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Una fractura del oficialismo que compromete al país     

Jueves, 16 de septiembre de 2021 01:56

La de ayer no fue una jornada más. A 48 horas de la derrota electoral, la conmoción creada por la amenaza del cristinismo de abandonar a Alberto Fernández a su suerte es la expresión de una crisis de gobernabilidad seria. Esperable, es cierto, desde el momento en que el actual presidente aceptó su rol de ser “el elegido de la vicepresidenta”. En un sistema presidencialista, eso es insostenible. El país lo vivió en 1973 con Cámpora, en 1999 con la fórmula Fernando De la Rúa - Chacho Álvarez y desde 2019, con esta fracasada hibridación del agua con el aceite. 

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La de ayer no fue una jornada más. A 48 horas de la derrota electoral, la conmoción creada por la amenaza del cristinismo de abandonar a Alberto Fernández a su suerte es la expresión de una crisis de gobernabilidad seria. Esperable, es cierto, desde el momento en que el actual presidente aceptó su rol de ser “el elegido de la vicepresidenta”. En un sistema presidencialista, eso es insostenible. El país lo vivió en 1973 con Cámpora, en 1999 con la fórmula Fernando De la Rúa - Chacho Álvarez y desde 2019, con esta fracasada hibridación del agua con el aceite. 

Oficialmente, solo se supo que el ministro del Interior Eduardo De Pedro había presentado su renuncia. Y, verbalmente, lo hicieron los ministros emanados de La Cámpora y del Instituto Patria.
Aparentemente, piden la cabeza de Santiago Cafiero y de Martín Guzmán. Parecería demasiado el escándalo por tan poco reclamo.

Dos flancos débiles

En realidad, es una muestra de debilidad de los dos flancos del oficialismo. Si el responsable principal es el Presidente, es evidente que las ayudas extraordinarias y discrecionales que recibió el gobernador Axel Kicillof no alcanzaron para salvar la elección en el Conurbano, donde se produjo el resultado que precipitó el naufragio. La provincia de Buenos Aires, donde el kirchnerismo construye su bastión, fue donde perdieron mayor cantidad de votos. Allí es donde Máximo Kirchner pretende convertirse en presidente del PJ y donde el fundamentalismo de La Cámpora trata de ocupar todos los espacios de los intendentes.

A nadie se le ocurriría intervenir el mediocre gabinete bonaerense, pero un ministro, Andrés Larroque, se atrevió a pedir las renuncias del equipo de Fernández. 

Los renunciantes, entre ellos, De Pedro, Roberto Salvarezza, Luana Volnovich (PAMI), Fernanda Raverta (Anses) y Martín Soria (Justicia), Juan Cabandié (Ambiente), Paula Español (Comercio) Tristán Bauer (Cultura) o

Victoria Donda (Inadi) son fácilmente reemplazables. Y en algunos casos, será difícil encontrar a alguien más ineficiente que el saliente. Pero ellos responden a Cristina Kirchner y, por lo tanto, su voluntad expresada de renunciar dibuja la magnitud de una crisis cuya salida es difícil de encontrar y cuyo desenlace es impredecible.

¿Ajedrez fatal?

Algunos periodistas nacionales creyeron ver en la conmoción de ayer una jugada de ajedrez de la vicepresidenta. Otros, el despeje desesperado de un marcador en área rodeado de rivales y con el arquero en el suelo. 

Hasta ahora, la sensación de desasosiego que transmite todo el oficialismo hace pensar que en noviembre van a retroceder más aún. La derrota de Mauricio Macri en las PASO de 2019 se tradujo en un desmadre de la economía, por el temor que inspiraba la inminencia de un retorno al poder de un régimen estatista, antiempresario y sin proyecto productivo. Ese modelo está encarnado en los renunciantes, pero parece muy improbable que La Cámpora se quede de brazos cruzados si Fernández se anima a reemplazarlos por funcionarios más razonables. Y más improbable aún que el presidente se anime a volar con alas propias. Nunca lo hizo. Las PASO vuelven a golpear la economía. Si la inflación y el dólar se disparan y las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional entran en un cono de sombras, será más difícil dar vuelta los resultados del domingo. 

