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Las vueltas de Italia en 80 dias

Sabado, 26 de mayo de 2018 00:00

Italia estrena gobierno. El del primer ministro número 65 en 72 años, Giuseppe Conte, profesor de Derecho Privado de la Universidad de Florencia, sin experiencia política. Se trata del gobierno menos convencional de Europa desde la firma de los Tratados de Roma, en 1957, los fundacionales. El acuerdo anudado entre el Movimiento 5 Estrellas, "libre asociación de ciudadanos" fundada por un cómico y un empresario de comunicación, y la Liga, formación xenófoba inspirada en el Frente Nacional francés, no es un alivio, sino un síntoma de la incertidumbre tras varias idas y venidas con el presidente, Sergio Mattarella, desde las elecciones del 4 de marzo.

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Italia estrena gobierno. El del primer ministro número 65 en 72 años, Giuseppe Conte, profesor de Derecho Privado de la Universidad de Florencia, sin experiencia política. Se trata del gobierno menos convencional de Europa desde la firma de los Tratados de Roma, en 1957, los fundacionales. El acuerdo anudado entre el Movimiento 5 Estrellas, "libre asociación de ciudadanos" fundada por un cómico y un empresario de comunicación, y la Liga, formación xenófoba inspirada en el Frente Nacional francés, no es un alivio, sino un síntoma de la incertidumbre tras varias idas y venidas con el presidente, Sergio Mattarella, desde las elecciones del 4 de marzo.

Tras 80 días, los extremos se unen con más afinidad personal que ideológica. El experimento italiano va más allá. Sintetiza la otra trama. La del malhumor europeo. En España, Podemos se quedó en eso: podemos. El movimiento de izquierda surgido de las protestas de los indignados pasó a ser un revulsivo social con éxito inicial que después se vio opacado por el protagonismo de su líder, Pablo Iglesias, ahora cuestionado por comprarse un lujoso chalé de 615.000 euros en Madrid. Podemos no cuajó del todo en una sociedad que aplaudió la osadía de los muchachos que acamparon en plan de protesta en la Puerta del Sol, de Madrid, en 2011, pero terminó inclinándose hacia otra fracción también surgida del descontento, Ciudadanos, de cuño liberal. Ambos movimientos rompieron el bipartidismo que imperó desde la muerte de Franco. Lo de España no debería ser más que una transferencia de poder o una señal del deterioro de los partidos tradicionales, como también ocurre en América latina y, más aún, en Estados Unidos con un presidente, Donald Trump, que utilizó la chapa de los republicanos, sin militancia ni pertenencia, para arribar a la Casa Blanca. La semilla del llamado populismo, sea de izquierda o de derecha, germina por dos causas: el creciente apoyo a todo aquello que va contra la corriente y el contagio en los partidos establecidos para no perder adhesiones.

El diagnóstico parece concluyente: reina el hartazgo, hilo argumental de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, otro millonario de izquierda. Algo que no tiene nada malo si uno actúa en consecuencia: cede lo suyo a los más necesitados en lugar de reclamarlo a los demás, empezando por el Estado. Con el dinero ajeno todos somos generosos. Los griegos, hundidos en la tragedia del euro, probaron con Alexis Tsipras, presunto campeón del anticapitalismo que, presionado por las deudas, terminó aplicando las recetas de los conservadores. No es casual, entonces, que el disgusto se traduzca en el anhelo de elegir a líderes alfa poco amables con las instituciones, como Trump, Vladimir Putin, Jaroslaw Kaczynski, Viktor Orbán o Recep Tayip Erdogan, según algunos sondeos.

Si en su momento el fantasma era la ultraderecha, envalentonada con el Brexit y con Trump, la amenaza ahora son los gobiernos autoritarios que, sin vulnerar el calendario electoral o fijándolo a su antojo, como Nicolás Maduro en Venezuela, atropellan la división de poderes.

Los gobiernos no administran la democracia, sino su déficit. ¿Es un error del sistema o, como observan algunos teóricos, comenzó la era de la posdemocracia, también llamada "democracia iliberal"? De eso hablaba en 1997 el periodista norteamericano de origen indio Fareed Zakaria, convencido de que los países que se democratizaron entre 1974 y 1990 celebraban elecciones periódicas, pero se regían por actitudes poco respetuosas de las libertades individuales y del Estado de Derecho.

En la esfera populista comulgan tanto la izquierda, enfrentada con los ricos, incluidos los políticos, aunque ellos mismos sean ricos y políticos, como la derecha, nacionalista y contraria a la inmigración. Comulgan aquellos que rompen el molde, más allá de que algunos sean lisa y llanamente antidemocráticos. Con títulos universitarios reales o apócrifos.

 

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