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El imperativo federal

Viernes, 04 de febrero de 2022 02:08

Frente al natural descontento de todo ciudadano, que entre otros expresaron en El Tribuno Guillermo Jakúlica sobre el federalismo argentino ("Un cuento chino") o Abel Cornejo ("Federalismo, un proyecto vaciado"), bien cabe preguntarse ¿qué es el federalismo y a qué se debe su debacle en Argentina? Esbozaré algunas ideas que sirvan para aproximarnos a su complejidad actual y si se quiere alguna idea de reencauzamiento, para ver si todavía es redimible.

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Frente al natural descontento de todo ciudadano, que entre otros expresaron en El Tribuno Guillermo Jakúlica sobre el federalismo argentino ("Un cuento chino") o Abel Cornejo ("Federalismo, un proyecto vaciado"), bien cabe preguntarse ¿qué es el federalismo y a qué se debe su debacle en Argentina? Esbozaré algunas ideas que sirvan para aproximarnos a su complejidad actual y si se quiere alguna idea de reencauzamiento, para ver si todavía es redimible.

Establecido en la Constitución Nacional (se lo interpretó siempre como "la unión indestructible de estados indestructibles") fue la fórmula histórica que se consensuó -luego de largas luchas civiles- para resolver el problema político territorial en Argentina, entre provincias y el Estado federal naciente. En la Constitución se reconoció la preexistencia de las provincias y la reserva de todos los poderes y recursos que estas no hubiesen expresamente delegado en el gobierno central o nacional. Las provincias se quedaron con los poderes originarios y, en consecuencia, indefinidos y los delegados a la Nación solo fueron los definidos, delimitados y expresos, escritos a sangre y fuego en la Constitución, pero desoídos día a día.

La realidad centralista

Pese a la matriz jurídica federal, la realidad demostró que la tendencia al unitarismo, nacido de la conformación colonial, solo se agudizó con el paso de los años a partir de la conformación del Estado nacional desde 1860. A los fines constitucionales de "constituir la unión nacional, asegurar la paz interior y promover el bienestar general" le siguió en la dura realidad, un régimen de desarrollo inequitativo y desigual entre provincias y Estado (nacional y CABA) sin poder concretar un federalismo lealmente aplicado en el contexto argentino. Copiado del molde norteamericano, siguió una realidad diametralmente opuesta.

Superpoblación concentrada en el área metropolitana de Buenos Aires, caos impositivo y laberinto legal para la coparticipación, presupuesto y asignación de obras, concentración política y cultural en pocos kilómetros, diseño de embudo de toda la infraestructura de transporte que condiciona todo el desarrollo del país, en especial por sus consecuencias económicas, desarticulación del entramado social que fomenta y no desalienta la migración interna hacia la capital de Argentina o su área metropolitana más desarrollada son solo algunas de las señales deplorables que da el estado actual de cosas.

Como bien diagnostica Antonio M. Hernández, el proceso de centralización del país en torno al área metropolitana de Buenos Aires determinó que en menos del 1% del territorio nacional se asiente casi el 35 % de la población y casi el 80 % de la producción argentina se origine en un radio que apenas excede los 500 km a partir de dicha área. El 65% del total de las exportaciones pertenecen a solo 3 provincias, precisamente las de mayor poder político relativo y que constantemente en juicios que hacen las provincias a la Nación argumentan su debilidad financiera e inclusive su victimización económica: ellos "producen la riqueza" y deben compartirla con sus hermanas pobres, las provincias ranchos de la génesis constitucional. Lo dice siempre el eje Puerto Madero-

Recoleta-La Plata en los alegatos de sus juicios: a pesar de la magnitud de su población, del alto grado de concentración de actividades productivas, comerciales y de servicios de todo orden, sus "finanzas públicas" son débiles y requieren el incremento de recursos. Pero el nivel de vida de sus habitantes y las posibilidades de desarrollo allí son de una diferencia abismal respecto de las posibilidades de habitantes de Salta, Formosa, La Rioja o Tierra del Fuego.

La cabeza de Goliat

¿Qué falló? Conviene preguntarse qué no falló, y bien podría afirmarse que no dejó de fallar casi nada. Por ejemplo, concentramos todos los recursos en fortificar, desarrollar y engrandecer la capital del Estado nacional, la capital de un imperio que no fue, y de todo ello salió solo la cabeza de Goliat, que empequeñece el cuerpo de la Nación Argentina, al decir de Ezequiel Martínez de Estrada, sellando la suerte del federalismo argentino. "... Las provincias han creído que Buenos Aires, como sede de las autoridades nacionales, era el punto supremo de la aspiración de todos, mientras que Buenos Aires procedió con esos aportes sagrados con un criterio no solo unitario sino verdaderamente municipal. Se engrandeció, se embelleció, se fortificó, más exclusivamente como urbe y no como Capital Federal". ("La cabeza de Goliat", Buenos Aires, 1940, pág. 31). Los resultados están a la vista. Hoy se define todo en cuatro paredes y a escasos metros del Río de la Plata, y con un criterio antifederal.

Allí se juega la suerte de toda política económica, cultural, de recursos, de obras o de financiamiento del desarrollo del resto del país, sin escuchar realmente a sus involucrados.
Se impone intentar salvar el federalismo, con descentralización e integración hacia adentro y hacia los costados del extenso territorio argentino. Desandar, por ejemplo, la forma de embudo de la red de transporte federal y desplegar una red en forma de telaraña que busque desarrollar la arquitectura regional con los recursos de un presupuesto federal que bien se ha previsto en la Constitución reformada, con un criterio solidario y que busque lograr grados equivalentes de desarrollo para todo el país.
A su vez, modificar o derogar todo el entramado legal que tiende a centralizar, por ejemplo, subsidios y asignaciones económicas en AMBA, que crean desigualdades (por ejemplo, en energía y transporte). Al mismo tiempo explorar, explotar y aprovechar los recursos naturales de todo el territorio con un criterio solidario de concertación y cooperación como lo demuestran los casos de mesa del litio entre provincias como la nuestra y Catamarca, o el problema del agua para el desarrollo agrícola, como en el conocido caso del Atuel entre Mendoza y La Pampa.
Porque no se trata solo de distribuir la riqueza como si fuera una caja estanca de la que salen unos pocos recursos, en una concepción estática de desarrollo. Se trata de generarla, a lo largo y ancho del país para que no sea necesario moverse de casa, buscando oportunidades que solo existen en la Capital.
Si se pensara en planificar y proyectar, luego de la crisis del COVID, no solo la sacrosanta “demanda interna”, sino la utilización prioritaria de los pocos recursos que quedan luego de pagar deudas en desarrollar obras de infraestructura, transporte y comunicaciones, como elementos decisivos para un desarrollo nacional equilibrado (con corredores bioceánicos, hidrovías y pasos fronterizos), habremos intentado al menos torcer la mala muerte de un proyecto constitucional casi totalmente fallido o fracasado que pese a su larga agonía aún podría ser revertido. Y no ser un cuento chino o un proyecto político totalmente vaciado de contenido.
 

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