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El poder humanizante del diálogo

La comunicación de las existencias es esencial para la resolución de conflictos, en la escuela y en la sociedad. El reconocimiento del otro como persona y la capacidad de escuchar y de expresarse son la clave del entendimiento.
Sabado, 17 de diciembre de 2022 01:08

Mejorar los aspectos comunicacionales en las audiencias de mediación, en las prácticas diarias de las personas, teniendo como horizonte la búsqueda de una paz social que es posible a través de la palabra y la comprensión con el otro, es el gran desafío de nosotros las y los mediadores. Joseph Folger, creador junto a Baruch Bush del modelo transformativo de mediación, trabajó sobre las emociones y los sentimientos que pasan por las personas cuando se enfrentan a conflictos que se tratan en mediación, como base de la mediación transformativa. Las características de una mediación transformativa son la autodeterminación y el poder humanizante del diálogo, que el mediador debe preservar para lograr que una mediación sea fructífera.

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Mejorar los aspectos comunicacionales en las audiencias de mediación, en las prácticas diarias de las personas, teniendo como horizonte la búsqueda de una paz social que es posible a través de la palabra y la comprensión con el otro, es el gran desafío de nosotros las y los mediadores. Joseph Folger, creador junto a Baruch Bush del modelo transformativo de mediación, trabajó sobre las emociones y los sentimientos que pasan por las personas cuando se enfrentan a conflictos que se tratan en mediación, como base de la mediación transformativa. Las características de una mediación transformativa son la autodeterminación y el poder humanizante del diálogo, que el mediador debe preservar para lograr que una mediación sea fructífera.

El objetivo que se persigue, es que las partes afectadas puedan recuperar su voz. Por ello, "una mediación exitosa no será exclusivamente aquella en la que se arribe a un acuerdo. Un proceso de mediación puede concluir sin que las partes realicen un convenio, pero puede haber brindado a los participantes la posibilidad de desahogarse, de haber contado su problema, de sentirse escuchados y de haber tenido la oportunidad de hablarse cara a cara, y expresar (y contrastar) sus diferentes formas de sentir y percibir la situación".

La primera condición para dialogar es la delimitación de perspectivas de los interlocutores implicados. Delimitar significa definir, poner límites, pero la definición sólo puede tener lugar cuando uno es consciente de eso que cree, de lo que piensa, de lo que representa. El diálogo existe cuando uno sabe lo que va a comunicar a través de él, pero, a la vez, cuando está capacitado para recibir la visión del otro y de hospedarla en sus adentros. En ocasiones, uno descubre lo que cree y lo que piensa por oposición, por reacción, al confrontarse con el otro. Su interlocutor le ayuda, sin haberlo buscado, a aclararse a sí mismo, a definir su propia visión, lo cual, de por sí, ya es un fruto del diálogo. No en balde se ha escrito que el diálogo no sólo es un pretexto para comprender al otro, para abrirse a su mundo, sino también una ocasión, para comprenderse uno a sí mismo.

La esencia del diálogo

La alteridad es la raíz del diálogo, la dualidad, el juego dialéctico entre un yo y un tú, para decirlo con Martin Buber, que se reconocen como seres distintos, pero capaces de comprenderse a través del uso de la palabra. Sin el otro, no puede tener lugar el diálogo. El diálogo exige interlocutores conscientes de su identidad, pero no sólo eso; con voluntad de manifestarla públicamente. Uno debe saber cuál es su interlocutor, qué es lo que piensa, en qué perspectiva vital se ubica y viceversa; también su interlocutor tiene derecho a saber con quién está hablando y qué es lo que defiende.

