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Julien Guinet: "Me vuelvo a Europa, pero extrañaré la calidez y espontaneidad de los salteños"

Domingo, 29 de mayo de 2016 01:30
Julien Guinet, pintando un mural en el pasaje Zorrilla y la calle Vicente López. Andrés Mansilla 
"...cuando uno se va y no vuelve canta llorando y se aleja" ("La arenosa", Manuel J. Castilla y Gustavo Leguizamón).
A mediados de junio el artista plástico francés Julien Guinet (32) volverá a Europa. Vive en nuestra ciudad desde 2006 y aquí, tal vez por azar, aportó una estética a la que el ojo salteño no estaba acostumbrado, pero que pronto estimaría.
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Sus dibujos realizados con estilógrafo sobre papel, "enmarañados y atiborrados de imágenes"; o sus grafitis, de figuras esmeradamente perfiladas y de líneas gruesas, hicieron salir a grupos nuevos para vestir de arte la ciudad.
Ayer El Tribuno encontró al "francés" tomando parte del II Encuentro Internacional de Muralistas "Salta a la calle".
Sus coordenadas lo habían ubicado en el pasaje Zorrilla y Vicente Solá. Allí estaba pintando a una "gordita", una de esas mujeres de curvas pulposas que se transformaron en íconos de su composición tan personal. "La verdad es que se me complicaron un poco las ventas, bajaron mucho. Entonces me dije: 'Bueno, no tengo muchas ganas de renegar. Tengo ganas de seguir trabajando en la pintura...' y además se suma el hecho de que estaba extrañando Francia", comenta.
Julien nació en Migennes, un pueblo ubicado en el centro de Francia. Cuando él tenía cinco años su familia se instaló en Mazamet, al sur. "El mío es un pueblito que no debe de tener más de diez mil habitantes. Se trata de una ciudad que tenía mucha plata porque trabajaba el cuero, pero que se quedó en el tiempo, que no evolucionó. Es un pueblito donde hay muchas personas mayores. Los jóvenes se van de los pueblos...", comenta acerca de esa migración doliente que también hace sangrar poblados del tierra adentro de Salta.
Julien experimentó con los grafitis desde 2002 y, tras incursionar en esa técnica, supo con el rigor de una verdad primordial que abandonaría su trabajo en una sucursal de Mc Donalds en Francia y que dedicaría su vida al arte.
Es autodidacta y aprendió a pintar en la calle con aerosoles. El crecimiento le traería una experimentación en otros soportes, materiales y técnicas como lienzo, papel, mural, instalaciones y escultura. A Salta llegó el 9 de julio de 2006. Venía de un paso por Buenos Aires, también por Córdoba. Dispuesto a unas extensas vacaciones de seis meses, eligió Salta para proyectar su obra. "No había murales. Había un par de murales más clásicos, pero dos o tres, no más que eso. Fui el primero en pintar con aerosol en Salta, no existía la movida grafitera como en Francia. Empecé yo solo y se sumaron un par de personas más. Ahora somos como diez pintando en la calle", sostiene.
El grafiti es una actividad ilícita, pero que recibe mayor o menor beneplácito social.
"En Francia yo ya pintaba las paredes y vine acá diciendo que era lo que hacía allá. Empecé pidiendo permiso y la gente me permitió rápidamente y sin problemas que pinte", recuerda.
Hacerse de un nombre en estos pagos no le llevó tanto tiempo. "Cuando yo llegué acá la gente no le daba tanta pelota a la cultura, sino que era algo más bien marginal. En los diez últimos años, a nivel cultural el país en general empezó a desarrollarse y la gente tuvo más interés en el arte. Hubo exhibiciones mías en museos y bares, y la gente empezó a escuchar mi nombre, que por resonante lo recordaba", relata. Sin embargo, no supo hasta un incidente puntual que aquí su obra estaba creando pertenencia.
"Había pintado en España y Las Heras y una mujer le tiró pintura a ese mural. Entonces El Tribuno sacó una nota y Canal 11 me hizo una nota y ahí la gente empezó a hablar de mí, a mirar más mi trabajo", dice. Añade que el interés fue de calidad. "La gente empezó a ver que lo que hacíamos no era manchar paredes, sino que había un trabajo artístico. Empezaron a valorar el trabajo y había muchos actores que dieron lugar a los jóvenes, a dejarnos participar de varias actividades", comenta. Y sus remembranzas lo llevan a escenarios como El Mamoré, una galería en Tres Cerritos, el Plaza de Almas de aquel entonces, El Palacio Galerías y El Teatrino primigenio.
El mural es una expresión impetuosa. Si volvemos la mirada hacia el periodo histórico en que tuvo su auge nos desplazaremos hasta años después de la Revolución Mexicana de 1910, considerada la primera gran mobilización social en la América Latina del siglo XX.
A Rivera, Orozco y Siqueiros les significó un arte pública y colectiva, que rompía con el individualismo de la pintura de caballete. Estos muralistas creían que el mural por sí solo podría redimir artísticamente a un pueblo que había olvidado la grandeza de su civilización precolombina durante siglos de opresión extranjera y de expoliación por parte de las oligarquías nacionales, culturalmente volcadas a la metrópolis española. Por lo tanto, produjeron obras en lugares públicos para que todos las pudiesen ver. Ese era el espíritu.
Aquí en Salta reconocidos muralistas como Martín Córdoba y el propio Guinet coinciden en que al ojo artístico del salteño lo velan las gruesas pestañas del servilismo turístico. "Hoy (por ayer) vino una señora y me dijo: '¡Qué lindo! ¿pero por qué no pintan un paisaje para el turista?'. Como si el turista... y yo me acuerdo de que cuando llegué no estaba buscando pinturas de paisajes norteños. Había una visión -aún la hay- de que el mural tenía que gustarle al turista o que tenía que representar la provincia. Eso fue cambiando", señala. Añade que la perspectiva de que el visitante busca peñas "es una visión reducida de las cosas". Pero, respetuoso, dice: "Pueden convivir esas dos formas de expresión: el folclore, con lo clásico, y eso en lo que Salta se está convirtiendo. Dependerá de la educación y de la forma de percibirlo". Julien se va de Salta -su pago por qué no- agradecido. "La gente me recibió, me aceptó, me permitió progresar y me ayudó muchísimo. Esa mano no la habría encontrado en Francia. Acá el salteño que te puede ayudar te va a ayudar, y si te puede recibir te va a recibir. Las de allá son ciudades más cerradas y acá la gente se toma el tiempo de escuchar... Esa calidad que tiene acá la gente es lo que me gusta", reflexiona, extrañando por anticipado. Julien dice que en dos años pegará la vuelta. Y si como en el duelo de contrapunto del Moreno y el Martín Fierro "el tiempo solo es tardanza de lo que está por venir" la mujer de amplias caderas que pinta en la intersección de Zorrilla y Vicente López nos da una pista: tiene puesta la camiseta de Argentina.

