El viejo Fortunato, que la conocía, le aconsejó que, para distraerse y tener en qué ocuparse, criara gallinas.
-¿Gallinas? ¿Esas que ponen huevos?, preguntó la señorita Virginia. Pero yo no tengo espacio aquí! Además, me dijeron que ensucian todo!
-No se preocupe. Yo le armaré un gallinero con el que no tendrá problemas. Verá qué fácil y entretenido resulta!Y qué práctico!
-Sí... Pero, ¿qué clase de gallinas?
-Hay varias razas, señorita. Yo creo que a usted le vendría bien la Sussex Armiñada, que aparte de ser buenas ponedoras y dar excelente carne, son muy lindas. Yo le daré la dirección de una granja donde le harán buen precio. Con seis gallinas tendrá de sobra para empezar. Y un buen gallo.
El comedido Fortunato construyó un primoroso gallinero, y la señorita Virginia compró las aves.
Pasaron los días y sin novedades en el cacareo. Daba la impresión que todo marchaba al pelo.
Pero, Fortunato propone, y la señorita Virginia lo descompone. Un mediodía llamaron a la puerta del viejo Fortunato. Era la payogasteña Apolonia con un mensaje urgente: -Dice la señorita que vaya ya!
Ahí fue el viejo Fortunato. La señorita Virginia Vega lo esperaba con los brazos en jarra y cara desencajada.
-Esto es un infierno!, le dijo de entrada. Todo el santo día y la bendita noche se la pasan peleando! No puedo vivir así! Pase y vea!
El viejo Fortunato fue, vio y casi se cae de antarca. La media docena de gallinas Sussex estaba en un rincón cacareando para adentro. Y en medio del gallinero, seis gallos se sacaban las plumas y las hitas a picotazos!
-Pero, niña Virginia! ¿Para qué compró seis gallos? Para un gallinero hace falta un solo gallo!, dijo don Fortunato, que no atinaba a reír o a llorar. Optó por llorar de la risa.
-Qué dice, señor! Hay seis gallinas! Un gallo para cada una! ¿Usted se cree que esto es Sodoma? Esta es una casa decente, señor!
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El viejo Fortunato, que la conocía, le aconsejó que, para distraerse y tener en qué ocuparse, criara gallinas.
-¿Gallinas? ¿Esas que ponen huevos?, preguntó la señorita Virginia. Pero yo no tengo espacio aquí! Además, me dijeron que ensucian todo!
-No se preocupe. Yo le armaré un gallinero con el que no tendrá problemas. Verá qué fácil y entretenido resulta!Y qué práctico!
-Sí... Pero, ¿qué clase de gallinas?
-Hay varias razas, señorita. Yo creo que a usted le vendría bien la Sussex Armiñada, que aparte de ser buenas ponedoras y dar excelente carne, son muy lindas. Yo le daré la dirección de una granja donde le harán buen precio. Con seis gallinas tendrá de sobra para empezar. Y un buen gallo.
El comedido Fortunato construyó un primoroso gallinero, y la señorita Virginia compró las aves.
Pasaron los días y sin novedades en el cacareo. Daba la impresión que todo marchaba al pelo.
Pero, Fortunato propone, y la señorita Virginia lo descompone. Un mediodía llamaron a la puerta del viejo Fortunato. Era la payogasteña Apolonia con un mensaje urgente: -Dice la señorita que vaya ya!
Ahí fue el viejo Fortunato. La señorita Virginia Vega lo esperaba con los brazos en jarra y cara desencajada.
-Esto es un infierno!, le dijo de entrada. Todo el santo día y la bendita noche se la pasan peleando! No puedo vivir así! Pase y vea!
El viejo Fortunato fue, vio y casi se cae de antarca. La media docena de gallinas Sussex estaba en un rincón cacareando para adentro. Y en medio del gallinero, seis gallos se sacaban las plumas y las hitas a picotazos!
-Pero, niña Virginia! ¿Para qué compró seis gallos? Para un gallinero hace falta un solo gallo!, dijo don Fortunato, que no atinaba a reír o a llorar. Optó por llorar de la risa.
-Qué dice, señor! Hay seis gallinas! Un gallo para cada una! ¿Usted se cree que esto es Sodoma? Esta es una casa decente, señor!