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El vínculo Rusia - Argentina

Domingo, 06 de marzo de 2022 02:31

La controversia desatada en los medios nacionales por las declaraciones del Presidente de la Nación en su reciente visita a Moscú, sumada a la invasión a Ucrania, constituye momento propicio para un repaso del lugar que ocupa ese país en nuestro relacionamiento externo.
Rusia es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que le da derecho de veto que comparte con otras cuatro naciones. En estos días hemos visto cómo Moscú ejerció ese derecho con motivo de su agresión a Ucrania.
Es el país más extenso del mundo, ventaja que, si no impide una invasión, hace imposible su plena ocupación y control por ninguna otra potencia. La historia lo ha demostrado. Otro elemento geográfico a su favor es que, si bien su extensión pone a buena parte de su territorio lejos de los océanos, tiene costas sobre el Báltico, mar Negro, Pacífico Norte y mar Glacial Ártico. Este último, donde Rusia tiene más costas que los otros estados ribereños, está cobrando un novedoso valor estratégico, porque el derretimiento de los hielos polares permite la libre navegación de sus aguas durante todo el año, habiéndose incrementado notablemente el tráfico mercante por esa vía.
En el campo de la defensa es el segundo poseedor mundial de cabezas nucleares. No menos importante es que todo su arsenal, nuclear y convencional, es de diseño y producción propios. Y su capacidad de generación de nuevas tecnologías no se limita al campo armamentístico, como lo demostró la pandemia del coronavirus.
En cuanto a su potencial económico, figura entre los mayores productores y exportadores de cereales, amén de contar con las mayores reservas mundiales de petróleo y gas, que le proporcionan importantes ingresos, por sus ventas a China y Europa Occidental, y le aseguran plena autonomía en el estratégico campo de la energía.
Todo esto evidencia que Rusia es un actor para tener en consideración, con el cual la Argentina comparte coincidencias en algunos temas de la agenda global.
Aunque no tenemos economías complementarias, hubo un momento de nuestra historia en que los vínculos comerciales con la ex-URSS adquirieron una importancia que ya no existe. Fue una situación excepcional producto de una sinergia de factores domésticos en ambos países y de un escenario internacional diferente del actual.
Durante los años 70 y 80 nuestras exportaciones de cereales y carne bovina a la URSS alcanzaron montos muy altos. Esas compras se debieron a una crisis en la agricultura soviética debida a políticas agrícolas erradas combinadas con situaciones climáticas adversas. Fuera de esos años, Rusia ha sido históricamente exportador neto de granos.
Con vistas a compensar esas enormes compras de alimentos, la URSS nos vendió -en el decenio 70/80- turbinas para centrales hidroeléctricas y térmicas. Asimismo, empresas soviéticas realizaron el dragado del puerto de Ing. White y estudios para el aprovechamiento del Paraná Medio. Otros servicios de menor entidad completaron el cuadro de aquella cooperación “no tradicional”.
Aquel crecimiento del comercio tuvo proyecciones en el campo político. Entonces me desempeñaba como funcionario recién ingresado a la carrera diplomática y veía cómo, cuando en los organismos internacionales las democracias occidentales proponían adoptar medidas contra las violaciones a los derechos humanos en Argentina, el bloque de países comunistas votaba invariablemente en contra de aquéllas. Es decir, en los hechos apoyaba al régimen militar argentino, totalmente lo contrario de lo que hacía con el régimen de Pinochet. Era claramente una política destinada a salvaguardar la óptima relación comercial existente, así como tener una presencia de alto valor geopolítico ya que estábamos ubicados geográficamente entre dos regímenes hostiles a la URSS, como eran Chile y Sudáfrica. Cuando se produjo la invasión soviética a Afganistán Estados Unidos decretó un embargo cerealero a Moscú, e invitó al resto del mundo a imitarlo. Argentina no adhirió.
Con el retorno de la democracia, durante el mandato de Raúl Alfonsín firmamos con la URSS y Bulgaria sendos convenios para que sus flotas pesqueras pudieran operar en nuestro mar. Esa política nos reportó ingresos por dos vías: el canon que pagaban por la pesca y el mantenimiento y reparación de los buques, que se efectuaban en astilleros argentinos. Junto a esos beneficios pecuniarios buscábamos, en aquellos tiempos de Guerra Fría, perturbar la presencia británica en nuestro mar austral luego de la derrota de 1982, buscando así presionar a Londres a sentarse a la mesa de las negociaciones para recuperar algo del control que habíamos perdido sobre esas aguas. 
