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Milagro salteño, una experiencia centenaria

Domingo, 20 de septiembre de 2020 03:02

La multitudinaria manifestación de la procesión con el Señor y la Virgen del Milagro es la celebración ritual que acompaña a los salteños desde época remota y representa un centenario compromiso de fidelidad hacia los patronos. Una devoción que estuvo signada por la actividad telúrica de la región, y que imprimió con su sello devastador la fe de los salteños durante siglos.

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La multitudinaria manifestación de la procesión con el Señor y la Virgen del Milagro es la celebración ritual que acompaña a los salteños desde época remota y representa un centenario compromiso de fidelidad hacia los patronos. Una devoción que estuvo signada por la actividad telúrica de la región, y que imprimió con su sello devastador la fe de los salteños durante siglos.

Desde los primeros minutos del terremoto del 13 de setiembre de 1692, los padres jesuitas fueron los primeros sacerdotes en dar a los movimientos sísmicos un claro sentido espiritual de reformación interna a los habitantes de la ciudad. Los hijos de San Ignacio recogieron y penetraron, simultáneamente, ese movimiento y lo incorporaron a la vida social cristiana. Pero, aparte de lo invisible y espiritual, también aparece la manifestación externa del culto litúrgico, del popular, en el que la procesión incluye a todo el vecindario. Así hubo procesión el día 13, en la tarde (mercedaria) y en la noche (jesuita). Continuaron las procesiones al día siguiente y en el día 15 estuvo la imagen del Cristo al que diligentes carpinteros hicieron sus andas. De tal suerte, nació la devoción más importante del territorio salteño. El tiempo configuró una historia generosa que honra el alma colectiva de Salta.

Conocida de todos los estudiosos del pasado es la costumbre española de documentar legalmente todo acontecer de algún relieve, siquiera que hubiera tenido lugar dentro de los límites razonables de las jurisdicciones de las ciudades españolas de América. El Cabildo sesionaba una vez por semana, y en el se trataban todas las cosas que sucedían.

Por esta causa, al producirse el primer terremoto a las diez de la mañana del 13 de setiembre de 1692, a falta del teniente de gobernador Vidaurre, a la sazón ausente, corrió al centro de la ciudad el alcalde de primer voto, el capitán don Blas Bernardo Díez Zambrano, llevando consigo al escribano del cabildo don Pedro Pérez del Hoyo, el funcionario real que debía dar fe cierta de lo que viere y oyere. Impacta la celeridad que, ante un hecho tan desusado, se pensara en registrar los acontecimientos, en testimoniar la verdad y su transcendencia. En la mañana del día 14, el alcalde, pretendió reunir a los cabildantes y ante la imposibilidad, fue con el escribano a la Sala del Ayuntamiento que estaba en los altos del Cabildo Histórico y desde allí, fueron labrando el acta, testimoniando de forma legal por la autoridad de ambos funcionarios. Oficiaron de testigos, el sacristán Ángel Peredo y Pedro Montenegro, hombres honrados y de confianza. Así, la autoridad civil dejaba el testimonio para la historia.

Más, la autoridad religiosa representada por el vicario y juez eclesiástico Chaves y Abreu no tuvo tiempo de formalizar el suceso, ante el torbellino de temblores y la necesidad de oraciones que demandaba la atribulada feligresía. Recién pasado el novenario, escribió el primer exhorto para que quedase memoria de aquellos sucesos con probanzas y certificaciones de numerosos fieles. Entre los días 23 y 30 de septiembre se formó un grueso expediente quedando en el fuero de la Iglesia cumplido este sagrado deber. Lamentablemente, esta documentación se perdió.

En los años sucesivos, los documentos afirman que estas celebraciones fueron muy lucidas y que continuaban con su característica original de ser días de penitencia, de sangre y de acción de gracias. En cuanto a las solemnidades litúrgicas ha de decirse que el programa marcado con la primera novena de rogativas ha persistido por muchos años, a saber: misa solemne, con cuarenta horas. Rezos de rogativas, (oraciones penitenciales), rosario, letanías de la Virgen por la mañana. Por la tarde, continuación de la adoración al Santísimo, también con rogativas y por la noche, oraciones penitenciales, cánticos y sermón. Al finalizar la novena la gran procesión de penitencia por la noche del día 15.

