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Una italiana atraviesa en bicicleta paisajes y climas del noroeste argentino

A bordo de su bici modelo VSF TX-400, Alessandra Villa recorrió los Valles Calchaquíes por la ruta 68 y por la 40. Pronto, desde la frontera con Bolivia llegará de nuevo a Salta y luego irá hacia el sur del país.
Domingo, 04 de noviembre de 2018 00:50

Una mujer italiana eligió el noroeste argentino, por sus paisajes bellísimos y climas diversos, para comenzar un viaje que la llevará durante cinco meses por la Argentina y por Chile, a bordo de su bicicleta modelo VSF TX-400.

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Una mujer italiana eligió el noroeste argentino, por sus paisajes bellísimos y climas diversos, para comenzar un viaje que la llevará durante cinco meses por la Argentina y por Chile, a bordo de su bicicleta modelo VSF TX-400.

En la primera semana, Alessandra Villa atravesó la ruta nacional 68 rumbo a Cafayate y luego la 40, hacia Cachi, desde donde volvió por la Cuesta del Obispo. Después de hacer una escapada a Bolivia para conocer el Salar de Uyuni y Sud Lípez, volverá en bici desde la frontera, en Jujuy, hasta Salta Capital, desde donde seguirá rumbo al sur. Sus andanzas se pueden seguir a través de Facebook, en “laltrofarwest”, y de Instagram, en “vsftx400”.

Alessandra es profesora universitaria en Francia, desde hace 15 años, y una apasionada de la bicicleta. Este año decidió pedir una licencia para hacer este viaje por el Cono Sur de Sudamérica y, al mismo tiempo, un viaje interior para decidir si deja la docencia para dedicarse a ser guía de turismo verde, como se conoce en Europa al que se hace con medios de transporte no contaminantes, como la bicicleta.

“Este viaje, además de ser un placer personal, una experiencia que quería hacer para conocer lugares que vi solo en libros, es también una especie de ejercitación para lo que quiero hacer después”, contó. 

Alessandra confesó que, si bien le gusta mucho su trabajo, en los últimos años, debido a las reformas que hubo en los estados europeos, que llevan a financiar menos las universidades, es muy difícil enseñar bien a los estudiantes. “Esto es un poco deprimente”, apuntó.

Siempre quiso hacer un viaje largo pero, por las responsabilidades del trabajo, nunca tenía demasiadas vacaciones. Entonces pensó: “Cuando me jubile, haré las cosas que ahora no puedo hacer”. Sin embargo, se dio cuenta de que cuando llegue ese momento, tendrá 67 años y pocas fuerzas. Además, no sabe si vivirá tanto ni si se jubilará, por las reformas de pensiones que hay en Europa.

Alessandra sabe que este viaje es un privilegio ya que lamentablemente no todas las personas pueden estar un año sin sueldo. Para financiarse, ahorró dinero antes y lo habló con su marido, con quien comparte los compromisos familiares. 

Tras recorrer Salta y Jujuy, Alessandra viajará hasta Mendoza y cruzará a Chile. Allí se quedará un tiempo porque su marido irá a visitarla y pasearán juntos por los lagos chilenos. Después, tomará la Carretera Austral, desde Puerto Montt a Villa O’Higgins, y desde allí volverá a cruzar la frontera y llegará a El Chaltén, para terminar con el Fitz Roy y el glaciar Perito Moreno y, si es posible, conocer Torres del Paine, en el sur chileno. El único compromiso que tiene es el pasaje de vuelta desde Buenos Aires, a fines de febrero.

Lo más difícil de esta travesía fue separarse de su pareja, de su mamá, de su papá y de sus amigos y amigas, aunque las nuevas tecnologías le permiten estar en contacto todo el tiempo, incluso en lugares remotos.

El viajar sola no fue una decisión buscada: “Me habría encantado viajar con mi marido o con amigos pero no era posible y me parecía un sacrificio más grande renunciar al viaje que hacerlo sola”. Consideró que, por un lado, esto es más inseguro porque una persona sola es más frágil: “Es más fácil atacarla, robarle la bici o el dinero”. Por otro lado, opinó que es una fortaleza: “Es evidente que soy frágil. Por eso, las personas que me encuentran no tienden a ser agresivas conmigo porque no represento ningún peligro. Además, atacarme sería una cobardía”.

