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Cumbre de presidentes en un mundo en crisis

Domingo, 25 de noviembre de 2018 00:15

La reunión del G 20 alterará esta semana la vida de Buenos Aires y los vuelos de todo el país, supondrá para el Tesoro un desembolso estimado en cerca de 75 millones de dólares y pondrá a prueba al sistema de seguridad del país.

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La reunión del G 20 alterará esta semana la vida de Buenos Aires y los vuelos de todo el país, supondrá para el Tesoro un desembolso estimado en cerca de 75 millones de dólares y pondrá a prueba al sistema de seguridad del país.

Como contrapartida, la Argentina ratificará la decisión de "volver al mundo", organizando uno de los hechos diplomáticos más importantes de nuestra historia.

En el selecto espacio de Puerto Madero se reunirán los mandatarios de 19 países y la Unión Europea. Se trata de las naciones donde viven dos tercios de la población del mundo, y representan el 80% del comercio y el 85% de la riqueza producida en el planeta. Entre los visitantes se cuentan los líderes más poderosos del planeta: Donald Trump (Estados Unidos), Vladimir Putin (Rusia), Xi Jinping (China), Emmanuel Macron (Francia), Theresa May (Reino Unido), Angela Merkel (Alemania), Shinzo Abe (Japón) y Justin Trudeau (Canadá).

Esta cumbre de presidentes será la caja de resonancia de los grandes problemas que hoy afronta la política internacional. Dentro de la agenda, el resultado del encuentro entre Yi Jinping y Trump es uno de los puntos que genera mayor expectativa. La guerra comercial entre las principales potencias económicas es el conflicto más profundo del mundo en el siglo XXI. Y es una disputa por la hegemonía en un escenario que ha cambiado mucho desde la implosión soviética.

El trasfondo de este conflicto se agudiza hoy por el auge de las corrientes antiglobalizadoras, que unen, paradójicamente, a los movimientos de izquierda y a los partidos (y gobiernos) neofascistas de Europa. Es probable que en Buenos Aires vuelvan a producirse los poco diplomáticos desplantes del presidente norteamericano, especialmente, por cuestiones vinculadas a la política de "EEUU primero", y por los cambios en el régimen arancelario impuestos por Trump desde que asumió hace dos años.

En lo que atañe a nuestra región, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil es un revulsivo que parece anticipar un cambio drástico de estrategias en el Mercosur, en una región donde el bolivarianismo ya es una anécdota del pasado. La impronta de los cuatro países coincide ahora en buscar acuerdos de libre comercio con las potencias.

La confrontación de fondo en torno de la globalización se verá reflejada en las calles porteñas, y probablemente de todo el país, donde las organizaciones sociales protestarán contra el G20, algunos activistas tratarán de ejecutar acciones violentas y, en tanto, los organismos de seguridad, con fuerte apoyo internacional, deberán redoblar esfuerzos para prevenir actos terroristas.

Es probable y deseable que, en un futuro no lejano, por razones de economía y seguridad, estas cumbres se realicen a través de teleconferencia.

Para la Argentina resulta una deferencia importante que Mauricio Macri haya presidido hasta ahora el G 20, aunque ya es evidente que el alineamiento inequívoco con el nuevo orden mundial puesto de manifiesto por el gobierno de Cambiemos no ha alcanzado para lograr el objetivo más esperado, que es el de la inversión extranjera en actividades productivas.

El excepcional apoyo del Fondo Monetario Internacional expresa la confianza de los gobiernos de EEUU y Europa, pero la economía sigue en recesión y los objetivos de "pleno empleo" y "pobreza cero" se convirtieron en promesas vacías.

El rol de anfitrión contrasta con la incertidumbre económica de la Argentina, la ausencia de un rumbo claro en materia económica y los vaivenes del Banco Central que llevaron a nuestra economía muy cerca del default.

La cumbre del G20 debe dejar algunas enseñanzas para el gobierno y la oposición. La inserción del país en el mundo es imprescindible, pero requiere una definición precisa de los intereses nacionales, a los cuales debe subordinarse cualquier alianza. Esos intereses deben vertebrar una estrategia, con objetivos a largo plazo que trasciendan a los gobiernos y las ideologías. Si este compromiso no se asume, el reconocimiento de los problemas que nos agobian no superará nunca, con ningún presidente, el plano de la declamatoria.

 

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