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La balsa de La Medusa

Martes, 20 de abril de 2021 01:26

Un lugar común estos días es pensar a Argentina como en el Titanic. Según esta imagen los argentinos corremos desesperados por las cubiertas, el Gobierno toca los violines junto con la banda en la cubierta principal y el barco sigue su curso de colisión directa hacia el témpano que lo espera impasible.

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Un lugar común estos días es pensar a Argentina como en el Titanic. Según esta imagen los argentinos corremos desesperados por las cubiertas, el Gobierno toca los violines junto con la banda en la cubierta principal y el barco sigue su curso de colisión directa hacia el témpano que lo espera impasible.

El "RMS Titanic", segundo de una serie de tres barcos de lujo botados por la empresa armadora White Star Line en 1912, estaba destinado a unir los puertos de Londres y Nueva York. Nombrado en honor a los dioses preolímpicos griegos fue diseñado como un símbolo de la consolidación del imperialismo inglés en su máximo apogeo. Una muestra de la enorme superioridad marítima británica de la época.

La Argentina no es el Titanic. Nunca lo fue. Basta leer a Carlos Waisman y su ensayo "Inversión del desarrollo en la Argentina" para darnos cuenta de que jamás fuimos esa pretendida potencia mundial ni aún cuando exhibíamos un PBI arrollador que nos ubicaba entre los primeros 10 países del mundo. Ser una potencia implica no sólo ostentar elevados niveles de ingreso sino, además, crear las bases para hacer que éstos sean sostenibles en el tiempo y que también generen condiciones de desarrollo económico y de crecimiento social.

Por el contrario, nosotros sólo hemos implementado Äcasi a lo largo de toda nuestra historiaÄ políticas de continua desinversión. El economista Castor López lo define como un modelo de subdesarrollo sustentable. Por supuesto que el relato revisionista pretende que añoremos a ese país potencia mundial que nunca fuimos así como quiere que ignoremos que jamás creamos ni tuvimos las bases sociales y educativas necesarias para poder generar esas condiciones de desarrollo y crecimiento.

Mitre, en 1860, lo había entendido e inauguró escuelas secundarias en muchas provincias. Sarmiento también lo comprendió y abrió escuelas primarias a lo largo y ancho del país triplicando la cantidad de chicos que asistían en ese entonces al colegio. Roca lo juzgó de la misma manera e hizo que la educación fuera laica, gratuita y obligatoria para todos los niños de entre 6 y 14 años, aún enfrentándose al poder de la Iglesia católica colonial. No es casualidad que en ese período se haya verificado "la política de extensión de la educación pública más temprana y enérgica de América Latina (y sólo comparable a la de Uruguay)" como afirma Gabriel Adamovsky en su libro "Historia de la Argentina". Algo pasó después.

Argentina no fue diseñada para ser representada por el majestuoso potencial del Titanic. Tampoco es correcto usar su tragedia para encarnar nuestra destrucción.

La Medusa

En 1816, el capitán de la fragata francesa "Meduse" Äpor inexperiencia e ineptitud dado que había obtenido la posición como favor político y no por sus dotes como naveganteÄ, encalló en un banco de arena frente a las costas de Mauritania. La fragata tenía botes salvavidas solamente para 250 de sus 400 tripulantes. 147 de ellos se vieron obligados a hacerse a la mar en una improvisada balsa confiados en ser rescatados pronto por las fuerzas francesas. La balsa probó ser un lastre para el resto de los sobrevivientes por lo que, apenas transcurridas unas horas, se encontraron librados a su suerte con nada más que una bolsa de galletas (que fue consumida el primer día), dos barriles de agua (perdidos durante las peleas que siguieron) y algunos barriles de vino.

Los que estaban a bordo de los botes salvavidas Äentre ellos el capitánÄ pronto llegarían a las costas de África. Al resto, los tripulantes de esa balsa maldita, les esperaba el hambre, la sed y la desesperanza. Hubo suicidios, asesinatos, canibalismo y locura. Trece días más tarde Äpor un acto de suerte y no por una acción deliberada de la monarquía francesa recién restaurada de Luis XVIIIÄ el bergantín "Argus" rescató a las pocas personas que quedaban con vida. Sólo 15 de los 147 tripulantes habían logrado sobrevivir.

La balsa de La Medusa

La escena, representada en un cuadro monumental de siete metros de ancho por casi cinco metros de alto pintado por el artista francés Theodore Gericault domina una de las salas del Museo del Louvre en París. Lúgubre, con tonos pardos claros y oscuros y un tratamiento magistral de la luz y las sombras, consigue transmitir una atmósfera dramática de angustia y desamparo.

