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El fanatismo que produjo a Trump

Domingo, 17 de enero de 2021 00:00

Como si la epidemia de la COVID-19 no fuese lo suficientemente seria, Donald Trump termina su mandato siendo el primer presidente en afrontar dos juicios políticos. Este último por incitar la insurrección violenta contra el Congreso que sesionaba el pasado 6 de enero para certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales. Las chances de que sea condenado por el Senado a una moratoria de por vida a ocupar cargos electorales son una posibilidad real. Es también posible que tenga que responder a cargos criminales sin la protección de los fueros ejecutivos de la presidencia.

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Como si la epidemia de la COVID-19 no fuese lo suficientemente seria, Donald Trump termina su mandato siendo el primer presidente en afrontar dos juicios políticos. Este último por incitar la insurrección violenta contra el Congreso que sesionaba el pasado 6 de enero para certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales. Las chances de que sea condenado por el Senado a una moratoria de por vida a ocupar cargos electorales son una posibilidad real. Es también posible que tenga que responder a cargos criminales sin la protección de los fueros ejecutivos de la presidencia.

El ataque al Congreso de los EEUU -el llamado Capitolio- no es más que un episodio adicional en la larga saga desestabilizante de Donald Trump. Es cierto que cuando lanzó su campaña presidencial en el 2015 su eslogan preferido sobre sí mismo era la virtud de no ser un político, sino un empresario. Como buen conocedor del mercado del reality show, su presidencia puede ser explicada como un fenómeno televisivo en interminables y nefastos capítulos. Pero a diferencia de la ficción, Trump hizo todo el daño posible al aparato político de su país, y aún más al mundo que padece una crisis profunda de confianza entre países.

La irracionalidad

Las horas previas al ataque al Capitolio por parte de sus seguidores MAGA (Make America Great Again), Trump encabezó un acto para empujar a la muchedumbre hacia un estallido violento para intentar detener la sesión del Congreso para convalidar la elección del pasado noviembre, donde Joe Biden -demócrata- ganó por un margen contundente. En aquella oportunidad este autor escribió una columna sobre la judicialización del resultado electoral, pero jamás pensó que llegaría a tal nivel de desidia. Al perder, Trump, y su entorno, crearon una gran mentira y subsecuente conspiración: que los votos de Biden provenían de esquemas fraudulentos, y de votantes ilegales. Una táctica que nunca prosperó en los tribunales de EEUU.

Aún con la derrota judicial, Trump sí consiguió, a partir de la mentira del fraude electoral, activar a su favor un segmento fanático y leal que simpatiza con elementos del supremacismo blanco y teorías conspirativas como QAnon.

QAnon es un ejemplo del nivel de locura y peligrosidad de estos seguidores y su líder: Trump. En pocas palabras, la increíble teoría conspirativa postula que Trump es víctima de una sociedad secreta, pedófila, caníbal y satánica que intenta gobernar el mundo con Biden a la cabeza. A noviembre 2020, según Forbes, 56% de los republicanos creían en semejante estupidez. Tal es el punto del fanatismo con Trump, que el vicepresidente -Mike Pence- fue señalado como el blanco de los ataques dentro del Capitolio por no prevenir la certificación de la elección a favor de Biden. El ataque - lo que algunos consideran terrorismo doméstico- es resultado de la trayectoria triste, peligrosa y nefasta de Donald Trump como candidato y presidente.

Desde 2015 se multiplicaron los hechos premonitorios, momentos claves que anticipaban este final violento, anunciado.

La violencia del fanatismo

Allá por el 2015, siendo candidato, Trump conseguía participar en las primarias del partido Republicano de la mano de Steve Bannon, su estratega político simpatizante de la extrema derecha, o Alt-right, y jefe de campaña.

El primer indicio de lo que sería Trump como presidente ocurrió en el acto de lanzamiento de su candidatura. En este acto, Trump llamó a la construcción de un muro con México acusando a los inmigrantes de ese país como "violadores, criminales y narcotraficantes".

