A las 9 de la mañana del 9 de febrero de 2009 un alud de agua y lodo bajó desde las serranías del oeste, en principio por el cauce del río Tartagal con tal furia que los árboles que traía consigo y las toneladas de barro golpearon contra el viejo puente ferroviario, aquel que había sido un paso fundamental, un hito en la concresión de pueblos como Tartagal porque por allí ingresó desde hace más de 8 décadas, el tren balasto, el sembrador de pueblos.
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A las 9 de la mañana del 9 de febrero de 2009 un alud de agua y lodo bajó desde las serranías del oeste, en principio por el cauce del río Tartagal con tal furia que los árboles que traía consigo y las toneladas de barro golpearon contra el viejo puente ferroviario, aquel que había sido un paso fundamental, un hito en la concresión de pueblos como Tartagal porque por allí ingresó desde hace más de 8 décadas, el tren balasto, el sembrador de pueblos.
La furia de la correntada de un color marrón intenso arrancó de cuajo el viejo puente ferroviario y lo acercó al puente carretero ubicado sobre la avenida Packam.
Mientras la tragedia se desataba en los alrededores del puente, sobre la avenida 9 de julio el agua con barro, troncos, y todo tipo de elementos comenzó a diseminarse arrastrando toneladas de sedimentos, mientras en Villa Saavedra unas 500 viviendas quedaban totalmente cubiertas de barro.
La tragedia fue mayúscula y los daños, totales.
Dos días después del alud llegó la entonces presidenta Cristina Fernández, recorrió algunas viviendas que habían quedado reducidas a montículos de barro y se lanzó un plan integral de reconstrucción de Tartagal con la reparación integral de la ciudad, la reconstrucción de dos barrios nuevos -uno de ellos alejado del río para que vivieran los daminificados que se quedaron sin nada- la reconstrucción de los casi 2 kilómetros de las defensas del río que atraviesan Tartagal y la construcción de dos nuevos puentes.
Por más de 30 días los soldados del Regimiento 28 Juana Azurduy le dieron las tres comidas a los damnificados porque eran más de 2 mil los tartagalenses a quienes no les había quedado ni un alimento, ni un par de platos o de ollas.