock de equipos de alta tecnología aumentó cerca del 80%. Hay una completa digitalización de la industria manufacturera. Más de la mitad de la inversión ya no se realiza en bienes físicos sino en capitales intangibles, básicamente innovación científica, tecnológica y organizativa.

En ese contexto, los costos laborales disminuyen casi hasta la insignificancia. En muchos casos ascienden al 1% del costo total del producto. También pierde relevancia la noción de economía de escala. Con las nuevas tecnologías, los costos de producción dependen cada vez menos de la cantidad de productos. Esa enorme flexibilización de los instrumentos de producción posibilita ingresar en una era de particularización de los productos y de producción personalizada.

No es un dato coyuntural, sino una tendencia estructural. Las previsiones indican que los costos de los equipos de computación caerán en los próximos 20 años un 90% y que el costo de almacenamiento se reducirá en una centésima parte, mientras que la capacidad de procesamiento de la información se multiplicará por 200.

Esta nueva revolución industrial está fundada en dos cambios tecnológicos de enorme importancia. El primero surge de la aplicación a la producción de los impresionantes adelantos en el uso de Internet. El segundo es la explosión del “shale oil” y el “shale gas”, que modifica de raíz la ecuación energética mundial.

La nube

La revolución tecnológica de la “nube” (“cloud computing”) generó una plataforma global de computación. Miles de nuevas empresas tecnológicas (“stars up”) han desatado una ola de innovación de una velocidad inédita, cuyo epicentro está situado en Estados Unidos. Una vez más, Silicon Valley emerge como la cuna mundial de la innovación.

Hay una explosión de iniciativa privada, protagonizada por una multitud de emprendedores hiperconectados, con una edad promedio menor a los 30 años, que buscan nichos propios en el mercado global. Sus principales bienes de capital son “laptops”, con una capacidad de procesamiento de la información que se duplica en promedio cada 18 meses, mientras que en ese lapso sus costos caen a la mitad. El número de sitios de nuevos emprendedores digitales trepó de 240.000 a 2.600.000 entre 2008 y 2013, con una tasa de expansión del 50% anual, cuyo ritmo tiende a acelerarse.

Las grandes empresas de alta tecnología (Apple, Google, Facebook, Microsoft, Amazon, Cisco, IBM), todas estadounidenses, que en su conjunto reúnen una caja de inversión líquida de centenares de miles de millones de dólares, se han lanzado a una desenfrenada carrera de adquisición de “stars up” exitosas. En 2013, la compras de “stars up” digitales ascendieron a más de 200.000 millones de dólares.

Cuando compró WhatsApp, por una cifra de 19.000 millones de dólares, Mark Zuckenberg, el creador de Facebook, señaló: “Es un precio de ganga”. WhatsApp ha conseguido 465 millones de usuarios en cinco años, que serán 1.000 millones en otros cinco”. Como muestra del valor del capital intangible, vale acotar que WhastApp tiene 34 empleados.

El boom energético

En 2020, Estados Unidos será el primer productor mundial de petróleo, dejando atrás a Arabia Saudita. En 2015, se transformará en el primer productor mundial de gas, en lugar de Rusia. En 2035, alcanzará el autoabastecimiento energético.

Este logro es el resultado de la revolución del “shale oil” y del “shale gas”, que modificó la ecuación energética estadounidense. El “shale gas”, que en el 2000 era el 2% de la producción gasífera estadounidense, es hoy el 40%. Gracias al “shale oil”, la producción petrolera, en 5 años, creció 25% y lo hará en un 30% adicional en el próximo quinquenio.

Este boom energético aumenta cualitativamente las ventajas competitivas de la industria norteamericana frente a sus grandes competidores: China, Alemania y Japón. El costo del gas natural en EEUU equivale a un tercio del alemán y el 25% del nipón y el 40% del chino. En consecuencia, los costos de la industria estadounidense en rubros como la petroquímica y el acero sean inferiores a los de sus competidores chinos, alemanes, japoneses o surcoreanos.

Pero lo más singular de esta revolución energética es que no es el resultado del descubrimiento de nuevos yacimientos ni de la utilización de fuentes de energía alternativa. Su origen es también el cambio tecnológico. La utilización de la técnica de la “fractura hidráulica” le otorgó viabilidad a la explotación de yacimientos que antes estaban fuera de toda escala de competitividad.

La dirigencia china, dueña de una sabiduría milenaria y de un sentido del tiempo histórico ajeno a la lógica occidental, coincide con el diagnóstico de Fareed Zakaria, autor del famoso libro “El mundo después de América”, quien sostiene que la nueva era global no se caracteriza por el declive de Estados Unidos, sino por el “ascenso de los demás”, en primer lugar de China.

Beijing observa entonces esta nueva revolución industrial norteamericana y rememora también el axioma de Alexis de Tocqueville: “No es que Estados Unidos sean el futuro del mundo. Lo que sucede es que Estados Unidos es el lugar del mundo donde el futuro llega primero”. Su modestia ante las cifras del Banco Mundial, más que astucia, expresa realismo.

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