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La mujer, figura de la primavera a partir de la cosmovisión andina 

Katia Gibaja señaló que el 21 de septiembre se realizaba la Qoya Raymi, la celebración de las mujeres. Este mes se hacía la siembra conjunta: el hombre araba y su pareja ponía las semillas.
Martes, 21 de septiembre de 2021 17:17

Cuando la pandemia no existía se realizaban en septiembre las elecciones de las reinas estudiantiles. Más allá de las controversias que se generaban en torno de estos eventos, no podía negarse que el foco estaba puesto en la mujer. Pero el relacionar la esencia femenina al tiempo en que todo se encuentra en su mayor vigor y hermosura no es un hecho moderno. Refiere el Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal, que los griegos explicaban la aparición y cese de la primavera en la infortunada separación de una madre y su hija. Deméter es la divinidad de la tierra cultivada y Perséfone su única hija habida con Zeus. Perséfono crecía felizmente entre las ninfas, cuando su tío Hades se enamoró de ella y la raptó. Se la llevó consigo al Inframundo. La desesperada madre comenzó la búsqueda de Perséfone e, irritada, resolvió no volver al cielo y permanecer en la Tierra, abdicando de su función hasta que le fuese devuelta su hija, ya que el dios supremo había asistido a su hermano para que se la llevara. 
El voluntario destierro de Deméter volvía la tierra estéril y, con ello, se alteraba el orden del mundo, por lo cual Zeus ordenó a Hades que restituyese a la joven. Sin embargo, esto ya no era posible: ella había roto el ayuno al comer un grano de granada durante su estancia en los infiernos, lo cual la ataba definitivamente allí. Hubo que recurrir a una transacción: Deméter volvería a ocupar su puesto en el Olimpo y Perséfone dividiría el año entre el Infierno y su madre. Por eso cada primavera Perséfone escapa de la mansión subterránea y sube al cielo con los primeros tallos que aparecen en los surcos, para volver de nuevo al reino de las sombras a la hora de la siembra. Pero durante el tiempo que permanece separada de Deméter el suelo queda estéril, es la estación triste del invierno. Según la licenciada Katia Gibaja, presidenta de la Fundación Ecos de la Patria Grande y de la Academia de Quechua Qollasuyo Salta, también bajo la cosmovisión andina la primavera tenía genio y figura de mujer. Así, explicó que el 21 de septiembre se celebraba la Qoya Raymi. La qoya era la esposa del inca, a la que se enaltecía como representante física en la Tierra de la Mamá Killa o Madre Luna. “Los incas eran grandes observadores de la naturaleza y de los astros, nos dejaron bibliotecas pétreas en las que con mucha precisión nos podemos dar cuenta hasta el día de hoy que sabían la fecha exacta de los equinoccios y los solsticios. En los solsticios, el 21 de junio y el 21 de diciembre, el enarbolado era el inca, pero en el solsticio su primera dama”, afirmó. Añadió que ese día todas las mujeres eran muy bien atendidas por sus maridos. 

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Cuando la pandemia no existía se realizaban en septiembre las elecciones de las reinas estudiantiles. Más allá de las controversias que se generaban en torno de estos eventos, no podía negarse que el foco estaba puesto en la mujer. Pero el relacionar la esencia femenina al tiempo en que todo se encuentra en su mayor vigor y hermosura no es un hecho moderno. Refiere el Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal, que los griegos explicaban la aparición y cese de la primavera en la infortunada separación de una madre y su hija. Deméter es la divinidad de la tierra cultivada y Perséfone su única hija habida con Zeus. Perséfono crecía felizmente entre las ninfas, cuando su tío Hades se enamoró de ella y la raptó. Se la llevó consigo al Inframundo. La desesperada madre comenzó la búsqueda de Perséfone e, irritada, resolvió no volver al cielo y permanecer en la Tierra, abdicando de su función hasta que le fuese devuelta su hija, ya que el dios supremo había asistido a su hermano para que se la llevara. 
El voluntario destierro de Deméter volvía la tierra estéril y, con ello, se alteraba el orden del mundo, por lo cual Zeus ordenó a Hades que restituyese a la joven. Sin embargo, esto ya no era posible: ella había roto el ayuno al comer un grano de granada durante su estancia en los infiernos, lo cual la ataba definitivamente allí. Hubo que recurrir a una transacción: Deméter volvería a ocupar su puesto en el Olimpo y Perséfone dividiría el año entre el Infierno y su madre. Por eso cada primavera Perséfone escapa de la mansión subterránea y sube al cielo con los primeros tallos que aparecen en los surcos, para volver de nuevo al reino de las sombras a la hora de la siembra. Pero durante el tiempo que permanece separada de Deméter el suelo queda estéril, es la estación triste del invierno. Según la licenciada Katia Gibaja, presidenta de la Fundación Ecos de la Patria Grande y de la Academia de Quechua Qollasuyo Salta, también bajo la cosmovisión andina la primavera tenía genio y figura de mujer. Así, explicó que el 21 de septiembre se celebraba la Qoya Raymi. La qoya era la esposa del inca, a la que se enaltecía como representante física en la Tierra de la Mamá Killa o Madre Luna. “Los incas eran grandes observadores de la naturaleza y de los astros, nos dejaron bibliotecas pétreas en las que con mucha precisión nos podemos dar cuenta hasta el día de hoy que sabían la fecha exacta de los equinoccios y los solsticios. En los solsticios, el 21 de junio y el 21 de diciembre, el enarbolado era el inca, pero en el solsticio su primera dama”, afirmó. Añadió que ese día todas las mujeres eran muy bien atendidas por sus maridos. 

