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Visita estudiantil al ingenio San Isidro en 1930

Una treintena de alumnas del colegio Santa Rosa de Viterbo viajaron a Campo Santo y en su itinerario debieron usar tres medios distintos de transporte: tranvía urbano, tren con máquina a vapor y “breques” tracción a sangre.
Sabado, 12 de mayo de 2018 23:56

En abril de 1930 llegó una invitación del ingenio San Isidro para que las estudiantes del Colegio Santa Rosa de Viterbo visiten y conozcan su establecimiento de Campo Santo.

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En abril de 1930 llegó una invitación del ingenio San Isidro para que las estudiantes del Colegio Santa Rosa de Viterbo visiten y conozcan su establecimiento de Campo Santo.

En ese momento, el ingenio azucarero era propiedad de la familia del gobernador de entonces, el radical Julio Cornejo.

Quizá sorprenda, pero la invitación era para el 1 de mayo, día laborable por entonces pero que 48 horas antes del viaje que nos ocupa, el presidente Hipólito Yrigoyen lo había instituido como Día del Trabajador (28.04.1930). Y como veremos más adelante, aunque el día no era feriado, sí era muy conflictivo pues abundaban los actos de violencia y sabotaje, por lo general a cargo de grupos anarquistas.

De acuerdo a la invitación, las autoridades del ingenio iban a esperar a la delegación en la estación de El Bordo y de allí la trasladaría en “breques” (carruajes rurales tracción a sangre) hasta Campo Santo.

De inmediato, el colegio se abocó a confeccionar la lista de alumnas y profesoras que serían de la partida. Entre las primeras estaban Bertha Bartoletti, Sara Filipovich, Hebelia Florez Méndez, María Claribel Gallo, Sofía Sara Giampaoli, Eva Nélida Gómez, Teresa Gronda, Esther Jorge, Mercedes Langout, Josefina López Lanzi, Silvia Benita Leleu, Máría Esther Machicado, Haydee Molina, Irma Mónico, María Antonia Orce, Elena Peralta, Carmen Petanas, Antonia Porttells, Elsa Puch, Ines Reginella, Nelda Esther Robles, Fany Rufino, Carmen Rosa Sánchez, Blanca Rosa Soria, Margarita Strubbia y Elisa Taboada. Acompañando a las chicas, las hermanas Margarita (Madre Superiora), Honoria (directora) y cuatro monjas más, además de las profesoras Carolina y Mafalda Zago, Evelia Folco y Argentina Escudero.
 
Día de la partida

Para las internas que debían viajar, la jornada comenzó temprano. Una de ellas, Sara, recordó años después: “Una campanilla nos despertó a las seis y cuarto de la mañana. Y a la siete bajamos a oír misa. Recuerdo que las ventanas y las puertas con vidrio nos servían para arreglarnos la ropa, el peinado o simplemente para coquetear. Es que los espejos estaban prohibidos en baños y bolsillos, aunque siempre teníamos uno escondido.

El hecho es que después de misa, pasamos al refectorio a desayunar y a las ocho la delegación estaba a la puerta del colegio esperando ansiosamente al tranvía que nos llevaría hasta la estación ferroviaria. Allí, nos esperaba el tren en el que iríamos a El Bordo, pueblo cercano a Campo Santo.

Para todas -continua Sara- el viaje fue una verdadera aventura. Pocas conocíamos el trayecto y, pese a que los árboles ya habían perdido su verdor del verano, la belleza del paisaje nos impactó a lo largo del trayecto. El deslizamiento del tren entre las montañas nos parecía algo maravilloso hasta que de improviso, ese viaje encantador, nos deparó una desagradable sorpresa a punto que nos paralizó por unos segundos. Fue cuando el tren ingresó al túnel de Mojotoro y quedamos totalmente a oscuras. Nadie había advertido del túnel y lo raro fue que las luces del vagón estaban apagadas, lo que no ocurrió a la vuelta. El susto duró hasta que el otro extremo del túnel nos devolvió la luz y entonces pudimos volver a contemplar el bello paisaje que discurría a medida que el tren marchaba entre los cerros y el río Mojotoro.