La autoconciencia es la primera condición del diálogo. Solo puede exponer su visión del mundo quién sabe que tiene una visión del mundo que, además, es diferente de la que tiene su interlocutor. Esta delimitación es especialmente compleja en el marco de la cultura líquida postmoderna, pues el ciudadano común raramente vive su identidad de un modo sólido, estable, permanente. Su identidad fluye, cambia y se transforma, con celeridad. Cuando la identidad es líquida o inestable, el diálogo no puede tener lugar, porque mientras se dialoga, los interlocutores se diluyen, dejan de ser lo que eran, para ser otra cosa distinta de lo que son, pero eso que llegar a ser, tampoco es un punto de llegada fijo, sino un espacio de transición. Cuando las identidades de los interlocutores en juego están definidas pétreamente, y, no existen los más mínimos indicios de elasticidad, de permeabilidad, de ductilidad intelectual, tampoco puede existir el diálogo. El diálogo exige alteridad, dualidad, un yo y un tú conscientes de lo que piensan y saben, de lo que creen y esperan, pero que tengan capacidad de reconocer la verdad ajena y, si cabe, audacia para cambiar de perspectiva vital, la visión de la realidad.

Escuchar al otro

La salida de sí, el movimiento extático, es una de las condiciones fundamentales del diálogo. Esta salida de sí, como dice Emmanuel Mounier, padre del personalismo comunitarista, supone el movimiento básico de la comunicación interpersonal. Uno sale de sí mismo, de sus adentros, para dar a conocer lo que lleva dentro de su intimidad, para revelarlo. Este movimiento requiere, previamente un movimiento ad intra. Sólo se puede dar lo que se tiene, sólo se puede expresar lo que se sabe. El movimiento hacia a fuera es lo que José Ortega y Gasset denomina alteración, pero este movimiento sólo es posible, si, previamente, el ser humano realiza otro movimiento paralelamente, el ensimismamiento, el hurgar dentro de sí mismo. Al salir de sí mismo para revelar su mismidad, el ser humano debe hallar las palabras adecuadas, los gestos apropiados para hacerse entender, tiene que encontrar una forma de construcción sintáctica de su vida interior, para no traicionar eso que lleva en sus adentros. Esta salida de sí supone, de hecho, un olvido de sí, pero no una negación de sí mismo. Cuando uno sale de sí, se olvida de lo que es, para adaptar su mensaje al otro, pero, al hacerlo, no se niega a sí mismo, sino que, precisamente, se da a conocer tal y como es a los demás.

En el diálogo interpersonal, un ser humano sale de sí para expresar lo que es, pero ese contenido solo cobra vida y sentido si existe otro ser humano con voluntad y capacidad de recepción. No basta con la salida de sí para que el diálogo tenga lugar. Se requiere, junto a tal movimiento, otra operación, tan fundamental, como aquélla: la receptividad. La receptividad es la condición indispensable para el diálogo. Es la disposición a auscultar el pensamiento ajeno, a hospedar la palabra del otro, pero también su gesto y todo lo que expresa a través de lo no verbal. La receptividad es el a priori del diálogo, el único modo de poder acercarse a la postura ajena. La atenta escucha de la palabra del otro incomoda, inquieta, casi diría, que violenta las propias estructuras mentales y credenciales porque pone en crisis lo que uno piensa y cree.

La práctica del silencio es fundamental para desarrollar una atenta receptividad. El silencio es un poderoso juego de lenguaje que tiene un papel decisivo en el acto de la comunicación, no sólo porque predispone a la escucha, a la acogida de su salida de sí; sino porque el mismo silencio es un modo de dar a entender lo que uno cree. Sin silencio interior, no puede existir una atenta receptividad. Practicar el silencio activo es un modo de desasirse de lo propio, de esa nube de pensamientos, de emociones y de creencias que nos acompaña permanentemente, para dejar espacio al otro, para que vierta su mundo dentro de nuestro propio mundo. Es darle la posibilidad para que nos altere. El silencio es el clima idóneo para transitar de lo accidental a lo esencial, de lo superficial a lo profundo, de la anécdota a la categoría. Quizás por ello es una experiencia tan sumamente temida en la sociedad presente. El poder humanizante del diálogo propuesto por Joseph Folger, surge de este sostén teórico, otorgándole un protagonismo fundamental a las Partes (en conflicto) y lograr de esa forma la autodeterminación, recuperando su voz.

 

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