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La peste en la literatura

Sabado, 09 de mayo de 2020 00:00

El tema de las pestes estuvo siempre en la literatura, desde los mitos de todos los tiempos, pasando por lo greco-latino, lo bíblico, la épica medieval, la novela moderna, la narrativa, la poesía y el teatro contemporáneos, está en los dichos populares, en la memoria colectiva, en el cine y los estudios científicos.

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El tema de las pestes estuvo siempre en la literatura, desde los mitos de todos los tiempos, pasando por lo greco-latino, lo bíblico, la épica medieval, la novela moderna, la narrativa, la poesía y el teatro contemporáneos, está en los dichos populares, en la memoria colectiva, en el cine y los estudios científicos.

La peste es, por lo tanto, también escritura.

Recordemos los mitos griegos sobre dioses, hombres, héroes y pestes que devienen en las tragedias de Esquilo y Sófocles, y que alimentan la poesía eglógica, amatoria y épica de Virgilio, Horacio y Ovidio. La peste es motivo reiterado en la poesía de juglares y trovadores.

Las jornadas del "Decamerón" surgen a partir de la peste negra que acosaba a Eurasia y en especial a Florencia (siglo XIV), y que obliga a un grupo de aristócratas a aislarse en el campo. Lejos de la ciudad, los personajes deciden contar historias para paliar el aburrimiento.

En la literatura contemporánea no podemos dejar de recordar "La muerte en Venecia", de Thomas Mann; "La peste", de Albert Camus, y la narrativa de Gabriel García Márquez.

Lo siniestro y el absurdo

También la presencia de lo siniestro aparece en esta instancia especial del siglo XXI, puesto que el lugar protector, la casa que es el mundo, la "aldea global", se ha resquebrajado como en el cuento "La caída de la Casa Usher", de Edgar Allan Poe, para algunos símbolos del ocaso de la nobleza, para otros la presentificación indiscutible de lo que Freud llama en alemán "unheimlich", o sea lo doméstico, conocido y previsible que se torna extraño y perturbador (el prefijo "un" es marca del antónimo de heimlich que es lo tranquilizador y familiar).

La grieta de la Casa Usher representada en estos tiempos por el coronavirus atraviesa las grandes urbes, las ciudades medianas y también pequeñas, los barrios, los caseríos, atraviesa toda la actividad humana y se extiende por los muros y aún debajo de ellos. La destrucción se constata día tras día y también la presencia de una invasión silenciosa e invisible como en "Casa tomada" de Cortázar, otro cuento que evoca lo siniestro, donde un intruso desconocido e invisible provoca la huida y el abandono.

La casa del mundo ha sido sacudida no por terremotos ni huracanes (también avisos y manifestaciones de un desequilibrio) sino por algo mucho más perturbador, un virus, una metamorfosis de algo sin explicación, de algo que es lo real, eso que nadie puede poner en palabras y que tiene que ver con la mortalidad, eso que los poetas y los artistas siempre atisbaron y narraron.

Más allá de lo siniestro, podemos también leer lo que se desprende de la literatura del absurdo. Todos recordamos "A puerta cerrada", de Sartre, metáfora del aislamiento y el encierro.

Publicada en 1944, esta pieza teatral en un acto, de Jean - Paul Sartre, condensa los conceptos del existencialismo: la soledad, preeminencia de la existencia sobre la esencia, el devenir, el ser en el tiempo, la gratuidad de la existencia, la angustia, la nada y la muerte.

Los personajes llegan al lugar eterno de su condena, una especie de infierno sartreano donde compartirán un tiempo y un espacio enclaustrados con un otro que no formaba parte de su historia, un otro desconocido, cruel y egoísta, que no será el espejo de nadie, porque en esa dimensión de eternidad no hay ya espejos, porque en esa instancia no existen ya los espejos y tampoco los cuerpos, pues es el lugar de los muertos.

Es el lugar donde se muestra la caída de los ropajes del engaño, donde se desnuda el teatro y la falsificación de la vida. En ese universo absurdo surge la certeza, el vacío y, sobre todo, surge la certeza de que no es posible la salida, no es posible escapar. La puerta está cerrada para siempre.

El encierro, una suerte de cautiverio, como el de nuestra propia humanidad, o nuestra alma (sin desplazarnos hacia el platonismo) y la conciencia de la gratuidad del acontecer de la vida. Quizás en estos momentos de aislamiento, los sujetos humanos puedan advertir algo de eso que no tiene explicación, esa nada que nos constituye. Un ir hacia lo cierto, hacia su abismo y retornar, como los poetas y los artistas, tal vez pueda enseñar sobre la mortalidad y el sinsentido de las riquezas, la explotación, la injusticia de un mundo de vidrio y ordenadores que no vacila en robotizar a toda la humanidad, o gran parte de ella, en pos de las ganancias y la producción. Orbe sin espejos, sin otro, sin mirada... lugar de la locura o de la muerte. Por el contrario, habitamos una sociedad opuesta donde el cuerpo, la mirada y los espejos abundan y giran sobre su eje para tornarse también mortíferos.

En ese punto crucial, parece ser que solamente el discurso científico posee sustento, y su precisión acotará el desplazamiento de los discursos de los medios, la propaganda, la economía. La ciencia que circunscribe tiene la palabra.

El amor y el cólera

Esta extraordinaria novela de Gabriel García Márquez publicada en 1985, plantea el devenir de la vida humana y de las generaciones, donde las décadas (y también los siglos) se suceden. El narrador nos sumerge en un pasado que es el principio del siglo XX en una ciudad de provincia de la bella, barroca y contradictoria Colombia. El narrador de "El amor en los tiempos del cólera", como otros de los narradores del mundo novelesco de García Márquez, va y viene por el tiempo como el maravilloso Melquíades. Los protagonistas de la novela, la bella Fermina Daza, la de andar de venada, y el obsesivo Florentino Ariza fueron jóvenes, se amaron, se equivocaron, se separaron y finalmente se encontrarán luego de que la muerte y el duelo atraviesan sus vidas (la muerte del doctor Juvenal Urbino, acomodado, respetado y rico caballero, marido de Fermina). El paso del tiempo es inapelable, la belleza y la fuerza de la juventud parten pero en la lógica del amor, cuando todo parece perdido, renace. Un tratado de las lógicas del amor, del erotismo y la vejez, en estas páginas del gran Cervantes de nuestros días, Gabriel García Márquez.

Pero tal vez lo más notable sea el escenario caribeño con el flagelo de la peste, el cólera, que arroja incontables muertos al río Magdalena (también las guerras civiles arrojan muertos al Magdalena, dice el narrador) pero, por sobre todo, permite la huida de los enamorados maduros, "enfermos de amor" como los poetas románticos, como los trovadores sin la mirada de su dama, por un cauce que es para siempre, porque en el barco que los transporta flamea la bandera amarilla de la Peste, la peste inmarcesible del amor.

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