La licenciada Katia Gibaja es un referente sobre el mundo andino. 


“La mujer tiene un protagonismo muy grande de equilibrio en la organización social, política, económica y espiritual”, definió Katia, también encargada de Acción Cultural del MAAM. Luego señaló que para esta época en las zonas agrarias el varón realizaba las tareas en las montañas haciendo las andenerías o graderías, que eran sitios planos logrados para cultivar los alimentos. Los varones en fila usaban el chaki taqlla, un arado individual que penetra la tierra y la levanta, y las mujeres con sus manos colocaban las semillas que serían cubiertas, todo acompañado de cánticos. “Son danzas circulares agrícolas que hasta el día de hoy se mantienen y semejan a una ópera”, relató. 
Por ello el 21 de septiembre se le agradece a la mujer su papel protagónico, el de “sembrar la semilla”. “En esa fertilidad la mujer es la encargada de poblar, por eso es tan importante el rol de ella y los andinos hemos tenido en la época inca las grandes casas de las inkahuasi o universidades femeninas, donde la mujer a partir de los ocho años podía estudiar, y no solamente el cuidado a los hijos, es decir, la puericultura, sino que eran expertas en protocolo, en el estudio de la astronomía y el uso de las plantas medicinales, las técnicas textiles. En culturas preincaicas, como la paracas, los textiles han sido realizados con una alta tecnología que asombra a los fabricantes del rubro incluso hoy, que no entienden cómo lo lograban hacer a mano”, detalló Katia. En el Noroeste el mejor testimonio es el barracán, hecho con diseños que en su mayoría se relacionan con la geometría sagrada incaica. 
Katia refiere que la esposa del inca era elegida entre las vírgenes del sol y que investigaciones actuales están revirtiendo los relatos españoles, escritos bajo la mirada colonizadora y que dan cuenta de que el inca se casaba con mujeres con las que estaba ligado por lazos sanguíneos o que tenía concubinas. “La monogamia era muy respetada en la época de los incas”, subrayó Katia. Para ella, ellos se apoyaban en la etología, que tanto define al estudio científico del carácter y modos de comportamiento del ser humano como a la parte de la biología que estudia el actuar de los animales. “Así observaban al cóndor, que elegía a una pareja para toda la vida y eran el símbolo de una relación duradera en el matrimonio, porque el amor se construye. Hasta el día de hoy los sistemas son de conquista y de perdurar, sobre todo por los hijos”, expresó. Añadió que la primavera era el tarpuy pacha, el tiempo de siembra. “Para esta época, que comienza el 21, esperaban ansiosos ya habiendo hecho la elección de las semillas que se iban a sembrar. Recordemos que ya en agosto habían hecho una observación natural de cómo iban a ser los climas, habían hecho ofrendas a la Pachamama, habían observado cómo estarían los ríos, si iba a ser un año lluvioso, cómo estarían los vientos. Todo lo que tiene que ver con una observación natural, o el primer paso del método científico, para elegir qué plantar ese año y tener éxito en la cosecha”, se explayó Katia. Sin embargo, resaltó que el tiempo de siembra se desplazaba del ámbito de la agronomía para abarcar uno más sutil, el del agradecimiento por la salud, el bienestar y las relaciones de pareja. “Se dice que el ser humano no puede estar solo, inclusive si uno ha quedado viudo o viuda tiene opciones de volver a conseguir un compañero en la vida. La relación entre el hombre y la mujer es sagrada. Es similar a pretender que no existan el sol y la luna, porque estamos acostumbrados a la dualidad complementaria: el día y la noche”, contó. 
Luego añadió que cuando retorna la primavera vuelve con ella un regalo de la tierra: el nacimiento de las flores. Es el tiempo de las tikas, las flores o representaciones de “la delicadeza de la mujer”. “De ahí, la importancia de que el hombre sepa tratar a una mujer. Si se arranca una flor de inmediato comienzan a caerse sus pétalos, en cambio si se la deja en tierra después será semilla, esa semilla fruto y podremos ver la circularidad, la magia de la vida. El reflejo de la Pachamama en esta visión es importante en las relaciones humanas. De ahí el trato maravilloso hacia la mujer”, concluyó Katia. 

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