Esa semana el FBI reportaba un incremento de casos de violencia hacia la minoría mexicana o hispano-hablante en EEUU. Siendo candidato, en 2016, Trump ya apelaría al fanatismo de sus simpatizantes -que crecerían en número durante la campaña- diciendo en Iowa: "Podría estar en medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería votantes". Un relato -por proxy- que se haría realidad con el ataque al Capitolio. Siendo ya presidente, una de sus primeras políticas fue la prohibición de inmigración a EEUU desde seis países primordialmente musulmanes. Bajo la excusa de seguridad nacional, Trump extendería a más de doce países la prohibición, separando a millones de familias, destruyendo oportunidades laborales y de estudio. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) nunca proveería de explicación al Congreso -aun de manera confidencial- sobre la evidencia en que Trump basaba su xenofobia manifiesta.

En ese mismo año también ocurriría en la pequeña localidad de Charlottesville uno de los episodios más relevantes para entender lo que pasa hoy.

Empoderados por el discurso racista y xenófobo de Trump, miles de simpatizantes de ultraderecha marcharían en procesión, con antorchas y rememorando la Alemania nazi de 1936, gritando "los judíos no nos reemplazarán".

La marcha neonazi se hacía en respaldo a otra movilización de la sociedad civil contra la intendencia de esa ciudad por proteger la estatua de Robert E. Lee, un general de la Confederación (que defendía la esclavitud) durante la guerra civil estadounidense. Para Trump, proteger el monumento significaba resguardar y rememorar las tradiciones mayoritariamente blancas en un país multirracial y con un pasado atroz hacia los afroamericanos. 

El resultado del contrapunto sería la muerte de una mujer de 32 años durante las protestas antirracistas. Pasado los episodios de violencia, Trump diría: “Hay buenas personas en ambos lados del conflicto”. 

Las jaulas de la infamia

En 2018, en medio de una catástrofe humanitaria en Centroamérica produciendo un movimiento masivo de migrantes hacia la frontera de Estados Unidos en busca de una vida mejor, Trump diría que George Soros -un magnate húngaro-americano, identificado con el partido demócrata, y también judío- estaría financiando sus traslados. Soros, un punto usual de políticos de extrema derecha y antisemitas, sería el blanco ideal de Trump para justificar la separación y posterior encierro de 2.700 niños en jaulas dentro de cárceles a lo largo de la frontera con México. Sí, leyó bien: jaulas. Todavía 525 niños no han sido reunidos con sus familias. En 2019 Trump volcaría su xenofobia hacia un grupo de mujeres recientemente electas al Congreso. Llamadas “The Squad”, el grupo engloba a Ilhan Omar, Rashida Tlaib, Ayanna Pressley, y Alexandria Ocasio-Cortez. Cada una de ellas proveniente de familias de inmigrantes, de minorías sociales y de distritos progresistas en EEUU. En Twitter, Trump diría que “vuelvan a su país” “del lugar infestado de crimen de donde vinieron”. 

En 2020, la muerte de George Floyd y las protestas del movimiento social Black Lives Matter por todo EEUU desembocaría en meses de represión por parte de las fuerzas policiales locales y federales a activistas afrodescendientes. Trump (como todos, tristemente, lo recuerdan), llamaría al levantamiento de sus seguidores para proteger la ley y el orden de “una manada de asesinos y detractores”. 

El huevo de la serpiente

Estos episodios son solo algunos de los más gráficos de la nefasta presidencia de Donald Trump. Sin ir más lejos, con 255.000 casos diarios de coronavirus, 3.000 muertes promedio por día, 22.8 millones de casos en total y más de 380.000 fallecimientos, Trump le allanó el camino al virus. Será importante estar atentos a qué rol ocupará Trump después de terminar su mandato. Ya sea condenado o no por el Senado, Trump todavía posee el capital político y una significante base fanática de seguidores que son una amenaza para EEUU y por lo que inspiran en otros países. Si algo aprendimos de Trump es que, aunque Twitter y las redes sociales lo censuren, no se quedará en silencio. Por eso, es necesario reflexionar sobre la delicadeza del sistema democrático, la importancia de la verdad en la política, y lo clave del deber cívico de informarse y votar en cada elección. Si bien en la Argentina no parece surgir un personaje tan nefasto, sí hemos visto en la región - en Brasil- materializarse el trumpismo. Por ello, estar atentos, informados y, ojalá, hacer de Trump solo un capítulo negro de la historia de la democracia en el continente americano. 

 

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