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Lobos con piel de ovejas

Viernes, 08 de junio de 2018 00:00

En estos días abundan en los diversos medios de comunicación los debates sobre el aborto, entre la despenalización y la aprobación del mismo a cargo del erario público, o el mantenimiento del sistema actual, donde se encuentra penalizado, salvo los llamados casos no punibles.

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En estos días abundan en los diversos medios de comunicación los debates sobre el aborto, entre la despenalización y la aprobación del mismo a cargo del erario público, o el mantenimiento del sistema actual, donde se encuentra penalizado, salvo los llamados casos no punibles.

La defensa de vida y el debate del infanticidio van más allá de los límites religiosos o privados. La defensa de la vida en todos los tramos de la existencia humana es una cuestión de Estado.

El debate legislativo está en la cocina y pronto será votado por legisladores de ambas cámaras, muchos hombres y mujeres, muchos de ellos seguidores de una confesión religiosa cuya jerarquía exige la defensa de la vida, de modo claro y contundente, como lo consagra, también, nuestra Constitución Nacional. Según el derecho argentino es imposible autorizar el aborto, porque desde 1994 existe un límite constitucional que lo impide. En la reforma constitucional de 1994, fruto del llamado "Pacto de Olivos" acordado por el expresidente Raúl Alfonsín (UCR) y el expresidente Carlos Menem (PJ), se incorporaron a la Constitución Nacional varios convenios internacionales, entre ellos expresamente la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica y la Convención sobre Derechos del Niño. Estando vigentes tales normas constitucionales, el Congreso Nacional carece de toda aptitud para aprobar una ley que legalice el aborto. Pero aun así, no se trata solo de una cuestión jurídica, se trata de la vida misma que está en el seno materno, como ser diferente y distinto de la madre. Es, según la ciencia, un ser humano distinto al ser humano que lo porta, llamado madre. Aquí es donde los abortistas no coinciden.

Los argumentos que se esgrimen tienen como base una concepción antropológica diferente y no pocas veces alejada de los valores éticos. Se trata de salvar siempre a los dos, ambos son personas humanas únicas e irrepetibles, el hijo y su madre. Siempre se debe apostar a la vida. Muchos argumentos tienen un fuerte contenido emocional poniendo a la mujer como víctima de la sociedad patriarcal y machista. El cambio de mentalidad y la lucha hacia una necesaria igualdad de derechos entre el hombre y la mujer jamás debe pasar por el túnel de la muerte, mucho menos del niño por nacer, que es inocente.

Otro argumento que se usa como estandarte es que las mujeres pobres abortan en condiciones de peligro para sus propias vidas y que las mujeres ricas lo hacen en clínicas de alta complejidad. Aprobar la despenalización del aborto y su consiguiente aprobación para que se realicen abortos en los hospitales públicos es un verdadero atentado contra los pobres, quienes aún hoy sufren una atención bastante vergonzosa en los centros de salud del estado. Habrá que pensar en un presupuesto para la matanza de niños no nacidos restando más presupuesto de los magros fondos destinados a la salud pública. Todo un disparate. Entre la gente más humilde la llegada de un niño es una bendición y causa de alegría; aunque al principio se reniegue de una situación no deseada, los pobres nunca aprobarían la muerte de un niño por nacer.

Los argumentos pro aborto se agotan en la presión emocional que realizan los mediáticos con sus casos emblemáticos y estadísticas truchas, y no pueden ni podrán jamás explicarnos la bondad del aborto desde el punto de vista ético ni científico ni social. Apostamos a la vida, a la vida de ambos, siempre. Vale to da vida.

 

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