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¿Desarrollo sin industrias?

Domingo, 10 de marzo de 2019 00:00

Industrializarse o no: ¿ésa es la cuestión?... Recurrentemente se dan a conocer nuevos textos con explicaciones sobre la forma en que las economías subdesarrolladas podrían acceder al "club" de las que proporcionan las condiciones de vida más elevadas.

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Industrializarse o no: ¿ésa es la cuestión?... Recurrentemente se dan a conocer nuevos textos con explicaciones sobre la forma en que las economías subdesarrolladas podrían acceder al "club" de las que proporcionan las condiciones de vida más elevadas.

Algunas de esas explicaciones ponen el énfasis en la necesidad de "industrializarse", porque -se sostiene- si la economía en cuestión sólo produjera bienes primarios, las economías desarrolladas que generan bienes y servicios con mayor valor agregado las desplazarían. Esta idea, ampliamente analizada por economistas latinoamericanos -incluido Raúl Prebisch, un destacado economista argentino- devino en la teoría del "deterioro de los términos del intercambio", que sostenía que los países desarrollados, al disponer del monopolio de la tecnología de la que justamente carecían las economías subdesarrolladas, disfrutaba de la valorización de sus productos industrializados. A la vez que, al producir las economías subdesarrolladas solamente bienes primarios, éstos se abarataban porque cualquiera podía producirlos al ser estos indistinguibles entre sí y por lo tanto actuar en un mercado competitivo, a diferencia de los industrializados que se diferencian y logran precios más elevados. Peor aún, la propia dinámica del comercio exterior llevaría a un empobrecimiento progresivo a las economías primarias porque el aumento de la producción en un mercado competitivo abarata sus precios, en tanto que la necesidad de más importaciones representaba un aumento en la demanda que encarecía los productos industrializados generándose así el famoso "deterioro" traducido en exportaciones cada vez más baratas e importaciones cada vez más caras.

Industrialización forzada

Muchas economías, especialmente la Argentina, "compraron" esta idea y se dispusieron a "desarrollarse" considerando que las importaciones industriales podían reemplazarse por producción doméstica. A la vez, si no era necesario importar tampoco lo era exportar al ser las exportaciones la "moneda" con la que se pagan las importaciones con lo que, eliminadas estas últimas, no se requeriría de las primeras; algo así como "muerto el perro...". Desafortunadamente, si bien es cierto que las heladeras, licuadoras o la vestimenta se pueden producir domésticamente y con ello se ahorrarían divisas, no es menos cierto que para generar esa producción se necesitan máquinas e insumos importados que no demandan menos divisas que los productos finales.

Paralelamente, la reducción de apoyo a la producción de bienes exportables debilita la capacidad de exportar y este "fuego cruzado" le provoca a la economía crisis de balanza de pagos que se proyectan a toda la economía, exigiendo devaluaciones "competitivas". Estas se trasladan a los precios de los bienes de industrialización por la doble razón de que con la devaluación los insumos y equipos importados se encarecen, a la vez que la concentración de empresas industriales al amparo de altos aranceles para "protegerlas" les da la capacidad de traslado de costos a precios.

No menos importante, la devaluación encarece también los productos primarios de exportación que cotizan a precios internacionales, y al ser muchos de éstos alimentos, estas subas junto a las demás deterioran la capacidad de compra de la población, lo que lleva al reclamo de aumentos en sus ingresos y potencian la inflación.

Un problema adicional que se generaba con la sustitución de importaciones era que el tamaño de las fábricas que había que comprar no necesariamente coincidía con la demanda de las economías domésticas.

Como se sabe, en general las plantas de grandes dimensiones ofrecen costos unitarios menores que las más pequeñas, a condición de que se produzcan las cantidades que se asocian con estos costos unitarios más bajos. Como las economías que se industrializaban no exportaban la producción de manufacturas que se sustituían, a la vez que no siempre existía un abanico de alternativas de tamaños de planta, en gran medida las plantas industriales adquiridas eran de grandes dimensiones, pero al producir a una escala reducida conforme la demanda doméstica, los precios excedían los que habrían sido a una escala mayor.

Peor aún, al carecer las economías domésticas del avance tecnológico para renovar las plantas cuando éstas se volvían obsoletas, los costos aumentaban aún más, volviéndose más agudo el problema de la inflación y los cuellos de botella externos.

El tamaño de planta es de una importancia fundamental, porque aun economías de elevada tecnología, como la del Reino Unido, líder en la industria aeronáutica al final de la II Guerra Mundial, debieron ceder la supremacía en la fabricación de aeronaves a los Estados Unidos, cuya capacidad física y económica para construir plantas gigantescas no tenía rival, al punto que solamente con la creación del gigante aeronáutico Airbus, Gran Bretaña, Francia y los demás socios que lo conforman pudieron competir con la enorme capacidad de producción de los Estados Unidos.

Como ejemplo más cercano, Brasil, que apoyó históricamente a su fábrica de aviones, Embraer -que no está de más señalar, es posterior a nuestra fábrica de aviones que data de 1922- tuvo que asociarse con Boeing por las mismas razones de capacidad de producción, tamaño de planta y costos unitarios inadecuados.

Desarrollo, industria y campo

En la Argentina, setenta o más años de énfasis y apoyo a una industria que evidentemente no funciona bien -excepto en las economías regionales- y produce a costos muy por encima de los internacionales, parecería que merece una reflexión y un cambio de estrategia a los fines de conseguir el ansiado y en buena medida, perdido- desarrollo.

Para ello, en primer lugar, debe abandonarse el mito de que la industria es desarrollo y el campo, pobreza. En segundo lugar, no es cierto que los términos del intercambio sistemáticamente castiguen los bienes primarios, porque, si bien es cierto que estos en principio son más simples que los industrializados, es también cierto que cada vez más la industria se asocia con la producción primaria, en particular la alimentaria, para generar bienes más sanos, limpios, mejor presentados y con más altos valores nutricionales, sin perder de vista que las naciones que se van desarrollando aprovechando sus ventajas naturales, cada vez alimentan mejor a su población y por lo tanto demandan más y mejores alimentos, para no hablar de la exigencia cada vez más alta de productos de origen mineral para la industria.

La realidad y el deseo

En definitiva, se trata de producir lo que el mercado consume, sin que esto signifique que se abandone la idea de incorporar a esa producción los refinamientos que la propia demanda requiera o asimile.

Cuando esto se acepta, el campo y la industria se van complementando logrando la economía ventajas competitivas, sin perder de vista que la producción primaria es la más “federal”, al tener presencia en todo el territorio nacional, a diferencia de la industria sustitutiva, concentrada en general en pocos kilómetros alrededor del puerto de Buenos Aires.

No está de más añadir que el gran salto de la Argentina posterior a la Organización Nacional se dio precisamente de la mano de la producción primaria que progresivamente fue sumando a la industria, a la vez que la industrialización forzada nunca levantó cabeza y está íntimamente conectada con la endémica inflación que padece nuestra economía.

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