En el cuadro predominan dos diagonales. Una que corre desde abajo a la izquierda hacia arriba a la derecha en forma de un ligero arco ascendente que transmite diferentes estados de ánimo. Desde la desolación de un padre que abraza el cadáver de su hijo en el extremo inferior, hasta la alegría desaforada de unos pocos tripulantes que hacen señas a un barco que apenas se adivina en el horizonte. La otra diagonal corre en sentido inverso, desde abajo a la derecha Ädonde el espectador se encuentra con un primer plano de un cadáver ceniciento y ensangrentadoÄ hacia arriba a la izquierda, donde se ven las velas hinchadas por el viento que impulsan a la balsa.

Dos diagonales. Una emocional que va desde la desesperanza a la exaltación. Del pesimismo a la esperanza. Otra temporal que describe el presente inmediato y el posible futuro. El mar se muestra embravecido y peligroso. No se ve capitán ni nadie que de órdenes —algo vital en una embarcación a vela y más en una situación tan precaria— así como tampoco nadie parece reparar en que el viento los aleja de la posible salvación. En el medio de la composición, a la izquierda, se nota el surgimiento de una ola gigantesca que tiene todo el potencial como para acabar con la frágil embarcación y toda su tripula    ción. 

Argentina es esa balsa; la balsa de La Medusa. Mal construida, improvisada, rota y desmenuzada. Como en el cuadro, también se pueden apreciar las dos diagonales, el mar embravecido y la ola gigantesca viniendo hacia nosotros. Amenazándonos. Y el bergantín salvador se ve igual de ilusorio, irreal y lejano que en la composición. 

La diagonal emocional

La diagonal emocional la tenemos presente todos los días. Convivimos con la desesperanza y con la exaltación. Con la más absoluta incredulidad en todo y en todos, así como con la más absurda esperanza de salvación y de superación. Hay gente que ya no cree en nada ni en nadie. Hay otros que eligen creer en los milagros imposibles que promete a diario un gobierno repleto de incapaces que sólo recitan una pretendida ideología que no es tal. Tanto la incredulidad de unos como el escepticismo de los otros irrita, aliena a todos y alimenta esa polarización tan peligrosa como perversa. También, y como el capitán de la “Meduse” nombrado por favores políticos y no por su aptitud, el presidente se destaca por su más absoluta incapacidad para ocupar el sillón de Rivadavia.

La tripulación vive los estados emocionales más extremos. Desde esa desolación del padre retratado abrazando el cadáver de su hijo y que se reflejan en Mauro Ledesma, Luis Espinoza, Magalí Morales, Abigail Jiménez, Solange Musse, Facundo Astudillo Castro y todas las otras tantas muertes inexplicables y sin sentido que ocurren a diario. Madres y padres, hermanas y hermanos, hijos e hijas, esposas y maridos. Todos desolados. Quebrados. Todos olvidados apenas ocurre la siguiente tragedia. Y en el otro extremo está el optimismo infundado, irracional y militante construido en base a relatos y mentiras. Fantasías sin ton si son. Entre ambos extremos, caras sin rostros viven la más profunda alienación y confusión. 

La diagonal temporal

Recientemente, el semanario británico “The Economist” publicó: “El estilo de conducción, el avasallamiento de las instituciones, el favoritismo para los empresarios amigos, el manejo discrecional y arbitrario, la insoportable carga impositiva, la cuestionada política tarifaria con el consiguiente aumento en los subsidios que engrosan el ya abultado e intocable gasto público y la política cambiaria vigente son algunas de las muchas cuestiones que hoy confirman que la Argentina no resulta nada atractiva para las inversiones”. Esto sólo ratifica el rumbo de desinversión iniciado hace tantas décadas atrás y postulado por Waisman y Castor López: el viento que nos aleja del ilusorio bergantín. Y el mar embravecido es el contexto internacional que nos negamos a ver, a administrar y que ninguneamos al buscar aislarnos de la comunidad internacional desarrollada aliándonos, en cambio, con otros países tan inviables como el nuestro. 

En nuestro caso la ola gigantesca representa la pobreza y el atraso medular educativo, social y cultural al que se está sometiendo a nuestra sociedad enmascarado tras un discurso progresista obsoleto y que nos expone a una vuelta de campana.

La falta de capitán, de alimentos, de agua, de vacunas, de infraestructura básica, de viviendas dignas, de justicia, de seguridad y de salarios ganados con trabajo genuino son vivencias cotidianas para millones de argentinos. La violencia social e institucional también. La inseguridad acentuada por la liberación de presos es nuestro canibalismo. La pelea y la matanza de pobres por parte de pobres por un celular, una cartera o una bicicleta. No hace falta comernos el cuerpo de la víctima para convertirnos en caníbales.
La balsa de La Medusa es otro espejo en el cual mirarnos. Y como, con brillante precisión dice Osvaldo Bazán, “ante estos espejos sólo quedan dos caminos. O los rompemos o nos rompemos. Eso sólo depende de la persona que termina de leer esta nota”.
 

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