La intervención de Urizar

Corría el año 1711 cuando el gobernador Esteban de Urizar y Arespacochaga había dado término a sus campañas en el Chaco y otras zonas. De regreso a Salta, se preocupó por el Milagro. En esta estadía se enteró paso a paso de todo lo ocurrido y averiguó si todo aquello había sido documentado en forma judicial, en los fueros civil y eclesiástico. Las autoridades capitulares muy cumplidamente enseñaron la documentación, pero la autoridad eclesiástica llegó con la grave novedad de que dichos papeles no aparecían en el archivo del juez eclesiástico. Después de rigurosa búsqueda se los dio por definitivamente perdidos. En 1712, ante la proximidad de las fiestas del Milagro, Urizar ordenó al vicario Chaves y Abreu, una nueva información con testigos presenciales, intachables e indudables, para que quede otra vez fijada la verdad de los hechos. El vicario hizo una probanza con los testigos de mayor autoridad que se hallaban presentes. El resultado fue un autoexhorto fechado el 16 de septiembre de 1712, firmado por el vicario y refrendado por el notario público y de diezmos don Francisco de Sotomayor. Así pues, la Iglesia de Salta deberá eternamente a este gran gobernante el tesoro legal de que goza con el Milagro.

Fray José Pacheco Borges

El documento del franciscano Fray José Pacheco Borges (16 de septiembre de 1800 y depositado en el Archivo General de la Nación) relata que en los cultos del Milagro se encomendaban a clérigos, nueve pláticas morales para las nueve noches del novenario.

El día 8 de septiembre comenzaba la Novena del Milagro. Todos los días había misa cantada. Otra preocupación de los clérigos era la provisión de padres confesores, porque no se tenía por cristiano a quien no se confesara en tiempos del Milagro.
El día 13 era festivo, con misa de la Natividad de Nuestra Señora que cantaban los Señores Curas. El sermón se encomendaba a los señores del Ilustre Cabildo, y la oración de las Cuarenta Horas, con asistencia de la comunidad franciscana. El día 14, se cantaba misa de la Exaltación de la Cruz con la presencia de la comunidad mercedaria. El día 15, la misa cantada del Milagro, completaba ese triduo de ritos que precedían al gran acontecimiento nocturno: la Procesión a los Patronos. El rezo de la Novena, precedía a la comitiva que salía de la iglesia matriz (esquina de Mitre y Caseros, lugar del emplazamiento de la Compañía de Jesús) con el clero secular y las dos comunidades. La procesión seguía rumbo a la matriz antigua (actual Catedral) y posteriormente se proseguía rumbo a la Merced (20 de febrero y Caseros), en cuya plazoleta, volvía a repetirse el cántico del motete con la interpretación de los frailes mercedarios. En la última etapa, el cortejo se desplazaba por la Calle del Comercio (Caseros) hasta la matriz nueva. 


Otras noticias del Milagro

En cuanto a la novena, fue escrita en 1760, por el salteño doctor Francisco Javier Fernández.
Año tras año se acrecentaron los cultos en los que intervenían los habitantes de la ciudad y peregrinos de poblaciones distantes. Los caballeros de Salta que integraban el Cabildo en 1813, cuando el Ejército Patriota; después de la gloriosa batalla del 20 de febrero; se encontraba en el Alto Perú, pronto a combatir, resolvieron encomendar al Señor y a la Virgen del Milagro el éxito de la causa de la nueva nación. Esto aconteció en el Cabildo del 24 de julio de 1813. Cabe considerar que los gobiernos patrios de Salta durante la Guerra de la Independencia, pagaban de sus fondos los gastos que no podían ser cubiertos de las grandes solemnidades del Milagro. Todos los años, el Cabildo designaba un diputado para que interviniese en los tradicionales cultos.
Cuando ya se había concluido del todo la Guerra de la Independencia y la nación se encontraba en sus sangrientas luchas, la Patria corrió peligro con la invasión del Ejército de Bolivia en 1837. Ante los grandes sufrimientos del pueblo salteño y del noroeste argentino, pues todos los hombres debían ir a la guerra, el gobernador de Salta, coronel Felipe Heredia, ordenó que la Virgen del Milagro sea declarada Generala del Ejército de la Provincia, principalmente en acción de gracias por el triunfo de las armas de Salta, Jujuy y Tucumán, ganado el 13 de setiembre en Humahuaca.
Nuevos sismos habrían de inquietar a los salteños, en los años 1844, 1948 y 1973. Nuevamente, las imágenes habrían de ser retiradas de sus sitiales de honor, para ir en auxilio de la población que reclamaba la protección y necesitaba la presencia de los patronos para ponerse bajo su amparo. En el transcurso del tiempo, el Milagro se mantuvo como expresión de renovación y de pacto. Nació y se conserva eucarístico y penitencial. Son días para pensar en la vida renovada, en la Primavera de la Gracia. Es la promesa de reverdecer, florecer y fructificar para brindarse a los demás en el compromiso con el Evangelio, con el Hombre y el mundo. El año 2020, ha implicado un milagro de interioridad, un tiempo necesario en que la feligresía pudo repensarse a si misma y religarse a la divinidad.
 

 

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