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Sistemas clientelares

Miércoles, 20 de marzo de 2019 23:09

Las prácticas políticas clientelares no son sistemas legales, sino construcciones políticas al margen de la legalidad, donde se da un intercambio de favores -de distinta clase- entre el patrón y los clientes, a través de un sistema de redes, donde aparecen mediando entre ambos los intermediarios o mediadores. 
Los clientes brindan así su apoyo al patrón y en épocas de elecciones su apoyo electoral.
De esta manera el voto se ha comprado previamente al día del sufragio y, así, con estos sistemas clientelares, se envilece progresivamente el sistema electoral. Esos votos así obtenidos se tornan espurios.
A su vez los titulares de los cargos públicos y máximos beneficiarios de este ilegal sistema político son quienes regulan discrecional y arbitrariamente la concesión de las prestaciones que deben aportar en el intercambio: a veces son chapas y colchones, otras viviendas, otras alimentos, todas prestaciones económicas personales y particulares; otras empleos públicos.
También entran en el sistema clientelar el otorgamiento de cargos públicos y de contratos de la obra pública que benefician a determinadas personas y empresarios sin necesidad de una competencia real, sin necesidad de méritos; en estos casos el favor que se espera recibir no es el voto como en los casos de los sectores desaventajados de la sociedad.
Ninguno de estos beneficios lo dan los funcionarios “patrones” de su bolsillo: todo proviene del Estado, porque son fondos, dineros, empleos, cargos que no le pertenecen al patrón, de los cuales no es dueño sino solo un administrador y en este caso un administrador infiel, en el sentido penal del término y también en el sentido evangélico del mismo.

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Las prácticas políticas clientelares no son sistemas legales, sino construcciones políticas al margen de la legalidad, donde se da un intercambio de favores -de distinta clase- entre el patrón y los clientes, a través de un sistema de redes, donde aparecen mediando entre ambos los intermediarios o mediadores. 
Los clientes brindan así su apoyo al patrón y en épocas de elecciones su apoyo electoral.
De esta manera el voto se ha comprado previamente al día del sufragio y, así, con estos sistemas clientelares, se envilece progresivamente el sistema electoral. Esos votos así obtenidos se tornan espurios.
A su vez los titulares de los cargos públicos y máximos beneficiarios de este ilegal sistema político son quienes regulan discrecional y arbitrariamente la concesión de las prestaciones que deben aportar en el intercambio: a veces son chapas y colchones, otras viviendas, otras alimentos, todas prestaciones económicas personales y particulares; otras empleos públicos.
También entran en el sistema clientelar el otorgamiento de cargos públicos y de contratos de la obra pública que benefician a determinadas personas y empresarios sin necesidad de una competencia real, sin necesidad de méritos; en estos casos el favor que se espera recibir no es el voto como en los casos de los sectores desaventajados de la sociedad.
Ninguno de estos beneficios lo dan los funcionarios “patrones” de su bolsillo: todo proviene del Estado, porque son fondos, dineros, empleos, cargos que no le pertenecen al patrón, de los cuales no es dueño sino solo un administrador y en este caso un administrador infiel, en el sentido penal del término y también en el sentido evangélico del mismo.

La degradación 

Es este sistema político tan opaco y deleznable, tan antievangélico y tan ilegal, el que permite que los diputados y senadores de departamentos que nunca crecen, al contrario, decrecen, se eternicen en sus cargos, que siendo periódicos, ellos (los patrones) los convierten en vitalicios.
Los funcionarios políticos utilizan los bienes públicos para obtener beneficios individuales.
Es un sistema extorsivo de ambos lados, la parte que tiene el poder público puede amenazar y de hecho lo hace muchas veces con quitar los beneficios si los clientes no refuerzan el apoyo y los clientes -según sea su grado de empoderamiento- con quitar ese apoyo que vienen dando.
Los sistemas clientelares denotan el fracaso de los partidos políticos en su aporte serio y responsable a la construcción de la república y las responsabilidades y compromisos cívicos; lo más grave es que el sistema clientelar se ha institucionalizado en su más puro significado sociológico, es decir, es conocido, practicado, aceptado e impunemente proclamado por los mismos patrones.
En una sociedad que se mueve por beneficios privados y no por ideales, en funcionarios públicos donde el bien común es solo un cliché de campaña pero que hace rato han olvidado su significado, el sistema clientelar se fortifica.
Los funcionarios públicos de estos sistemas clientelares aceitados son corruptores y los clientes son corrompidos, si bien ambos responsables de su existencia, el grado de responsabilidad difiere, siempre es más responsable quien detenta más poder. Quienes han estudiado en profundidad este tema hablan de un favor fundacional con el cual se ha iniciado la relación clientelar.
Queda claro que el sistema clientelar no solo se muestra en los sectores pobres donde se hace más evidente sino que al ser un modo de relacionarse del poder con la ciudadanía, lo hará en los distintos estratos sociales con distintos beneficios e intercambios como podemos observar en los contratos y correspondientes sobornos de la obra pública.

Antivalores

El sistema clientelar se basa en las creencias formadas a través de la observación de la realidad en el decurso del tiempo que realizan los clientes que siendo honestos nada se logra, que todo tiene un precio y que al deshonesto le va mejor. Estos antivalores refuerzan el sistema clientelar y a su vez el sistema clientelar refuerza los antivalores cívicos en una espiral ascendente. La relación clientelar es como la relación existente con un/a amante a quien se le hace regalos cada cierto tiempo y que sino se le hacen estos regalos el/la amante irá en búsqueda de alguien más dadivoso. El intercambio de favores es lo único que une al patrón y al cliente, en el medio los diferentes intermediarios o mediadores- siendo el más conocido el puntero político, pero no el único-, personajes estos que viven del sistema clientelar, de su existencia y de su fortalecimiento.
En épocas cercanas a las elecciones los clientes adquieren mayor poder de negociación y los fondos públicos la Res Pública, queda a merced de la discrecionalidad y arbitrio del patrón o patrones. También en épocas eleccionarias aparecen varios patrones en el campo de juego clientelar y también un buen cliente puede convertirse en un mediador mejorando su posición dentro del campo.
El patrón con más clientes acrecienta y acumula poder político, lo cual se mide en los comicios.
Los mediadores (no solo el puntero político) están insertos en el ámbito estatal, tienen haberes mensuales de alguno de los poderes estatales en cualquiera de sus ámbitos: municipal, provincial, nacional.
La transparencia atenta contra el sistema clientelar que se mueve bajo apariencias de legalidad, se mueve en las sombras y dentro de la opacidad.
El nepotismo forma parte de este sistema clientelar y se nutren y refuerzan mutuamente.
Con el sistema clientelar se privatiza lo público, de allí su corrupción intrínseca.
Está claro a estas alturas que el estado clientelista no es un Estado de Derecho, las personas dejan de ser iguales ante la ley y el trato que reciben depende de su relación con los que ostentan el poder. Mientras perviva el Estado clientelista los gobernantes solo tendrán una aparente legitimidad, una ficcional legitimidad que no es tal.
Este sistema clientelar en Salta está tan institucionalizado que ha sido reconocido recientemente de manera pública por el vicegobernador de la provincia con sorprendente sinceridad.


 

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