¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

18°
26 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Las PASO, bronca e impaciencia

Miércoles, 21 de agosto de 2019 00:00

Las PASO, en las que no se elige ningún gobernante, sino quien es el candidato más votado, o quizá mejor, a quien se prefiere y a quien se reprueba, revelaron: sorpresa, desconcierto, satisfacción, alarma, pánico. La sorpresa fue la derivación de un resultado inusitado que nadie sospechó, y sorprendió hasta a los ganadores, lo que podría ser un atenuante para los encuestadores, que también fallaron.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Las PASO, en las que no se elige ningún gobernante, sino quien es el candidato más votado, o quizá mejor, a quien se prefiere y a quien se reprueba, revelaron: sorpresa, desconcierto, satisfacción, alarma, pánico. La sorpresa fue la derivación de un resultado inusitado que nadie sospechó, y sorprendió hasta a los ganadores, lo que podría ser un atenuante para los encuestadores, que también fallaron.

El desconcierto paralizó los músculos faciales de los miembros del gobierno y su inmediata capacidad de reacción.

La satisfacción, tan exultante como insospechada, fue para una fórmula que transitó una campaña titubeante. La alarma fue la sensación de los propios votantes que erigieron ese 47% arrasador, cuando despertaron al día siguiente, con las pizarras de las casas de cambio y las góndolas saltando en estampida. El pánico es de una mayoría, que no se localiza únicamente en el porcentaje perdedor.

A partir del llamado lunes negro, los días transcurren mostrando contradicciones que rondan el absurdo. Mientras el domingo una gran mayoría tomó una decisión, los días subsiguientes revelan una gran mayoría angustiada, embargada de temor, como consecuencia de aquella decisión mayoritaria. Una vez más, el pueblo argentino asombra al mundo con su originalidad inescrutable.

¿Qué nos pasó?

Porque lo que una gran parte de aquella mayoría arrasadora parece haber querido expresar fue una protesta, castigar un padecimiento que toleró un tiempo, hasta que la entereza sucumbió bajo la angustia y el estoicismo que se le requería murió con la paciencia.

Pero otro grupo de esa mayoría, quiso que se escuchara su grito, el grito de la extrema necesidad, abandonada de hambre y de injusticia.

Unos quisieron castigar por hambre. Y el hambre nunca se equivoca.

Otros castigaron con la bronca. Y el que decide con bronca suele equivocarse. Porque el hambre, ese estrago inhumano, intolerable en cualquier lugar e incomprensible en la Argentina, destruye al hombre y enceguece su racionalidad.

¿Cómo demandar que se acuda a la paciencia a quienes sufren necesidades extremas, para aguardar una acción de gobierno que aspira a la transformación del país, que quiere insertarlo en el mundo, limpiar las acciones públicas con actuaciones irreprochables, con la eliminación de trámites burocráticos y la erradicación de contrataciones corruptas, que usurpan y desvalijan el tesoro nacional, encarcelando a los saqueadores?

¿Cómo pretender que se gratifique con el voto, la realización comprobada de importantes obras, que incluyen las que mejoran la vida de las personas, como las calles de barro que se asfaltan, las cloacas o el agua corriente, cuando el hambre ensombrece la capacidad del buen juicio?

¿Es posible que entiendan que estamos en un proceso para encaminar la República, devastada por la prepotencia y la depravación, empresa que reclama más tiempo para lograrlo?

No, la paciencia no es exigible a los hambrientos.

La bronca

Pero tanto como se equivocó el gobierno, al no acudir en perentorio, impostergable auxilio de este grupo, de esos excluidos de la sociedad, también la bronca que nubla el juicio, encendió el impulso del castigo al gobierno, en una clase media que no se consideraba en general como opositora, pero que quiso descargar esa bronca al que le había exigido que aguantara un tiempo más el sacrificio, que demanda la recuperación de las instituciones, de la economía y el bienestar general, porque el camino emprendido, partía de un país arrasado. Y el gobierno creyó que el requerimiento era comprendido y aceptado, como que provenía de quienes en ocasión anterior lo habían consagrado triunfador con su voto. Pero esa clase media, no esencialmente opositora, guardaba en su pecho un rencor, que nacía de verse obligada a soportar un sacrificio que no era compartido. Fue cultivando la hierba venenosa, que era soportar que un tercio de la población viviera a costilla de su ya insoportable esfuerzo y se quedara en su casa, sin trabajar, cobrando lo que nunca se había ganado. Y vio que el daño era doble, porque no sólo tenían que alimentarlos y vestirlos gratuitamente, sino que no aportaban ningún bien al producto común, que es lo que hace al desarrollo del país. La bronca había llegado a agigantarse y arreciaba en tal grado, que encontró en el voto la ocasión tan ansiada de castigar y vengarse del sufrimiento padecido.

La bronca quiso escupirle en la cara al gobierno, su respuesta delirante al pedido de paciencia. Quiso castigar y lo hizo, con el furor que impide el razonamiento oportuno, equilibrado. Su bronca, justificada pero temeraria, le impidió ver las consecuencias de no otorgar un día más de oportunidad, a ese cambio tan profundo como difícil de concretar en un solo período de gobierno.

La bronca le impidió comprender, que sin paciencia y sacrificio es imposible retornar de las catástrofes. Probablemente lo haya comprendido el lunes negro.

¿Pero cuál ha sido la causa que motivó en el gobierno, semejante abandono humillante de un grupo social y el tensar de la cuerda a una clase media, que ha sido siempre el sostén y el motor del progreso, pero que, a la vez, fue siempre el chivo expiatorio de cuanto latrocinio ha sufrido la República?.

Una clase social que, además, es partícipe de las pequeñas y medianas empresas, la postergadas pymes, arrinconadas con impuestos, falta de apoyo y de facilidades crediticias, aunque constituyan el principal mecanismo propulsor del desarrollo y de la creación de trabajo. ¿Cómo no pudo darse cuenta que era el sendero seguro hacia la pérdida del consenso ciudadano?,

La astucia y la prudencia

Los expertos en ciencia política tendrán la respuesta precisa. Yo sólo puedo conjeturar que un político en función de gobierno, no puede caracterizarse por la ingenuidad y abroquelarse en su imprescindible pero no suficiente probidad, en su auténtico afán de promover la grandeza y la institucionalidad de la República, aunque una pasión sincera y desinteresada lo inspire.

A riesgo de semejar maquiavelismo, digo que sin cierto grado de astucia y de sagacidad, que es madre de la prudencia, es imposible ejercer un buen gobierno.

Y esa condición es inexcusable cuando se gobierna con una oposición caracterizada por la picardía y la astucia que, como no podrá negarse, es atributo principal del kirchnerismo.

De modo que, al margen de un desamparo a una parte del grupo social, irrazonable e inmerecido, principal motivo del cachetazo recibido, la falta de sagacidad para competir con los maestros de la astucia, debe ser el disparador para la reflexión y la tarea que le aguarda al gobierno si conserva, como proclama, su ilusión de dar vuelta el resultado electoral en las verdaderas elecciones que se enfrentan.

Mientras tanto, la vista desde el exterior, del pánico de una mayoría de argentinos, por un posible regreso al latrocinio y a la desaparición del sistema republicano, se vislumbra como el irrecuperable encauzamiento de un país, que merezca una confianza que había renacido, como destino para la inversión y los acuerdos económicos.

 De las elecciones que se aguardan, depende la confirmación o la desmentida de esa presunción.

 Y, sin dudas, el destino de la Argentina.

PUBLICIDAD