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­Y se va la segunda banquina!...

Martes, 14 de mayo de 2019 00:00

Los argentinos y las banquinas. En varias notas anteriores se vino haciendo referencia humorística a la obsesión de los argentinos de "transitar por las banquinas", entendiendo por tal el bandearnos sistemáticamente entre dos "modelos".

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Los argentinos y las banquinas. En varias notas anteriores se vino haciendo referencia humorística a la obsesión de los argentinos de "transitar por las banquinas", entendiendo por tal el bandearnos sistemáticamente entre dos "modelos".

Estos son, por un lado, el populista, caracterizado por el despilfarro y el desorden fiscal que inevitablemente trae aparejada la inflación bajo las consignas de "vivir con lo nuestro" y "defender la industria nacional" mientras se usa el campo como "variable de ajuste", esquilmándolo con retenciones que financian en parte ese despilfarro, y como nada alcanza, el resto se paga imprimiendo dinero.

Por supuesto, como tampoco se consiguen dólares para atender las deudas de errores anteriores, se la repudia entonces al amparo de calurosos aplausos. El otro "modelo" se presenta cuando -parafraseando a Les Luthiers- en un rapto de esoterismo "nostrasladamus" a la otra banquina: la del ajuste, la recesión, el aumento del desempleo y, ­nuevamente la inflación!

En definitiva, la Argentina avanza de banquina en banquina, lo que es una forma de decir porque ya se sabe que las banquinas sirven para muchas cosas, menos para transitar. Por eso, por nuestro amor por las posiciones extremas, perfectamente podemos afirmar, como se propuso en alguna nota anterior: "las banquinas son argentinas".

Keynes dixit

"Los postulados de la economía clásica son aplicables a una situación especial únicamente, y no a los casos generales. Más específicamente, el caso especial no es aquel que se les presenta a las economías en las que vivimos, con el resultado de que sus enseñanzas desvían la atención de lo correcto y son desastrosas si pretenden ser aplicadas a la experiencia cotidiana". Estas palabras, traducidas libremente, son parte del final del primer capítulo del libro más importante de Keynes: su Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero.

En efecto, tal cual lo sostenía Keynes, la teoría clásica u ortodoxa es válida a un caso especial que, aunque bastante común en muchas economías "normales" de hoy, es aquel en el que no hay grandes crisis, deflación o fuerte recesión, que era "el caso general" de las economías de aquella época, afectadas por una violenta depresión que se había originado en la gran crisis de 1929 y solo concluyó con el gigantesco rearme de la Segunda Guerra Mundial.

En un escenario como el que se vivía en los tiempos en que Keynes publicó su Teoría General (1936), los economistas ortodoxos recomendaban algo que nos resulta familiar a los argentinos: bajar el gasto público y el déficit fiscal, esto es, "ajustar" la economía, propuesta a lo que Keynes se oponía porque él sostenía que ese "remedio" no haría más que agravar la enfermedad, como lo demostraba la extensa caída en la producción que los ajustes naturalmente perpetuaban y profundizaban en lugar de resolver.

Los ajustes y sus consecuencias

Como claramente se observa en la Argentina, los ajustes no resuelven el problema de la inflación que supuestamente se originaría en el déficit fiscal, porque, por un lado, al bajar el gasto público, por muy improductivo que sea, se pierden los ingresos que los "ajustados" no disponen ya para su consumo, y esto reduce las ventas de las empresas, su producción y, consecuentemente, el empleo que generan, además de retacearle impuestos al Estado.

Por otra parte, aunque el déficit fiscal efectivamente provoque inflación por el fenómeno de "subasta" de pocos bienes entre muchas personas, el problema endémico de las subas de precios sistemáticas y en elevados niveles que soporta la Argentina desde hace largas décadas y con pocas excepciones, no se debe única y probablemente ni tampoco principalmente al déficit fiscal, sino a la elevada concentración económica de la industria y otros sectores, cobijados por altos aranceles y prohibiciones a la importación, lo que les permite elevar precios sin limitaciones debido justamente a su concentración monopólica, y cubiertos, además, porque antes o después los aumentos en los salarios compensarán, al menos parcial y provisoriamente, la caída en el poder de compra, hasta que se produzca un nuevo aumento de precios, y así hasta el infinito.

La salida de las crisis

Conforme este diagnóstico, la manera de salir del "corsi e ricorsi" de las banquinas no es repetir experiencias que siempre han fracasado, sino apuntando al núcleo duro de la inflación que, en todo caso, es el déficit fiscal "más" la concentración económica, con lo que, sin perjuicio de ir reduciendo progresivamente el déficit en relación al PBI (pero no bajando el "numerador" sino aumentando el "denominador"), hay que ir al mismo tiempo disminuyendo las formaciones monopólicas, lo que le imprimirá más transparencia y competitividad a la economía.

Para esto, entre otras iniciativas, es imperativo abrir la economía argentina que es una de las más cerradas del mundo, al ser la relación exportaciones más importaciones dividido el PBI, que es como se mide el grado de apertura, el 8%, en tanto, en períodos de reducida inflación, como lo fue la etapa hasta la década de los cuarenta del siglo pasado en que empieza la inflación, esa proporción superaba el 20%.

A todo esto, el déficit debe financiarse con los recursos de la propia economía, “pidiéndole prestado a las generaciones futuras”, vale decir, con dinero que se asocia a bonos del Tesoro a muy largo plazo, pero con la ventaja de que, en ese futuro sin inflación, la deuda estará expresada en pesos y no en dólares que, como le ha pasado tantas veces a la Argentina, siempre faltan a la hora de saldar la deuda externa.
Por supuesto, los economistas ortodoxos sostendrán que ese dinero generará inflación, y entonces la respuesta será que no es muy creíble ese reclamo, proviniendo de “gurúes” que son consultores justamente de las empresas que concentran la producción, disponen de poder monopólico y a la vez producen bienes de pésima calidad con tecnologías obsoletas. Curiosamente, estos gurúes ultraortodoxos no vacilarán en “acordarse” de que los costos también existen y sugerir cuando las papas quemen, “acuerdos de precios” que las empresas infaltablemente violarán oportunamente, como también ha ocurrido tantas veces en la Argentina.

El turno de “la otra” banquina

Sin necesidad de encuestas, cualquier argentino sabe que de no abatirse de manera importante la inflación en los pocos meses que restan hasta las elecciones, el nuevo gobierno provendrá de “la otra banquina”, esto es, del populismo tantas veces vivido y padecido, con “un poco de placer” al principio (no demasiado porque esta vez ya no hay recursos) y mucho sufrimiento más adelante. Ojalá esto no ocurra y, sea que el actual gobierno sea reelecto o bien reemplazado por otro, el que surja de las próximas elecciones transite esta vez de manera definitiva “la vía principal”, esto es, se aleje de las banquinas y aliente un nuevo ciclo de crecimiento con prosperidad para todos los argentinos. La alternativa “banquinera”, como bien se sabe, nos mantendrá en la situación de estancamiento, reprochando los de una banquina los errores de la otra mientras discutimos nuestra progresiva decadencia, en tanto los países americanos pasan asombrados a nuestro lado avanzando a cada vez mejores posiciones de bienestar.
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