Extrañar, anticipado

Julien de inmediato pasará por Francia para ver a su familia (abuelos, padre, hermana, tíos y un sobrino), pero se afincará en Barcelona. "Creo que me acostumbré mucho a la calidez de la gente, y eso no lo encuentro en Francia. Barcelona es grande, allí residen muchos argentinos y el español es más cálido que el francés. Lo que encontré acá me gustaría volver a encontrarlo allá", dice. Ya extraña Salta: "Me acostumbré a Salta, a la forma de manejarse entre ustedes, con el trabajo mutuo. Me gusta la espontaneidad del argentino. Allá arreglar una muestra en una galería se hace con mucha anticipación".

Los elegidos de Julien

El locro

El guiso a base de maíz y porotos blancos, zapallo, carne y embutidos enamoró al francés. Lleva panceta, chorizo colorado, cuero de chancho, tripa, cebolla, pimiento rojo y sal. Se sirve con cebolla verde y aceite de pimentón.

El buen vino

Julien confiesa que antes de llegar a Salta era abstemio. Aquí se aficionó a los vinos de las bodegas Amalaya y Colomé. "Entre todos los sabores de esta tierra me quedo con el de los vinos", señala.

El Cuchi

Julien les prestó buenos oídos a las zambas, chacareras, carnavalitos y vidalas -muchas veces con letras de Castilla- que Gustavo Leguizamón le legó a la música argentina y universal.
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"...cuando uno se va y no vuelve canta llorando y se aleja" ("La arenosa", Manuel J. Castilla y Gustavo Leguizamón).
A mediados de junio el artista plástico francés Julien Guinet (32) volverá a Europa. Vive en nuestra ciudad desde 2006 y aquí, tal vez por azar, aportó una estética a la que el ojo salteño no estaba acostumbrado, pero que pronto estimaría.
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Sus dibujos realizados con estilógrafo sobre papel, "enmarañados y atiborrados de imágenes"; o sus grafitis, de figuras esmeradamente perfiladas y de líneas gruesas, hicieron salir a grupos nuevos para vestir de arte la ciudad.
Ayer El Tribuno encontró al "francés" tomando parte del II Encuentro Internacional de Muralistas "Salta a la calle".
Sus coordenadas lo habían ubicado en el pasaje Zorrilla y Vicente Solá. Allí estaba pintando a una "gordita", una de esas mujeres de curvas pulposas que se transformaron en íconos de su composición tan personal. "La verdad es que se me complicaron un poco las ventas, bajaron mucho. Entonces me dije: 'Bueno, no tengo muchas ganas de renegar. Tengo ganas de seguir trabajando en la pintura...' y además se suma el hecho de que estaba extrañando Francia", comenta.
Julien nació en Migennes, un pueblo ubicado en el centro de Francia. Cuando él tenía cinco años su familia se instaló en Mazamet, al sur. "El mío es un pueblito que no debe de tener más de diez mil habitantes. Se trata de una ciudad que tenía mucha plata porque trabajaba el cuero, pero que se quedó en el tiempo, que no evolucionó. Es un pueblito donde hay muchas personas mayores. Los jóvenes se van de los pueblos...", comenta acerca de esa migración doliente que también hace sangrar poblados del tierra adentro de Salta.
Julien experimentó con los grafitis desde 2002 y, tras incursionar en esa técnica, supo con el rigor de una verdad primordial que abandonaría su trabajo en una sucursal de Mc Donalds en Francia y que dedicaría su vida al arte.
Es autodidacta y aprendió a pintar en la calle con aerosoles. El crecimiento le traería una experimentación en otros soportes, materiales y técnicas como lienzo, papel, mural, instalaciones y escultura. A Salta llegó el 9 de julio de 2006. Venía de un paso por Buenos Aires, también por Córdoba. Dispuesto a unas extensas vacaciones de seis meses, eligió Salta para proyectar su obra. "No había murales. Había un par de murales más clásicos, pero dos o tres, no más que eso. Fui el primero en pintar con aerosol en Salta, no existía la movida grafitera como en Francia. Empecé yo solo y se sumaron un par de personas más. Ahora somos como diez pintando en la calle", sostiene.