Para ella, viajar sola es, al mismo tiempo, fácil y difícil: “Es lindo porque se puede llevar el ritmo propio. Cuando se viaja con alguien hay que adaptarse al ritmo del compañero: no solo en la velocidad sino también al decidir cuándo parar o cuándo seguir adelante. En cambio, sola se hace lo que se quiere. Hay una autonomía total, que es muy linda y que también es cara. Se paga mucho porque hay que dominar cada momento del día, tanto psicológicamente como desde el punto de vista organizativo. Hay que hacer todo”.

El género, también en bici

Alessandra comentó que, después de haber viajado en bici por Marruecos, sabe que no es indiferente ser mujer o ser varón, aunque ella preferiría que fuera así. Contó que en este país africano, una mujer que viaja sola es mal vista. “Soy ciclista, soy una persona. Lo importante es que viajo en bici. Esa es mi característica determinante pero entiendo que no es posible que todos me vean en este modo ascético, asexuado. Por eso, sé que tengo que tener una actitud cautelosa o, por lo menos, prudente con las personas que encuentro”.

Dijo que con las mujeres se relaciona más fácil porque no hay ninguna amenaza. En cambio, con los hombres trata de ser prudente porque no sabe a quién tiene enfrente: “Desde cierto punto de vista, es frustrante porque pierdo la ocasión de entrar en contacto con las personas con más naturalidad pero el mundo es así, no puedo cambiarlo. Como mujer, debo ser más prudente. Si fuese un hombre, podría permitirme más libertad”.

Más de 20 años de viajes sobre dos ruedas

Alessandra recorrió bastante Europa, Marruecos y EEUU.

Desde hace 20 años, Alessandra viaja en bici durante sus vacaciones. Recorrió muchísimo Alemania porque este país dispone, desde hace más de 40 años, de una red de ciclovías casi perfecta y casi tan densa como la de autopistas: “Se puede andar por todos lados en bici. Es una red excepcional”. Holanda y Dinamarca también tienen redes muy buenas y en Francia se está creando una parecida a la alemana. Esto permite conocer la zonas menos turísticas fuera de las ciudades.

Después de recorrer bastante Europa, Alessandra quiso conocer otros destinos. El primer país que visitó fue Marruecos. Luego, hizo viajes más largos en Estados Unidos, una vez, por dos meses y otra, por un mes y medio: “El cambio con respecto a Europa es notable, no solo por el paisaje, sino también por la vastedad del territorio, que es incomparable”. Mencionó que las distancias entre las etapas son inmensas y que es necesario prever cosas prácticas, como la cantidad de agua que se lleva y la protección ante el viento y ante animales peligrosos.

Cuando decidió hacer un viaje aun más largo, consultó a varios ciclistas que viajaron por el mundo, quienes le recomendaron recorrer el sudeste asiático, Asia central y Sudamérica. Por distintos motivos, no la convencían ninguna de las primeras opciones y se decidió por América del Sur, donde hay espacios amplios, que no son extremos, y en los que no hay mucha civilización: “Es una parte del mundo, donde puedo viajar mucho tiempo viendo paisajes muy diversos y atravesando climas muy distintos”. Se decidió por la Argentina y Chile porque son seguros y tienen una cultura bastante cercana a la que conoce. 

Partió con un poco de miedo de Europa porque nunca había estado en Sudamérica y no sabía qué esperar. Además, no conocía el idioma. Sin embargo, a medida que avanzaba, empezó a confiar más en las personas con las que se encontraba, que le dieron indicaciones, la hospedaron por la noche, la ayudaron con el teléfono... Por eso, ahora viaja mucho más tranquila y no tiene miedo “a priori”, más allá de que está en un país extranjero, de que está sola y de que es mujer: “Puede sucederme algo desagradable, como en cualquier parte del mundo.
Alessandra trajo su propia bici en avión, lo que fue “muy incómodo y bastante caro” pero prefirió pagar este costo: “Viajar en bici por muchos meses implica una especie de simbiosis con ella. Se necesita conocerla por comodidad: después de años, la ergonomía se perfeccionó y, sobre todo, se sabe repararla”. Lo bueno es que, después, no debe preocuparse por el transporte. Los grandes gastos son la comida y el alojamiento, que a menudo son campings o casas de personas que ofrecen su hospitalidad. 

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