Comienza el año con la certeza de que la volatilidad del 2022 y la policrisis que nos acompaña desde el 2016 seguirán. La Argentina, Salta y el mundo dependen de factores exógenos para ordenar las dinámicas internas. Lo que dejó de lección el 2022 es que los gobiernos que no tomen iniciativa ni ordenen hacia afuera las prioridades son vencidos por el contexto.
No es un accidente que el mundo debata con atención la inflación como el mal superior de control político y en la Argentina todavía no tengamos un plan macro para dejar atrás un problema de décadas. Lo que si sabemos del 2023 es que será de más volatilidad, de acciones de emergencia para ganar protagonismo y de corrección de expectativas.
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El marco electoral en Salta y la Argentina no se escapa del último año fuerte de Joseph Biden, el primero de Lula y el aniversario de la invasión de Rusia a Ucrania. Tampoco del viraje político en China, la resurgencia de la Unión Europea pos-Brexit y la importancia de la inversión verde en la economía. Ofrecer tres escenarios es tener un poco fe, pero al mismo tiempo es poder empezar un análisis más exhaustivo a lo largo del 2023. Como todo tiene que ver con todo, parte del desafío es la actualización de los patrones que dictan la política desde el comienzo de la era del desorden en 2016, con Donald Trump, Jair Bolsonaro, el Brexit y los amigos de esa tropa. También es necesario plantear cada escenario en niveles: ¿Qué podría pasar en Salta, en Argentina y el mundo si cambiamos las condiciones macro? Veamos.
El escenario pesimista
El primer escenario es pesimista, y estipula la coyuntura global como ordenador de expectativas. Claramente, el frente económico y de crecimiento mundial hacen que las capacidades estatales se encuentren (o no) dispuestas a aportar a la corrección de problemas.
Si la guerra entre Ucrania y Rusia entra en un contexto de confrontación indirecta entre países de la OTAN y las tropas de Putin es probable que la retórica nuclear tome el centro de escena y, lamentablemente, estemos al borde de la escalada del conflicto. En este caso las expectativas de los precios de la energía y los componentes en las cadenas de suministro global, todavía recuperándose pos-COVID, volvería a tocar cúspides. El efecto principal seria la escalada de la inflación a nivel mundial, y a niveles más altos en la Argentina. Con la inflación alta, los bancos centrales, sobre todo en Estados Unidos y la Unión Europea seguirían con tasas altas, impactando de lleno los mercados, la capacidad de financiación productiva y la baja global de crecimiento.
La suba de las tasas de interés afectando el acceso al crédito dejaría a la Argentina en situación aún más débil, por la fragilidad de su mercado cambiario y su dependencia de sus sectores productivos.
Aquí, y ya menos como escenario pero como una variable real, la sequía afectará gravemente el acceso a moneda extranjera, al crédito y la capacidad de inversión. Si la economía no puede ordenarse, y la inflación sigue alta (al ritmo de 7-9% por mes), la ya improbable victoria del Frente de Todos seria una certeza.
En el escenario pesimista, la lógica política de enfrentamiento, el burdo uso de la grieta y la incapacidad de demostrar un consenso en una agenda común, dejaría a la Argentina en una situación similar a la de Perú. La constante batalla política dejaría paralizado el Congreso y destruiría a las instituciones por su uso de persecución y enfrentamiento político. Si lo económico no está dado, y la política no logra vivir en convivencia democrática, en Salta, con indicadores graves de desarrollo humano, veríamos mermada la posibilidad, para cualquier tipo de gobierno, reelegido o no, para inaugurar una etapa de gestión. Sin financiamiento nacional e internacional, la esperanza queda puesta en los sectores de la minería y el turismo. Al primero le afectaría el contexto global y el local por un renovado cepo cambiario, y al segundo la macroeconomía nacional, impactando en la disponibilidad de recursos para viajar. El escenario es pesimista dentro de posibilidades, no de realidades absolutas.
