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China y el Vaticano, cada vez más cerca

Martes, 13 de febrero de 2018 00:00

Después negociaciones desarrolladas en el mayor sigilo, como corresponde a los dos cuerpos diplomáticos más antiguos del planeta, el gobierno chino y el Vaticano parecen cerca de materializar un acuerdo que puede significar uno de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XXI, puesto que simbolizaría el encuentro entre las expresiones más relevantes de la civilizaciones de Oriente y Occidente.

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Después negociaciones desarrolladas en el mayor sigilo, como corresponde a los dos cuerpos diplomáticos más antiguos del planeta, el gobierno chino y el Vaticano parecen cerca de materializar un acuerdo que puede significar uno de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XXI, puesto que simbolizaría el encuentro entre las expresiones más relevantes de la civilizaciones de Oriente y Occidente.

La demostración más cabal de ese acercamiento son las declaraciones de monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, el obispo argentino que preside la Academia de Ciencias del Vaticano, quien tras una visita a Beijing no tuvo ningún empacho en afirmar que "en este momento, los que mejor realizan la doctrina social de la Iglesia son los chinos". Es probable que haya sido el elogio internacionalmente más significativo recibido por el comunismo chino en toda su historia.

El "Global Times", un diario editado inglés considerado como un órgano oficioso del Partido Comunista Chino para la comunidad internacional, en un artículo titulado "Las relaciones China - Vaticano", destacó que "los medios masivos occidentales han dado amplia cobertura a los progresos en las negociaciones sino - vaticanas". Subraya que el Papa "goza de una imagen positiva en la opinión pública china.

Simultáneamente, el secretario de Estado Vaticano, monseñor Pietro Parolin, y Greg Burke, vocero del papa Francisco, salieron a la palestra para informar sobre el diálogo entre la Santa Sede y China. En un tono medido, ambos aludieron a la denuncia del cardenal emérito de Hong Kong, Joseph Zen, un prelado de 87 años que lidera el ala de jerarquía eclesiástica china más intransigente con el régimen de Beijing, quien en su blog personal advirtió que la diplomacia vaticana estaba "liquidando a la Iglesia en China".

Días antes, el "AsiaNews.it", un sitio de internet que informa sobre la región, había revelado que ambas partes avanzan hacia un entendimiento para superar el diferendo acerca de la designación de los obispos, lo que cerraría la brecha entre la Iglesia Católica china reconocida por el Vaticano pero ilegalizada por el régimen comunista y la Asociación Católica Patriótica, una organización paralela fundada en 1957, desconocida por la Santa Sede pero apoyada por Beijing.

Al César lo que es del César

La controversia sobre el nombramiento de obispos tiene la virtud de condensar en un punto la cuestión de fondo: para los comunistas chinos, es inadmisible que una autoridad extranjera tenga potestad sobre cualquier asunto interno, incluso de índole religiosa. Este obstáculo establece una diferencia entre la relación del régimen comunista con la Iglesia Católica y las que mantiene con otros cultos religiosos, como los grupos evangélicos o la minoría musulmana, que no presentan ese inconveniente.

Desde la creación de la Asociación Católica Patriótica, los católicos chinos, que según las distintas estimaciones oscilan entre los doce y los vente millones, quedaron separados en dos comunidades: una abierta, tolerada por el régimen, y otra subterránea, virtualmente clandestina. Hay obispos “legítimos”, designados por la Santa Sede pero desconocidos por las autoridades, y obispos “ilegítimos”, nombrados por la Asociación Patriótica sin el reconocimiento de Roma. Con el tiempo, tanto la Iglesia como el régimen comunista flexibilizaron sus conductas. Muchos obispos “ilegítimos” pidieron y obtuvieron la autorización papal, sin perder el aval del régimen. Recientemente las autoridades chinas fueron más allá y solicitaron a la Santa Sede la legalización del estado de siete obispos “ilegítimos”, tres de ellos excomulgados. 

En este contexto, Francisco tomó una decisión audaz, que desató la ira del cardenal Zen, al solicitar a dos obispos de la Iglesia oficial que renunciaran a sus diócesis para dar lugar a sendos obispos “ilegítimos”. Esa concesión estaría atada a un acuerdo mayor: la Santa Sede requeriría el consentimiento de Beijing para la designación de obispos y el régimen comunista reconocería la autoridad del Papa sobre toda la Iglesia Católica en China. 

Parolin, quien como nuncio apostólico en Hanoi logró la normalización de las relaciones entre la Santa Sede y Vietnam, manifestó el propósito de “llegar, cuando Dios quiera, a no tener que hablar de obispos “legítimos” e “ilegítimos”, “clandestinos” y “oficiales”, en la Iglesia china”.

Iglesia de características chinas

Desatar ese nudo gordiano de las designaciones episcopales es una condición necesaria pero no suficiente para la normalización de las relaciones entre China y el Vaticano. Para Beijing, la Iglesia Católica tiene que quitarse el estigma de su asociación con el colonialismo europeo, que la introdujo a sangre y fuego en el siglo XIX, para posibilitar el nacimiento de un catolicismo “con características chinas”. No casualmente, el sacerdote jesuita Francisco Lombardi, exvocero vaticano y actual titular de la Fundación Joseph Ratzinger, acaba de subrayar la posibilidad de construir una Iglesia “plenamente china y plenamente católica”. 

Francisco, por su formación jesuítica, tiene fresca la historia de Mateo Ricci, un sacerdote de la Compañía de Jesús que vivió en China desde 1582 hasta su muerte en 1610, fue un estudioso de Confucio e impulsó un peculiar sincretismo entre la fe católica y las tradiciones de esa civilización milenaria. Ricci fue el único extranjero cuyo cuerpo fue enterrado en la Ciudad Prohibida. En 2010, al cumplirse 400 años de su fallecimiento, la televisión china sostuvo que “Ricci fue la primera personalidad extranjera en ganarse la confianza del pueblo chino e inspirar su curiosidad por el mundo occidental”.

Pero Francisco sabe también que la epopeya de Ricci fue frustrada luego de su muerte por la “querella de los ritos”, cuando el Vaticano condenó las prácticas de la incipiente comunidad católica china vinculadas al “culto de los antepasados”, que los jesuitas alentaron para armonizar su prédica evangelizadora con las costumbres ancestrales. En la visión de este Papa latinoamericano y jesuita, la expansión del catolicismo en China, que con sus 1.400 millones de habitantes es también el “mercado de almas” más importante del planeta, exigirá una doble adecuación: de China hacia la presencia vigorosa de la Iglesia y de la Iglesia hacia la influencia de la cultura china.

 

 

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