Fuera del momento “glamoroso” que nuestros lazos económicos revistieron en los 70 y 80, el panorama actual del intercambio con Rusia muestra una escasa importancia. En los últimos treinta años ni las exportaciones hacia Rusia ni las importaciones desde ese país superaron el 2,5 % del comercio exterior argentino; en 2021, ocupó el decimosexto lugar como destino de las exportaciones argentinas, pero en tales años nunca estuvo entre los diez países que más nos compraron.
El saldo del intercambio fue, salvo años excepcionales, favorable a la Argentina y eso ha sido motivo de queja por parte de Rusia, que no logra reducir ese déficit con mayores ventas. En esto la competencia de países occidentales y de China juega en contra de Rusia. Además, desde la caída del comunismo retrocedió varios casilleros respecto de otras economías del mundo. Algunas mediciones la ubican con un PBI similar al de Italia.
En lo que hace a la provisión de bienes de capital la cooperación rusa se limita hoy a la venta de equipamiento ferroviario para trenes suburbanos del ex-San Martín, contrato ni por asomo comparable a lo que China nos está proveyendo en ese rubro. Ausente está Rusia de nuestras actividades espaciales, donde tenemos el grueso de nuestra cooperación efectiva con otros países, y un panorama similar se observa en el desarrollo de centrales nucleoeléctricas.
Estos elementos ponen en evidencia que el actual Gobierno nacional pareciera no advertir que somos un país de poca importancia estratégica para Rusia y viceversa. 
Me parece que antes que pensar en objetivos utópicos, como ofrecerle a Moscú ser su puerta de ingreso a América Latina, rol que no estamos en condiciones de lograr y menos en los tiempos actuales, deberíamos enfocarnos en practicar una política exterior más atenta a nuestros intereses inmediatos, en que nuestros vecinos están llamados a ocupar un lugar mucho más importante. No olvidemos que Latinoamérica tiene 667 millones de almas y Rusia 144. Y salvo escasas excepciones, nuestro continente está gobernado por democracias. Sepamos aprovechar lo mucho que la geografía y la historia nos vinculan a Latinoamérica y a las democracias en general, sin darle la espalda a Rusia, pero sin tampoco esperar de ella más de lo que estará en condiciones de ofrecernos.
 

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La controversia desatada en los medios nacionales por las declaraciones del Presidente de la Nación en su reciente visita a Moscú, sumada a la invasión a Ucrania, constituye momento propicio para un repaso del lugar que ocupa ese país en nuestro relacionamiento externo.
Rusia es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que le da derecho de veto que comparte con otras cuatro naciones. En estos días hemos visto cómo Moscú ejerció ese derecho con motivo de su agresión a Ucrania.
Es el país más extenso del mundo, ventaja que, si no impide una invasión, hace imposible su plena ocupación y control por ninguna otra potencia. La historia lo ha demostrado. Otro elemento geográfico a su favor es que, si bien su extensión pone a buena parte de su territorio lejos de los océanos, tiene costas sobre el Báltico, mar Negro, Pacífico Norte y mar Glacial Ártico. Este último, donde Rusia tiene más costas que los otros estados ribereños, está cobrando un novedoso valor estratégico, porque el derretimiento de los hielos polares permite la libre navegación de sus aguas durante todo el año, habiéndose incrementado notablemente el tráfico mercante por esa vía.
En el campo de la defensa es el segundo poseedor mundial de cabezas nucleares. No menos importante es que todo su arsenal, nuclear y convencional, es de diseño y producción propios. Y su capacidad de generación de nuevas tecnologías no se limita al campo armamentístico, como lo demostró la pandemia del coronavirus.
En cuanto a su potencial económico, figura entre los mayores productores y exportadores de cereales, amén de contar con las mayores reservas mundiales de petróleo y gas, que le proporcionan importantes ingresos, por sus ventas a China y Europa Occidental, y le aseguran plena autonomía en el estratégico campo de la energía.
Todo esto evidencia que Rusia es un actor para tener en consideración, con el cual la Argentina comparte coincidencias en algunos temas de la agenda global.
Aunque no tenemos economías complementarias, hubo un momento de nuestra historia en que los vínculos comerciales con la ex-URSS adquirieron una importancia que ya no existe. Fue una situación excepcional producto de una sinergia de factores domésticos en ambos países y de un escenario internacional diferente del actual.