El grafiti es una actividad ilícita, pero que recibe mayor o menor beneplácito social.
"En Francia yo ya pintaba las paredes y vine acá diciendo que era lo que hacía allá. Empecé pidiendo permiso y la gente me permitió rápidamente y sin problemas que pinte", recuerda.
Hacerse de un nombre en estos pagos no le llevó tanto tiempo. "Cuando yo llegué acá la gente no le daba tanta pelota a la cultura, sino que era algo más bien marginal. En los diez últimos años, a nivel cultural el país en general empezó a desarrollarse y la gente tuvo más interés en el arte. Hubo exhibiciones mías en museos y bares, y la gente empezó a escuchar mi nombre, que por resonante lo recordaba", relata. Sin embargo, no supo hasta un incidente puntual que aquí su obra estaba creando pertenencia.
"Había pintado en España y Las Heras y una mujer le tiró pintura a ese mural. Entonces El Tribuno sacó una nota y Canal 11 me hizo una nota y ahí la gente empezó a hablar de mí, a mirar más mi trabajo", dice. Añade que el interés fue de calidad. "La gente empezó a ver que lo que hacíamos no era manchar paredes, sino que había un trabajo artístico. Empezaron a valorar el trabajo y había muchos actores que dieron lugar a los jóvenes, a dejarnos participar de varias actividades", comenta. Y sus remembranzas lo llevan a escenarios como El Mamoré, una galería en Tres Cerritos, el Plaza de Almas de aquel entonces, El Palacio Galerías y El Teatrino primigenio.
El mural es una expresión impetuosa. Si volvemos la mirada hacia el periodo histórico en que tuvo su auge nos desplazaremos hasta años después de la Revolución Mexicana de 1910, considerada la primera gran mobilización social en la América Latina del siglo XX.
A Rivera, Orozco y Siqueiros les significó un arte pública y colectiva, que rompía con el individualismo de la pintura de caballete. Estos muralistas creían que el mural por sí solo podría redimir artísticamente a un pueblo que había olvidado la grandeza de su civilización precolombina durante siglos de opresión extranjera y de expoliación por parte de las oligarquías nacionales, culturalmente volcadas a la metrópolis española. Por lo tanto, produjeron obras en lugares públicos para que todos las pudiesen ver. Ese era el espíritu.
Aquí en Salta reconocidos muralistas como Martín Córdoba y el propio Guinet coinciden en que al ojo artístico del salteño lo velan las gruesas pestañas del servilismo turístico. "Hoy (por ayer) vino una señora y me dijo: '¡Qué lindo! ¿pero por qué no pintan un paisaje para el turista?'. Como si el turista... y yo me acuerdo de que cuando llegué no estaba buscando pinturas de paisajes norteños. Había una visión -aún la hay- de que el mural tenía que gustarle al turista o que tenía que representar la provincia. Eso fue cambiando", señala. Añade que la perspectiva de que el visitante busca peñas "es una visión reducida de las cosas". Pero, respetuoso, dice: "Pueden convivir esas dos formas de expresión: el folclore, con lo clásico, y eso en lo que Salta se está convirtiendo. Dependerá de la educación y de la forma de percibirlo". Julien se va de Salta -su pago por qué no- agradecido. "La gente me recibió, me aceptó, me permitió progresar y me ayudó muchísimo. Esa mano no la habría encontrado en Francia. Acá el salteño que te puede ayudar te va a ayudar, y si te puede recibir te va a recibir. Las de allá son ciudades más cerradas y acá la gente se toma el tiempo de escuchar... Esa calidad que tiene acá la gente es lo que me gusta", reflexiona, extrañando por anticipado. Julien dice que en dos años pegará la vuelta. Y si como en el duelo de contrapunto del Moreno y el Martín Fierro "el tiempo solo es tardanza de lo que está por venir" la mujer de amplias caderas que pinta en la intersección de Zorrilla y Vicente López nos da una pista: tiene puesta la camiseta de Argentina.

