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La historia de “Macho”, el misterioso perro negro de la laguna de Brealito

Domingo, 31 de octubre de 2021 02:26

Como decíamos en un relato anterior, en la expedición que en 1963 hicimos cuatro changos a la laguna de Brealito, un perro negro se nos sumó en la última parte del camino. Y así como misteriosamente apareció, del mismo modo desapareció no bien traspusiéramos la 
tranquera de la finca Luracatao.
El negro, como lo apodamos, se nos acercó esa noche al iniciar el último tramo de los 22 kilómetros que hay entre Seclantás y la laguna. Discutimos entonces si lo aceptábamos o no, luego de que uno del grupo lo rechazara: “los perros negros son yeta y además este tiene las orejas enteras”, dijo malhumorado Yaravigo Ruiz. El hecho es que cuando, previa discusión, lo admitimos, el perro nos acompañó hasta la tranquera de entrada. De ahí, nos olvidamos de él cuando la belleza de la laguna nos deslumbró y recién a la madrugada caímos en cuenta de su ausencia.
Al día siguiente, al preguntarle al lagunero don Milagro Liendro si no había visto al perro negro que venía con nosotros, respondió que ese animal era un “aparecido” y que si bien de noche siempre acompañaba a los caminantes, nunca trasponía la tranquera del Luracatao. “Ya habrá tiempo para contarles la historia de ese aparecido”, dijo serio.
La revelación nos dejó mudos. De todos modos no dejamos pasar el tiempo para pedirle a don Milagro que nos cuente el asunto del perro. Y así fue que a la segunda noche alrededor de la fogata, el hombre comenzó a desgranar la historia.
“Según mi abuelo, don Lorenzo Liendro, hace tiempo solían venir muchos pescadores a probar fortuna con los pejerreyes. A veces venían grupos grandes que se quedaban varios días y como pasa con la pesca, por ahí sacaban bichos y otras veces volvían con las manos vacías.

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Como decíamos en un relato anterior, en la expedición que en 1963 hicimos cuatro changos a la laguna de Brealito, un perro negro se nos sumó en la última parte del camino. Y así como misteriosamente apareció, del mismo modo desapareció no bien traspusiéramos la 
tranquera de la finca Luracatao.
El negro, como lo apodamos, se nos acercó esa noche al iniciar el último tramo de los 22 kilómetros que hay entre Seclantás y la laguna. Discutimos entonces si lo aceptábamos o no, luego de que uno del grupo lo rechazara: “los perros negros son yeta y además este tiene las orejas enteras”, dijo malhumorado Yaravigo Ruiz. El hecho es que cuando, previa discusión, lo admitimos, el perro nos acompañó hasta la tranquera de entrada. De ahí, nos olvidamos de él cuando la belleza de la laguna nos deslumbró y recién a la madrugada caímos en cuenta de su ausencia.
Al día siguiente, al preguntarle al lagunero don Milagro Liendro si no había visto al perro negro que venía con nosotros, respondió que ese animal era un “aparecido” y que si bien de noche siempre acompañaba a los caminantes, nunca trasponía la tranquera del Luracatao. “Ya habrá tiempo para contarles la historia de ese aparecido”, dijo serio.
La revelación nos dejó mudos. De todos modos no dejamos pasar el tiempo para pedirle a don Milagro que nos cuente el asunto del perro. Y así fue que a la segunda noche alrededor de la fogata, el hombre comenzó a desgranar la historia.
“Según mi abuelo, don Lorenzo Liendro, hace tiempo solían venir muchos pescadores a probar fortuna con los pejerreyes. A veces venían grupos grandes que se quedaban varios días y como pasa con la pesca, por ahí sacaban bichos y otras veces volvían con las manos vacías.


Muchos de los de por aquí llegaban con sus perritos, como era el caso de don Jacinto Sulca que a todos lados iba con “Macho”, un perro negro mediano, pelo cortón, brilloso y bien entendido.
Y así fue que para una Semana Santa, don Jacinto vino a pescar pese a que para esa fecha los bichos casi no salen. Por la peña del lado del pueblito bajó a la laguna a tirar su anzuelo. Dice que mi abuelo lo espió todo el día desde este mismo lugar y vio que no sacaba ni minga. Y cuando se hizo de noche lo vio encender una fueguito que después de a poco se fue apagando.
El abuelo pensó que Sulquita se había dormido, pero de repente algo como un ventarrón sopló encima de esta fogata mientras del otro lado de la laguna llegaba clarito un horrible aullido de perro. Quizá la repentina ventolera no lo dejó escuchar de dónde venía ese aullido tan doliente que emiten los perros cuando los aporrean. Después, pensó que quizá alguien le había querido decir algo.
Al otro día, lo primero que hizo mi abuelo fue mirar para el lado que pescaba Sulca. Se fijó bien y no lo vio, aunque le extrañó que solo su perro negro quedara en el lugar. El animalito estaba inmóvil mirando fijo el agua. El hecho es que al ver al animal solito, en el acto imaginó una tragedia y tranqueando se fue para el lugar de Sulquita. Rodeó la laguna y al llegar solo encontró su alforja, la caña de pescar y una botella vacía. El perro no estaba y eso que lo acababa de ver desde el otro lado. Observó el lugar y las huellas en el suelo barroso, le advirtió que Sulquita casi seguro que se había caído al agua. Dejó las cosas como estaban y al acordarse de Macho -así se llamaba el perrito de Sulca- lo llamó, lo silbó, pero nada de Macho y por más que lo buscó, no lo encontró por ningún lado. Era como si se lo hubiese tragado la tierra o el agua, y eso acrecentó sus sospechas”.
Y siguiendo con su relato, Milagro agregó: “Mi abuelo volvió a la casa, ensilló el caballo y según instrucciones que tenía para esos casos, se alistó para ir a Seclantás y avisar a la policía de la novedad. Cuando ya salía para el pueblo, miró para el lado de Sulca y para su sorpresa ahí estaba de nuevo el perro, sentado y mirando el agua. Pensando que ahora se podría acercar al animalito para ver su comportamiento, se fue al trote hasta el lugar pero cuando llegó Macho ya no estaba. Y eso no fue todo, su caballo tan manso como un cordero, comenzó a patear y a relinchar fiero. Ante eso, asustado, se alejó rápido rumbo a Seclantás. A la tarde recién estuvo volviendo con dos policías, lazos, ganchos para buscar en el agua y un burro por si había que trasladar un finado, pero como ya era la oración, los milicos decidieron ir por el supuesto ahogado al otro día”.

