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Basta de incoherencias

Martes, 24 de agosto de 2021 02:22

Quienes anhelamos un país normal, y no nos conforma el atraso y empobrecimiento constantes, coincidiremos en algo básico: es imperioso terminar con las incoherencias que tanto dañan. No habrá futuro para los argentinos si no se pone fin a esta desconexión con la realidad, al autoengaño al que nos sometemos, a la mentira piadosa o canallesca, al embuste generalizado, a la trampa del pretendido vivo frente al incauto.

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Quienes anhelamos un país normal, y no nos conforma el atraso y empobrecimiento constantes, coincidiremos en algo básico: es imperioso terminar con las incoherencias que tanto dañan. No habrá futuro para los argentinos si no se pone fin a esta desconexión con la realidad, al autoengaño al que nos sometemos, a la mentira piadosa o canallesca, al embuste generalizado, a la trampa del pretendido vivo frente al incauto.

¿Alguna vez nos cansaremos de vivir con tanta simulación absurda, o ya nos estaremos familiarizando que cualquier grotesco nos parezca irrisorio y no una monstruosidad?

Hay un escenario pendular de ir y venir sin brújula, de incertidumbre y contradicciones, de descontrol y confusión, de aturdimiento y a la vez displicencia, cuya real gravedad no medimos en su exacta dimensión. Pueden estar en juego las libertades fundamentales y no terminamos de despertar. ¿No alcanzaremos nunca la madurez necesaria para consensuar un norte definido y sostenible, y avanzar en esa dirección, como lo hacen en general los países que buscan progreso en libertad?

 

Permaneciendo impasibles y sin reaccionar, penosamente retrocedemos, nos desbarrancamos, desaparecemos del concierto de las naciones serias, civilizadas y modernas, perdemos la poca confiabilidad que nos queda. Y digámoslo con voz alta y clara: los que más sufren son los más vulnerables y necesitados. Entre ellos, las voluntades compradas por políticos inescrupulosos por una dádiva miserable. Negocio clientelar, ilícito y con prestaciones desiguales si los hay, donde la parte débil canjea su voto, de valor incalculable, por una limosna que casi siempre proviene de fondos oscuros y no de un bolsillo caritativo.

De la falta de sentido común y razonabilidad no escapan el mundo de la política (tanto oficialismo como oposición), la economía, la justicia, cierta prensa cada vez menos objetiva, las relaciones internacionales, y muchos más. Es el terreno donde no prevalecen las convicciones o la verdad, sino el sálvese quien pueda, el terror a quedarse fuera, el avanzar a los codazos, el cinismo de los hipócritas, o el fanatismo de las ideologías.

No exagero si digo que personalmente encuentro esa realidad por toneladas, día a día, al leer o escuchar noticias o declaraciones. Hay enormes discordancias entre lo que se dice y se hace, en la opinión de ayer y la conducta de hoy o mañana. Por supuesto que una persona pueda recapacitar y evolucionar en su pensamiento, pero no en la forma indecorosa que hoy vemos; esto se llama falta de honradez y congruencia. A modo de ejemplo, voy a citar solo tres hechos que rozan lo escandaloso.

Iniciando la campaña

Al presentar sus candidatos, en Escobar, la vicepresidenta lanzó una loable convocatoria: "...ésta es una oportunidad [la campaña de las próximas PASO] para que las fuerzas políticas en la Argentina hablemos sin beneficio de inventario. Yo siento... aquí, en mi condición de abogada, cómo el Presidente... que acá se habla con beneficio de inventario.. ah no, yo me quedo [con]... esto sí, aquello no, no..."

La decepción no pudo ser más grande cuando, apenas iniciada la campaña, escuché el primer spot del Presidente, en el cual aparece la imagen de su antecesor y se muestra un contador electrónico que mide rápidamente el crecimiento de la deuda en el gobierno anterior. ¿Podremos de una vez por todas mirar hacia adelante?

En pandemia

En el momento más estricto de las restricciones impuestas por la pandemia, la cuarentena generalizada y el confinamiento obligatorio con prohibición de circular, queriéndose mostrar como encabezando la campaña, el presidente retó a los incumplidores, y amenazó con ir personalmente a buscarlos para meterlos presos. Además, en plena disputa por la reanudación de las clases, dijo: "...pero a mí la rebelión no, eh? En el estado de derecho las leyes se cumplen, de acuerdo?"

Hasta ahí todo bien, aunque sobreactuado, y tal vez en exceso de sus facultades (art. 109 de la Constitución Nacional). Pero el llamado "vacunatorio VIP" y la reciente divulgación de las visitas a la residencia presidencial lo descolocaron. ¿No somos todos iguales ante la ley? ¿Existen "esenciales" -que no son tales- al margen de sus disposiciones? ¿No deberíamos predicar con el ejemplo? Solo en una monarquía absoluta y en un régimen totalitario, el gobernante está por encima de las leyes. No en una democracia.

Las visitas a Olivos

El Presidente se terminó rindiendo ante las abrumadoras evidencias, y reconoció como un error lo que otros consideran un delito. Antes había declarado que si había una irregularidad, iba a echar al funcionario culpable. Cuando finalmente admitió el error propio, y no de su pareja, siendo consecuente con su palabra, ¿no debería presentar su renuncia? Sé que es una utopía, pero en otros países, con instituciones que funcionan, los ciudadanos lo plantearían con seriedad.

Por falta de espacio, me abstengo de tratar las incoherencias del problema crónico de la inflación, la macroeconomía y la política monetaria, que trascienden las fronteras de la campaña y la pandemia. No por eso, a mí criterio, dejan de ser alarmantes.

Para cerrar, traigo a colación una conocida frase de Abraham Lincoln que encierra una lección evidentemente no aprendida: "Se puede mentir a pocos, mucho tiempo; se puede mentir a muchos, poco tiempo; pero no se puede mentir a todos, todo el tiempo".

 

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