¿Por qué esto parece un gesto de desesperación, una decisión agónica, más que una jugada de ajedrez? Porque en noviembre, la posibilidad de perder la mayoría en el Senado y de retroceder en Diputados debilitaría aún más a un frente de gobierno que necesita, imperiosamente, el escudo que ofrecen las inmunidades del Congreso. Los fueros de Cristina, principalmente. La impunidad permite decisiones arbitrarias como, por ejemplo, que la AFIP retire la causa penal contra el empresario K Cristóbal López, iniciada en la anterior gestión kirchnerista por la retención indebida de impuestos por valor de 1.000 millones de dólares. Ahora le dieron un plan de pagos a ocho años, por un delito cometido hace ya casi una década. Esto ocurrió en vísperas de las PASO; aunque no debe haber influido en el electorado, es una muestra. Si en noviembre se repite la derrota, estos beneficios merman.

¿Romper, ceder o irse?

¿Puede Fernández tomar distancia de la vicepresidenta y su equipo? Parece casi imposible. Hace cinco meses tuvo que admitir que un funcionario de cuarta línea, Federico Basualdo, rechazara su pedido de renuncia. Se quedó en su despacho, al amparo de La Cámpora, para impedir el manejo tarifario del país.

El episodio muestra no solo la relación de fuerzas sino la dureza de los conflictos internos. El que había pedido la renuncia es el ministro Martín Guzmán, quien debe negociar la deuda con el FMI. A partir de ese dato, es evidente que ningún interlocutor puede tomar en serio a un gobierno que sostiene un subsecretario rebelde. Y rebelde frente a un tema clave de la macroeconomía.

No se trata solo de una cuestión de personalidad o de idoneidad, sino también de poder propio. La actitud genuflexa del presidente hacia su vice le quita toda autoridad para construir una fuerza que lo sostenga y le responda. 

Ni los gobernadores ni los intendentes molestos por las intromisiones de La Cámpora pueden encolumnarse con él. Simplemente, porque Alberto Fernández no solo dijo hace poco “no voy a traicionar a Cristina ni a Máximo”, sino que, mucho antes, apenas comenzaron a notarse los extravíos en el manejo de la pandemia, puso en juego las autonomías provinciales al sacarle millonarios fondos a la Ciudad Autónoma para donárselos a Kicillof; sancionó un decreto contra el jefe de Gobierno porteño porque este quería abrir paulatinamente las escuelas y hasta lo acusó de por eso de irresponsable, aún cuando la Sociedad Argentina de Pediatría y Unicef aconsejaban volver a las clases presenciales y los sectores populares del Conurbano más afines al kirchnerismo lo reclamaban perentoriamente. Y lo más grave: por la irresponsabilidad del ministro Ginés González García, pero, sobre todo, por una decisión de “geopolítica sanitaria” de Cristina, Fernández dispuso rechazar las vacunas estadounidenses, y privilegiar las provenientes de Rusia y de China, con los resultados por todos conocidos.

Inestabilidad endémica

La jornada de ayer mostró un clima de inestabilidad que genera interrogantes sobre el futuro del gobierno, de la coalición gobernante y del país.

No existen jugadas de ajedrez ni salvadas en el área para un país sumergido en una crisis macroeconómica que se remonta a, por lo menos, dos décadas y que no logra generar credibilidad para quienes quieren invertir y producir. La inflación y la falta de crecimiento, que se profundizan desde 2011, cuando se terminó la primavera de la soja, no dan tregua y han construido un escenario social cada vez más doloroso y difícil. 

Entre 2001 y 2002, el país vivió la conmoción de una economía insostenible y sufrió el precio altísimo que se paga cuando gobierna una sociedad espuria. Veinte años después, la historia vuelve a repetirse. Puede ser que el gobierno encuentre una salida coyuntural. Será una apariencia. Con esto, es difícil que en noviembre les vaya mejor, pero lo que es seguro, que el país va por un camino cada vez más violento y sombrío.

En la Argentina acostumbramos a pensar que en el fondo, ni las crisis ni la soluciones cambian demasiado a través del tiempo. En estos días, es fácil recordar la sentencia de Carlos Marx: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

La profundidad y lo prolongado de nuestra crisis obliga a revisar sin especulaciones nuestras ideas y nuestras creencias.
 

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