Durante los años 70 y 80 nuestras exportaciones de cereales y carne bovina a la URSS alcanzaron montos muy altos. Esas compras se debieron a una crisis en la agricultura soviética debida a políticas agrícolas erradas combinadas con situaciones climáticas adversas. Fuera de esos años, Rusia ha sido históricamente exportador neto de granos.
Con vistas a compensar esas enormes compras de alimentos, la URSS nos vendió -en el decenio 70/80- turbinas para centrales hidroeléctricas y térmicas. Asimismo, empresas soviéticas realizaron el dragado del puerto de Ing. White y estudios para el aprovechamiento del Paraná Medio. Otros servicios de menor entidad completaron el cuadro de aquella cooperación “no tradicional”.
Aquel crecimiento del comercio tuvo proyecciones en el campo político. Entonces me desempeñaba como funcionario recién ingresado a la carrera diplomática y veía cómo, cuando en los organismos internacionales las democracias occidentales proponían adoptar medidas contra las violaciones a los derechos humanos en Argentina, el bloque de países comunistas votaba invariablemente en contra de aquéllas. Es decir, en los hechos apoyaba al régimen militar argentino, totalmente lo contrario de lo que hacía con el régimen de Pinochet. Era claramente una política destinada a salvaguardar la óptima relación comercial existente, así como tener una presencia de alto valor geopolítico ya que estábamos ubicados geográficamente entre dos regímenes hostiles a la URSS, como eran Chile y Sudáfrica. Cuando se produjo la invasión soviética a Afganistán Estados Unidos decretó un embargo cerealero a Moscú, e invitó al resto del mundo a imitarlo. Argentina no adhirió.
Con el retorno de la democracia, durante el mandato de Raúl Alfonsín firmamos con la URSS y Bulgaria sendos convenios para que sus flotas pesqueras pudieran operar en nuestro mar. Esa política nos reportó ingresos por dos vías: el canon que pagaban por la pesca y el mantenimiento y reparación de los buques, que se efectuaban en astilleros argentinos. Junto a esos beneficios pecuniarios buscábamos, en aquellos tiempos de Guerra Fría, perturbar la presencia británica en nuestro mar austral luego de la derrota de 1982, buscando así presionar a Londres a sentarse a la mesa de las negociaciones para recuperar algo del control que habíamos perdido sobre esas aguas. 
Fuera del momento “glamoroso” que nuestros lazos económicos revistieron en los 70 y 80, el panorama actual del intercambio con Rusia muestra una escasa importancia. En los últimos treinta años ni las exportaciones hacia Rusia ni las importaciones desde ese país superaron el 2,5 % del comercio exterior argentino; en 2021, ocupó el decimosexto lugar como destino de las exportaciones argentinas, pero en tales años nunca estuvo entre los diez países que más nos compraron.
El saldo del intercambio fue, salvo años excepcionales, favorable a la Argentina y eso ha sido motivo de queja por parte de Rusia, que no logra reducir ese déficit con mayores ventas. En esto la competencia de países occidentales y de China juega en contra de Rusia. Además, desde la caída del comunismo retrocedió varios casilleros respecto de otras economías del mundo. Algunas mediciones la ubican con un PBI similar al de Italia.
En lo que hace a la provisión de bienes de capital la cooperación rusa se limita hoy a la venta de equipamiento ferroviario para trenes suburbanos del ex-San Martín, contrato ni por asomo comparable a lo que China nos está proveyendo en ese rubro. Ausente está Rusia de nuestras actividades espaciales, donde tenemos el grueso de nuestra cooperación efectiva con otros países, y un panorama similar se observa en el desarrollo de centrales nucleoeléctricas.
Estos elementos ponen en evidencia que el actual Gobierno nacional pareciera no advertir que somos un país de poca importancia estratégica para Rusia y viceversa. 
Me parece que antes que pensar en objetivos utópicos, como ofrecerle a Moscú ser su puerta de ingreso a América Latina, rol que no estamos en condiciones de lograr y menos en los tiempos actuales, deberíamos enfocarnos en practicar una política exterior más atenta a nuestros intereses inmediatos, en que nuestros vecinos están llamados a ocupar un lugar mucho más importante. No olvidemos que Latinoamérica tiene 667 millones de almas y Rusia 144. Y salvo escasas excepciones, nuestro continente está gobernado por democracias. Sepamos aprovechar lo mucho que la geografía y la historia nos vinculan a Latinoamérica y a las democracias en general, sin darle la espalda a Rusia, pero sin tampoco esperar de ella más de lo que estará en condiciones de ofrecernos.
 

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