Aullidos y aguas inquietas

“Aquella noche -continuó el lagunero- los milicos se acercaron a la fogata de mi abuelo a charlar. En eso que estaban hablando de bueyes perdidos un aullido largo y lastimero vino del otro lado de la laguna. Los caballos se encabritaron y de nuevo un ventarrón casi les apaga el fuego, aunque en seguida todo se aplacó, incluso el horrible aullido. Al único que no se le movió ni un pelo fue al burro que siguió inmóvil como si nada y haciéndose el opa. Después de eso, dice que el abuelo miró el cielo y dijo: anoche a esta misma hora seguro que Sulquita se ahogó. Todos quedaron en silencio y rápido los milicos se fueron a dormir, aunque seguro que esa noche ninguno pegó los ojos.
Al día siguiente temprano salieron por Sulquita y entonces de lejos divisaron a Macho. Ahí estaba como siempre, sentado y mirando el agua, pero cuando quisieron acercarse al perro, éste ya no estaba y cuando el abuelo lo llamó, los milicos con miedo le pidieron que se calle, que no lo llame más. Después de tirar varias veces el gancho y no encontrar nada, hicieron papeles, levantaron las pertenencias del desaparecido y volvieron a la casa para esperar que el cuerpo solito salga a flote.
Esa noche los milicos se encerraron en su pieza y no quisieron salir a conversar ante la fogata. A la medianoche de nuevo el aullido lamentoso hizo estremecer a todos menos al burro, mientras el agua de la laguna se agitaba con fuerza. Tampoco esa noche nadie durmió, pero al día siguiente, cuando de nuevo fueron por Sulquita, encontraron su cuerpo flotando en el mismo lugar que Macho apuntaba con su hocico. Lo sacaron, lo mantearon y a lomo del burro los milicos se lo llevaron a Seclantás, con el abuelo de testigo.
Recién a la noche regresó mi abuelo. Estaba pálido, temblando y entonces contó que de vuelta en el arenal del abra, se le había acercado el perro negro de Sulca. Contó que estaba mansito y que al acercarse gemía como de pena. Cuando se animó y lo llamó por su nombre, el animalito le respondió gimiendo y moviendo la cola. Estaba mojado como si recién hubiese cruzado un río y poniéndose a la par lo acompañó todo el trayecto, pegadito a las patas del caballo, pero al llegar a la tranquera, ahí se paró y aunque el abuelo lo llamó por su nombre, no se movió ni un solo tranco. Entonces se bajó del caballo para levantarlo y llevarlo con él a su casa pero en cuanto lo abrazó para alzarlo, cayó en cuenta de que no era un perro sino un aparecido o un alma en pena con forma de perro. Su cuerpo estaba frío y endurecido como un finado y ya de cerca le vio los ojos huecos. Por la impresión que le vino, casi lo tira al suelo, pero algo extraño lo paró y entonces suavemente lo dejó en el suelo. Como pudo, montó su caballo, cruzó la tranquera y temblando y a duras penas llegó a su casa. Desde entonces nunca nadie lo pudo curar del susto a mi abuelo, y así fue que bien flaquito al año cabal él se acabó. 
Según los que saben, Macho también murió esa noche de la Semana Santa al querer ayudar a su amo. Y así nomás ha de ser porque el perro nunca más volvió a su casa de Seclantás Adentro. Desde entonces Macho siempre se aparece en el arenal, acompaña a los pescadores hasta la tranquera para después desaparecer misteriosamente”, concluyo el lagunero.
Luego de escuchar a don Milagro Liendro, los valientes expedicionarios quedamos helados. Para nosotros, ese perro del arenal era un perro de verdad, pero quizá por la lluvia de aquella noche no le notamos ni el frío ni la rigidez de los difuntos. En fin, como decía las viejas de antes, “hay que creer o reventar”. 
 

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