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Signos de viraje hacia el monitoreo del pensamiento

La descalificación a la prensa es genérica, porque es ideológica. El descrédito de la democracia parece llevar al país por un rumbo de autoritarismo
Domingo, 11 de abril de 2021 02:40

La libertad de prensa es inherente a la democracia, porque es inherente al pensamiento.

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La libertad de prensa es inherente a la democracia, porque es inherente al pensamiento.

Esto no parece tan claro en la Argentina.

Un país que creó una "Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional" y que estuvo a cargo a un doctor en Filosofía (Ricardo Forster) hace pensar que no se avanzó un paso desde 1979, cuando María Elena Walsh habló de "un país jardín de infantes", hastiada de la censura que la dictadura militar ejercía sobre el derecho a la información y a la lectura de los argentinos.

El pensamiento y el discurso monitoreados desde el Estado se contradicen no solo con la democracia: remiten a la era premoderna, cuando la teocracia regía las postrimerías de la Edad Media. Se guiaba por la Palabra atribuida a Dios y a la interpretación que de ella hacían los pontífices y los inquisidores.

El historiador Luis Alberto Romero habló en su momento (2014) en un artículo publicado en la Revista Criterio sobre la secretaría asignada a Forster ("un intelectual de buena formación, sin mochila de actos de corrupción, aunque afectado por esa politización facciosa que obnubila el juicio, la pluma y la palabra"). Para el historiador, era ya la muestra de "la perduración, en un subconsciente colectivo bastante extendido, del temible "enano nacionalista'". Comparaba a aquella creación con el Instituto del Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, usina ideológica del cristinismo, convertida ahora en Instituto Patria.

Pero esto no es pretérito perfecto. Es probable que el filósofo Forster, ahora asesor de Alberto Fernández, utilice su libertad de pensamiento para proyectar la realidad argentina en una época considerada "poscapitalismo". Esa inquietud es compartida por el mundo intelectual, no tanto por el hipotético final de un sistema económico, sino por los interrogantes que se vislumbran sobre los futuros regímenes políticos, sobre los sistemas laborales, sobre la plena inclusión en sociedades cada vez más desiguales e, incluso, sobre la futura existencia de la misma humanidad en la era de la robótica.

Por ahora, los cambios de regímenes políticos parecen mostrar una tendencia fuerte hacia nuevos nacionalismos que van desplazando a los partidos democráticos tradicionales. Ocurrió en Estados Unidos, con Donald Trump; en Brasil, con Jair Bolsonaro; en España, en Italia, en otros países de Europa, pero es una especie de ola de escepticismo democrático que se extiende y se afianza.

En la Argentina, la perspectiva autoritaria no está tan lejos. Los nuevos nacionalismos ascienden por derecha o por izquierda y, en los hechos, nuestras corrientes progresistas convalidan a un gobernador anacrónico, como Gildo Insfran, cajoneando denuncias sobre atropellos a los derechos humanos.

La visión selectiva sobre la historia, la realidad mundial o los ataques a la dignidad humana son un rasgo dominante de "la unidad de discurso".

La descalificación a los medios masivos de comunicación es genérica, porque es ideológica. La verdad, para este "nuevo país jardín de infantes", es lo que quienes lograron la primera minoría electoral quieren imponer.

Rostros de la censura

El lunes, dos víctimas de la dictadura mostraron otra vez el rostro de la censura disfrazada de progresismo: la exdetenida desaparecida Miriam Lewin y el hijo de víctimas de la represión, Horacio Pietragalla (ahora, aliado de Insfran).

Pietragalla es secretario de Derechos Humanos. Miriam Lewin, a pesar de su experiencia de vida, aceptó un cargo tan fascista y retrógrado como el de coordinador del pensamiento nacional: es Defensora del Público.

¿Puede existir una institución que contradiga más el respeto a la libertad de pensamiento y a la inteligencia humana que este invento paternalista? El país jardín de infantes de Jorge Videla, pero también de Urbano VIII, el Papa que juzgó a Galileo; eso sí, ahora en versión naif.

Ambos funcionarios acordaron una serie de recomendaciones para los periodistas en la "cobertura de los hechos relacionados con la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983)" y advierten que "el proceso de memoria, verdad y justicia requiere una perspectiva respetuosa de los derechos humanos para evitar la reproducción de discursos que vulneren derechos o sean desactualizados o imprecisos".

La historia, ¿tiene dueño? Los acontecimientos ocurridos en ese período deben ser pensados desde la perspectiva que a ellos se les ocurre (o que a un gobierno le conviene) y no como fueron: el fruto de un proceso histórico que, a nivel nacional se remonta al primer golpe de Estado, en 1930.

La prensa y la historia no se pueden desarrollar "a la carta". La violencia política no nació en 1976. Podría partirse, por ejemplo, del bombardeo criminal sobre Plaza de Mayo, los fusilamientos de José León Suárez, la Resistencia Peronista y, luego, las organizaciones armadas que se fueron gestando mientras la democracia se hacía añicos.

¿Qué consejo necesita el periodismo de un gobierno? ¿Qué quieren estos funcionarios, sino un direccionamiento de la información?

Los horrores del terrorismo de Estado salieron a la luz gracias a Raúl Alfonsín y a la Conadep, y a las organizaciones que se atrevieron a denunciarlos. Los juicios a las juntas, con militares que aún tenían poder de fuego, son un hecho histórico que Néstor Kirchner llegó a negar. ¿Habrá que pedir permiso para decir esto?

Uno de los últimos párrafos del documento dice: "Es importante que los medios de comunicación acompañen esta construcción de memoria, verdad y justicia".

El Estado no puede, bajo ningún concepto, decir qué es lo importante en la agenda de un medio. Se lo impide la Constitución nacional.

Pero, además, ¿qué es la memoria? ¿una construcción o un recuerdo?

El "país jardín de infantes" es ahora el "país unidad básica".

La memoria es subjetiva. La verdad, en cambio, aunque nunca se la alcanza plenamente, es el descubrimiento de la realidad a partir de evidencias, no de creencias.

La dictadura ocurrió hace cuatro décadas. Puede reeditarse, aunque con otras características. Pero la agenda de los argentinos pasa hoy por el deterioro de la democracia, la cifra récord de pobreza y el desconcierto de los gobiernos frente a la pandemia, el desbarajuste económico y el futuro.

Recurrir al pasado para ocultar esas realidades nada tiene que ver con el pensamiento progresista ni con el fervor por el pensamiento crítico que atravesaba a las generaciones a las que pertenecieron, entre muchos otros militantes de diversas filiaciones, Lewin y los padres de Pietragalla.

 

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