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“Dinosaurios y sus crías”, una muestra para el asombro, de Jorge González

Hasta el 31 de marzo el paleoartista expone sus esculturas en el Museo de Ciencias Naturales. Las obras, de increíble detalle, desvendan aspectos desconocidos de los grandes reptiles.
Miércoles, 27 de febrero de 2019 19:25

Por primera vez en la Argentina se abre al público una exposición de paleoarte en el ámbito de un museo. El hito se está escribiendo en nuestra ciudad, más precisamente en el Museo de Ciencias Naturales (Mendoza 2), dependiente de la Universidad Nacional de Salta.

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Por primera vez en la Argentina se abre al público una exposición de paleoarte en el ámbito de un museo. El hito se está escribiendo en nuestra ciudad, más precisamente en el Museo de Ciencias Naturales (Mendoza 2), dependiente de la Universidad Nacional de Salta.

Jorge González es artista plástico y técnico químico en tecnología de los alimentos. Se dedica al paleoarte en forma profesional desde 1995. Es autodidacta, pero su trabajo también se sustenta con la savia de horas de estudio sobre paleontología, paleobotánica, geología, veterinaria, anatomía del cuerpo humano y animal. En su labor, explica, las ilustraciones se realizan desde los huesos hacia afuera, a partir de fotos de los esqueletos y de las publicaciones científicas que redactan los paleontólogos. A continuación se hace un boceto que incluye una reconstrucción muscular lo más completa posible, “para eso hay que conocer bien la musculatura de aves y reptiles, para establecer los volúmenes de masas musculares sobre el esqueleto”, acota. Luego se trabaja con la piel, “algunos son escamosos, otros emplumados, según las últimas evidencias. El boceto debe verse natural y dinámico, pero no exagerado, el animal debe estar haciendo algunas de las cosas que haría cuando vivía hace millones de años”, aclara.

El paleoartista Jorge González ha publicado sus trabajos en prestigiosos medios de comunicación científicos. 

Su interés por los dinosaurios le sobrevino a los tres años viendo “El valle de Gwangi”, un largometraje de 1969 dirigido por Jim O’Connolly y que comete la osadía de aliar ciencia ficción y western. Producto de la animación fotograma a fotograma de Ray Harryhausen, Gwangi -al que debe su título el filme- se mueve con celeridad y su poderosa cola no cesa de retorcerse y culebrear enérgicamente. Además, gruñe y crispa sus garras ante una potencial presa. Aunque su aspecto no se ajusta al de ningún dinosaurio real (los entendidos han reconocido en él una mixtura de tiranosaurio y alosaurio), es extremadamente vital. También lo dejaron impresionado Un millón de años antes de Cristo (1940), de Don Chaffey y con los efectos especiales de Harryhausen; y Godzilla (1954), de Ishiro Honda. “Debido a eso y a series como El Valle de los Perdidos (1974-76) me empezó a gustar el mundo de los dinousarios y cuando conocí el Museo de La Plata me di cuenta de que me quería dedicar a esto”, sintetiza. Justamente en los 70 el interés del gran público por las películas protagonizadas por grandes saurios decaía y no renacería hasta el estreno en 1993 de Jurasic Park, de Steven Spielberg. “Hay que tener en cuenta que no los hicieron paleoartistas, sino especialistas en efectos especiales. Los mismos que hicieron Terminator, Alien, que hacen monstruos. Llegaron a hacer algo muy creíble, pero son monstruos. En cambio los dinosaurios eran animales increíbles. Eran maravillosos como un elefante, una jirafa o una ballena. Ese es el principal problema: que la gente no los ve como animales que caminaban, comían, se reproducían y criaban a sus crías, sino como monstruos sanguinarios que corrían con la boca abierta”, señala. 

Cráneo y reconstrucción en vida del Eoraptor iunesis, que habitó en el periodo Triásico superior. Escultura en masilla epoxi. Andrés Mansilla

En los museos lo habitual es ver esqueletos de dinosaurios parcial o totalmente reconstruidos que penden de hilos y se sujetan entre sí por clavos, pero estos de González son corpóreos, detallados y tanta expresión invita al conocimiento y disfrute del gran público. 
“Así llega a la gente la visualización de en qué se fueron los presupuestos -producto de los impuestos- que reciben los investigadores para hacer su trabajo. Si no, la gente no se entera de que apareció una especie de cocodrilo, dinosaurio nuevo o un mamífero relacionado con nuestra evolución”, destaca González.

 

Puesto a analizar su trabajo dice ser muy conservador al aplicar los colores. “En la naturaleza es mucho menos común que haya un pájaro rojo o azul, o llamativo y brillante como un pavo real a aves como águilas y gorriones que no son tan vistosas. Trato de que tengan colores modestos, pero en los que se destaque algo brillante como las aves de hoy en día, dado que ellos son sus antepasados”, explica. Mientras ve cómo algunos niños estampan “la ñata contra el vidrio” de las vitrinas que guarecen a sus criaturas reflexiona que la fascinación por los dinosaurios no se agotará nunca porque “al interés contribuye el misterio que los rodea, qué les pasó exactamente, cómo se movían y se veían y uno trata de develar ese misterio, pero a la par te genera más preguntas. He tenido que reconstruir animales que nunca me hubiera imaginado que existieran por lo complejos que son. Los niños se ponen a prueba entre ellos adivinando los nombres. Poder pronunciar correctamente los nombres creo que es para ellos una manera de ejercer un cierto poder sobre el animal. Son lo más parecido a un monstruo y dragón, pero que realmente existió”. 

Qué se puede ver
La muestra “Los dinosaurios y sus crías” se compone de fotografías digitales retocadas, ilustraciones digitales y en grafito y esculturas en masilla epoxi, látex y poliuretano flexible. p
Puede ser visitada de martes a domingos, de 15.30 a 19.30. 
Las entradas valen $10 pesos para los menores, $20 para los mayores y $30 para los turistas extranjeros. 
“En la exposición está expresado lo último que sabemos sobre reproducción de los dinosaurios. Podemos ver el desarrollo de un embrión de dinosaurio hasta que eclosiona. Eso no se conocía hasta hace algunos años, era una suposición. Cuando se encontraron restos se pudo estudiar qué tipo de piel tenían los embriones, en este caso de los titanosaurios en su nido, del Cretácico superior”, señaló a El Tribuno el paleoartista Jorge González. Entre las ilustraciones también se puede ver un iguanodón con su cría adulta, del mismo periodo; el “Mar jurásico de Europa”, del Jurásico inferior; el nido de saltasaurio, del Cretácico superior; el Cifellioidon de Cretácico de Norteamérica, del Cretácico inferior; un Ingentia prima por dentro, del Cretácico superior; un pichón de titanosaurio y otro de abelisaurio, un nido de velociraptor y el nacimiento de un titanosaurio, todos del Cretácico superior. 
Entre las esculturas hay un embrión de titanosaurio, la eclosión de oviraptor, una cabeza y cuello de titanosaurio, un embrión de velociraptor y otro de abelisaurio, un diorama de skorpiovenator y saltasaurus, una cabeza de velociraptor de los 90, todos del Cretácico superior; el desarrollo de Mussaurus patagonicus y la eclosión de Piatniskysaurus, del Jurásico inferior; y el cráneo y reconstrucción en vida del Eoraptor lunensis, del Triásico superior.

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