De una punta a la otra del viaje, en el vagón reinó la alegría siempre en compañía de un bullicio juvenil mientras las hermanas franciscanas nos miraban tolerantes. Calculo que en algo más de una hora, la máquina a vapor nos llevó hasta El Bordo”, concluyó Sara.

La recepción

En la estación de El Bordo (foto inferior atención Gladys Peñaloza), una decena de “breques” del ingenio esperaban a la delegación del colegio para trasladarla hasta Campo Santo. “En el ingenio -recordaba Sara- su personal nos esperaba al frente de una sala de amplias galerías en los dos piso. En la de abajo había una mesa tendida con colaciones y jugo natural de naranjas del lugar. Luego no llevaron a recorrer la fábrica con un señor que hizo de guía que explicó todo el proceso industrial de la caña de azúcar. Aún no había comenzado la zafra pero los carros cañeros ya estaban listos para comenzar a trabajar. La recorrida que duró más de una hora, conocimos el interior del ingenio, desde la boca por donde ingresa la caña hasta la máquina que al final llenaba las bolsas con 70 kilos de azúcar refinada. Vimos el trapiche de acero que muele y exprime la caña con la fuerza motriz del vapor generado por grandes calderas; nos impresionó el tamaño de las roldanas, poleas, guinches, cadenas, cables de acero y los largos conductos para el vapor. Todo debíamos anotar para luego en el colegio escribir lo visto y conocido. Luego de ese recorrido, compartimos un almuerzo criollo.

Merienda y despedida

Después del almuerzo tuvimos un recreo hasta que el guía nos invitó a recorrer la sala del siglo XVIII y XIX, y los cañaverales cercanos. Paseamos a caballo y en “chorvas”, vehículos que se desplazaban sobre rieles. Finalmente regresamos para la merienda, mientras en el patio ya estaban los breques que nos regresarían a El Bordo, desde ahí a Salta”.

El piquete anarquista que arruinó el día

“A las siete de la tarde llegamos a Salta, recordaba Sara. Ya era de noche. A las chicas externas las esperaban sus padres pero las internas y las hermanas debíamos esperar el tranvía. Después de una buena espera un ferroviario nos advirtió: ‘el tranvía está suspendido por el 1 de Mayo'. “Cruzamos a la vereda del frente donde había un cochero. Las hermanas preguntaron si las podía llevar y al asentir él, subieron al coche la Madre Superiora, la directora Honoria y dos o tres chicas más. Cuando el cochero iba a arrancar, se acercó un grupo de hombres vociferando. Con violencia se hicieron de las riendas, quitaron los arreos al caballo y largaron al animal castigándolo. El coche quedó a mitad de calle con las varas en el suelo, y con monjas y chicas aterradas pues esos hombres que seguían gritando y amenazando al cochero. En eso, la hermana Honoria se desmayó arriba del coche. Intentamos ayudar hasta que alguien advirtió que sobre Balcarce, vivían las alumnas Bruzzo y un hermano médico. Una monja fue por él y a poco regresó con el médico quien trasladó a la monja hasta su casa para atenderla mejor. Todas nos alojadas en la casa de Bruzzo hasta que padres con automóviles, nos llevaron hasta el colegio.

¿Qué había pasado? Que por ser el “Día del Obrero” como se decía entonces, los anarquistas hacían piquete para impedir que la gente trabaje. Y al que no cumplía la consigna, los atacaban con violencia.
En esa época, el 1° de Mayo era un día realmente riesgoso. Seguramente las hermanas lo ignoraban y por eso aceptaron programar la excursión que en su primera parte fue realmente hermosa pero que tuvo un desgraciado final. Desde entonces el colegio nunca más programó paseos para el 1° de Mayo, al menos mientras yo estuve internada” (1934), concluyó Sara.
 

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