Extrañar, anticipado

Julien de inmediato pasará por Francia para ver a su familia (abuelos, padre, hermana, tíos y un sobrino), pero se afincará en Barcelona. "Creo que me acostumbré mucho a la calidez de la gente, y eso no lo encuentro en Francia. Barcelona es grande, allí residen muchos argentinos y el español es más cálido que el francés. Lo que encontré acá me gustaría volver a encontrarlo allá", dice. Ya extraña Salta: "Me acostumbré a Salta, a la forma de manejarse entre ustedes, con el trabajo mutuo. Me gusta la espontaneidad del argentino. Allá arreglar una muestra en una galería se hace con mucha anticipación".

Los elegidos de Julien

El locro

El guiso a base de maíz y porotos blancos, zapallo, carne y embutidos enamoró al francés. Lleva panceta, chorizo colorado, cuero de chancho, tripa, cebolla, pimiento rojo y sal. Se sirve con cebolla verde y aceite de pimentón.

El buen vino

Julien confiesa que antes de llegar a Salta era abstemio. Aquí se aficionó a los vinos de las bodegas Amalaya y Colomé. "Entre todos los sabores de esta tierra me quedo con el de los vinos", señala.

El Cuchi

Julien les prestó buenos oídos a las zambas, chacareras, carnavalitos y vidalas -muchas veces con letras de Castilla- que Gustavo Leguizamón le legó a la música argentina y universal.
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