El escenario conservador
El segundo escenario es conservador y fija que los factores globales y nacionales seguirán sin muchos cambios, pero con una leve mejoría, como se observó desde noviembre de 2022. Por cuestiones más bien climáticas, la guerra en Ucrania se enfrió, al mismo tiempo que China abrió sus fronteras abandonando su estrategia de cero COVID. Estas variables mostrarían un camino muy lento de recuperación en la Argentina, pudiendo acceder a importaciones a precios más bajos, así cubriendo, de a poco, saldos de superávit que ayuden a las metas del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
Políticamente la disputa electoral debería encauzarse en moderaciones y debates estancados, pero sin caer en la violencia política que vimos en el 2022. En este escenario, el Frente de Todos sería competitivo después de una PASO y la coalición opositora deberá decidir qué perfil tendría en una eventual gestión. Es posible ver el crecimiento de una tercera fuerza, que sería letal en una posible segunda vuelta. La elección competitiva y disputada dejaría como saldo un Congreso fraccionado.
En un escenario conservador, veríamos una luna de miel muy corta (como sucedió en Chile), y políticas públicas estancadas, pero sin entrar en una crisis institucional seria. Dependerá del nivel de recuperación económica el aire que tengan nuevas gestiones en el país. En Salta, por otro lado, la reelección de la actual gestión y la inercia de ineficacia ya conocida seguiría, con algunos puntos altos como el sector minero. Pero nada más que eso: todas las estrategias apuntan a ser esclavos del día a día sin tener una visión para Salta a largo plazo y un camino para llegar a ella. Si hubiese un cambio de gestión con perfiles políticos abocados a una visión de Salta a largo plazo, podríamos ver cambios significativos desde lo simbólico (como la presencia de actores políticos liderando problemas de siempre) pero poco desde lo factico por la crónica falta de inversión pública y la falta de herramientas propias para diversificar esa inversión. Un posible punto a favor aparecería si las commodities mineras siguen en alza y el recurso minero se planifica con más atención al largo plazo para la inversión productiva y en desarrollo humano.
El escenario positivo
El escenario positivo es posible en gran medida porque depende de acciones del presente. Mientras se escribe esta columna, la mayoría de los países de la OTAN deciden en Alemania como proveer de apoyo a Ucrania para una ofensiva militar que logre empujar a Rusia más cerca de su propia frontera. Se descarta un enfrentamiento en la primavera europea, pero si Ucrania la encara con mejores herramientas militares es posible que el conflicto llegue a un status-quo anterior a la invasión o a un alto al fuego. El alto al fuego sería la mejor opción, sobre todo para Putin que lograría sobrevivir a su propio fin.
En este caso, la baja de la inflación, tasas de interés y una armonía en las cadenas de suministro global mejorarían expectativas de crecimiento. Deberíamos sumar en a este contexto el liderazgo de Brasil para destrabar el acuerdo Mercosur-Unión Europea (hoy estancado por las violaciones ambientales de Bolsonaro al Amazona) y para incluir a la Argentina en el bloque de los BRICS, accediendo así a su banco de inversión. Si podemos proyectar una elección con la economía sin prender fuego, competitiva desde las propuestas, friccionada desde las campañas pero sin violencia, el próximo gobierno (el que sea) tendría una opción de volver a empezar.
El escenario positivo entiende que la Argentina actual es ingobernable y que la crisis de las instituciones es, después de la inflación, el peor problema que tenemos. Sería justo pensar que la clase política, y los candidatos que quieren la confianza del ciudadano, entenderían esto. La gran agenda de consensos por el país es posible, y en este escenario sería útil para salir del estancamiento de la última década, gobierne quien gobierne.
En Salta esto significaría (de una vez por todas) la profesionalización de la política, del Estado, y en red con la ciudadanía. Un nuevo gobierno podría refundar las bases en la cual Salta hoy existe: diversificar, democratizar, y profesionalizar a una provincia que, por su historia y posibilidades, merece más. A los tres escenarios debemos agregarles un denominador común que no podemos controlar, quizás mitigar: la crisis climática. De más o de menos, si las capacidades de resiliencia no se desarrollan a largo plazo, es muy posible que las predicciones del 2024 en adelante sean siempre en los rangos del escenario pesimista y moderado. El 2023 es el año de las inversiones para descarbonizar el mundo.
Tres escenarios para el año que inicia, que con sus certezas y con sus dudas, sirven para orientar, y que deberán ser corregidos a medida que cambia el contexto.