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La inflación y la caída del Imperio Romano

Viernes, 18 de noviembre de 2022 02:50

En 2016, en El Zaudín, cerca de Tomares, Sevilla, se hallaron más de 50.000 monedas romanas, en 19 grandes ánforas, unas destrozadas por máquinas excavadoras y otras intactas. Un viejo almacén de una villa romana, del siglo I de nuestra era fue desmantelado hacia fines del siglo IV, y ocultó el tesoro bajo un pórtico. Estudios de casi 6.000 ejemplares concluyeron que eran denarios acuñados entre los años 294 y 311, con la cara de los emperadores Diocleciano, Maximiano, Constancio, Galerio, Constantino, Severo, Maximino, Licinio y Majencio.

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En 2016, en El Zaudín, cerca de Tomares, Sevilla, se hallaron más de 50.000 monedas romanas, en 19 grandes ánforas, unas destrozadas por máquinas excavadoras y otras intactas. Un viejo almacén de una villa romana, del siglo I de nuestra era fue desmantelado hacia fines del siglo IV, y ocultó el tesoro bajo un pórtico. Estudios de casi 6.000 ejemplares concluyeron que eran denarios acuñados entre los años 294 y 311, con la cara de los emperadores Diocleciano, Maximiano, Constancio, Galerio, Constantino, Severo, Maximino, Licinio y Majencio.

Prevalecían en cantidad las del primero de los referidos césares, porque contenían un mayor porcentaje de plata en la aleación. Es que, conforme iban pasando los mandatarios y crecía la inflación, descendía el peso de las monedas y su valor intrínseco en metal de valor. ¿Por qué tantos ejemplares distintos, en poco tiempo, y en las mismas manos? En tiempos de Diocleciano se desencadenó un proceso de incertidumbre política y de conflictos bélicos entre los gobernantes. En la antigüedad tardía llegaron a haber dos emperadores simultáneamente. Eso condujo paulatinamente a una concentración de la propiedad y a una devaluación del denario frente al oro.

En el 294, con una libra de plata se acuñaban 32 monedas; en el 307 ya eran 40; entre el 307 y el 309 se fabricaban 48, y entre el 310 y el 311, 72. El dueño del tesoro prefería atesorar dinero de Diocleciano, con más plata que del resto de emperadores, pues su valor en el mercado -lo que se podía pagar con cada moneda- dependía de su contenido metálico. El denario, de 95% de plata pura en el 200 a.C., fue degradado deliberadamente con hasta un 10% primero, y en el 310 d.C. era fabricado con un 88% de bronce, un 4% de plata, un 3,7% de estaño y un 3,3% de plomo.

La inflación se comía el dinero de Roma, y el remedio fue acuñar más moneda y de peor calidad. Una "viveza criolla". A esa práctica de procurar ganancias fraudulentas al acuñar monedas se le llamó "señoreaje". Los precios se dispararon; por ejemplo, si el pan costaba un denario, ahora costaría un denario y un cuarto de denario. Aumentó la oferta y decreció la demanda de la moneda del impero en tres continentes.

La crisis financiera y el endeudamiento habían comenzado mucho antes. Roma estuvo a punto de quebrar en el 91 a.C., y Marco Tulio Cicerón escribió que "las monedas se tiraban al aire, de modo que nadie podía saber lo que tenía" (De Officiis, 3:80). La interpretación más aceptada de estas palabras apunta a la falta de confianza en el denario, su pesaje y la acuñación.

La situación se agravó progresivamente con Nerón y Caracalla, y explotó durante el gobierno de Diocleciano, cuando el denario se había convertido en una moneda de bronce bañada en plata. El áureo, moneda de oro equivalente a 25 denarios, prácticamente desapareció. Entonces, en el 301, el emperador promulgó su edicto de precios máximos sobre 1.300 productos. Fijó la pena de muerte para los mercaderes que incumplieran y prohibió llevar sus productos a otros lugares donde pudieran venderlos a mayor precio, por especulación.

Por supuesto, el chivo expiatorio fueron los comerciantes, que "en su avaricia" subían los precios, y no la degradación del contenido metálico de las monedas, multiplicando la masa de dinero. Según el historiador Joseph Peden, durante la época de Diocleciano, una libra romana de oro costaba 50.000 denarios; 37 años después, cuando muere el emperador Constantino, se requerían 20 millones de denarios.

Previsiblemente, el experimento fue un rotundo fracaso, porque destruyó la esencia del mercado. Aumentaron la inflación, los impuestos y el desabastecimiento, el comercio disminuyó, al contrario del mercado negro y el trueque, y en muchos lugares la economía rural de autoabastecimiento resurgió. A fin de garantizar la seguridad alimentaria del pueblo romano, eventualmente se prohibió a los campesinos que dejaran de sembrar, a los hijos de los campesinos que dejaran de ser campesinos, y a los hijos de los soldados que dejaran de ser soldados, y ese fue el primer paso hacia el feudalismo. El antiguo esplendor nunca se recuperó. Para muchos historiadores fue la estrepitosa decadencia de Roma, hasta que finalmente el Imperio Romano de Occidente cayó en el 476 d.C.

Aquí y ahora, el ministro Massa nos propone como solución un congelamiento de precios con el objetivo de bajar la inflación al 3% mensual. Los productores, comerciantes, intermediarios, supermercadistas, y en general los formadores de precios, son los culpables a quienes hay que disciplinar o castigar. El Estado que emite la moneda y controla la masa de dinero en circulación no tiene ninguna responsabilidad. Contrariamente a los uruguayos, brasileños, peruanos, paraguayos, bolivianos o chilenos, los nuestros son perversos y buscan enriquecerse a costa de los consumidores, el pueblo. Curiosamente, en esos países la inflación es baja y no hacen falta controles de precios. "Argentina, primero la gente".

El profesor Juan Carlos De Pablo, citando a Héctor Luis Diéguez, sostiene que no leer historia es como entrar a una obra de teatro en la segunda mitad del tercer acto: uno está ahí pero no entiende nada. Es fundamental conocer de historia para no incurrir nuevamente en errores ya cometidos, porque muchas veces se repite, en forma idéntica o con matices y rasgos diferentes. Una moraleja podría ser: "Recetas mágicas de iluminados mesiánicos, preferentemente, abstenerse".

 

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