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Delito de lesa estupidez

Jueves, 16 de marzo de 2023 02:30

La primera vez que escuché la frase "Delito de lesa estupidez" no sabía bien a qué atribuirla ni a quién, como para rastrearlo en la web y así entender lo que habría querido decir. Pero fue mejor así, porque al no tener dueño ni explicación, la frase quedó en mi cabeza y comenzó a deambular buscando un paradero, como una nube cargada agua, siempre a punto de descargar la tormenta. Me acordé de Umberto Eco y de su libro "De la estupidez a la locura", una compilación de sus artículos publicados en prensa, y aunque no encontré allí aquella frase, me sirvió para reencontrarme con el genio, con la pluma y ese humor inteligente y bien tano que dejó plasmado en esta obra que contiene notas escritas sobre la estupidez humana con relación a Internet, los celulares, los medios de comunicación, el racismo, la religión y la educación. Me deleité con el artículo titulado "Los viejos y los jóvenes", donde habla sobre el porvenir de los jóvenes, la prolongación de la vida y la superpoblación del mundo.

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La primera vez que escuché la frase "Delito de lesa estupidez" no sabía bien a qué atribuirla ni a quién, como para rastrearlo en la web y así entender lo que habría querido decir. Pero fue mejor así, porque al no tener dueño ni explicación, la frase quedó en mi cabeza y comenzó a deambular buscando un paradero, como una nube cargada agua, siempre a punto de descargar la tormenta. Me acordé de Umberto Eco y de su libro "De la estupidez a la locura", una compilación de sus artículos publicados en prensa, y aunque no encontré allí aquella frase, me sirvió para reencontrarme con el genio, con la pluma y ese humor inteligente y bien tano que dejó plasmado en esta obra que contiene notas escritas sobre la estupidez humana con relación a Internet, los celulares, los medios de comunicación, el racismo, la religión y la educación. Me deleité con el artículo titulado "Los viejos y los jóvenes", donde habla sobre el porvenir de los jóvenes, la prolongación de la vida y la superpoblación del mundo.

La frase "Delito de lesa estupidez" no encontraba su asidero y seguía dándome vueltas, hasta que me tocó presenciar una escena de padres con hijos y amigos jóvenes de unos treinta años. Comenté que el consumo de drogas se había convertido en una normalidad y que se naturalizaba cada vez más ante la mirada impávida de una sociedad con cada vez menos reflejos para enfrentar ese flagelo.

"¿Flagelo?", me preguntó con arrogancia uno de los hijos, y a continuación hizo una exposición, una defensa casi moral y ética del consumo de drogas "recreativas". "Cosa muy distinta a ser un drogón, quiero aclararte" dijo, con un tono molesto y el entrecejo fruncido. Los amigos afirmaban con algún monosílabo o simplemente movían la cabeza; pero los padres, que no consumen ni consumieron drogas, lo escucharon como si estuviesen frente a un gurú, no tanto con admiración, sino con otro sentimiento, que descubrí al final de aquella conversación, de aquél monólogo.

Me costaba quedarme callada, sobre todo porque venía de haber escuchado a Gastón Pauls en una conferencia de prensa en Salta, contar su propio testimonio del infierno del consumo de cocaína del que todavía, tras 15 años de estar limpio, le tocaba pelearla todos los días, y al que había entrado justamente como entran todos: para divertirse, para sentirse Superman, para desinhibirse, para flashear, primero con un porro, después con 10 porros, después la merca y en otros casos las drogas de diseño, pero eso sí: únicamente en el boliche, para divertirse, un rato y nada más.

¿Nada más?

Le pregunté: ¿Cómo le decís a tu cuerpo al otro día: "Ahora no me pidas droga, no estamos en el boliche"? ¿Desde cuándo las drogas no fueron recreativas o con fines de generar estados de euforia, de alucinación, de huida, de calma?

Que se utilicen en las discotecas no quita los riesgos ni los efectos posteriores a corto y a largo plazo. La adicción no es así como un "mal viaje y nada más", el aumento del consumo es una estadía segura en ese infierno al que se entra fácil y casi nunca se sale. El consumo de drogas es un boleto de ida.

Todos sabemos (o deberíamos saber) que la droga es el "recreo" de aquellos que no pueden procesar sus problemas, es el recreo de los que están desbordados de depresión, de ansiedad, es el recreo de los que no pueden tramitar sus miedos, su impotencia, sus broncas, sus frustraciones y los traumas. Pero no por eso vamos a usar eufemismos, como llamarle, digamos, "recreativo y divertido" al veneno. Eso es apología.

Por lo menos eso me parecía importante opinar y defender en esa reunión, pero en plena discusión con ellos, una de las madres, con la mirada en el suelo y un tono sumiso me dice: "Mejor no discutamos con ellos; a los jóvenes de ahora no les gusta que los contradigan. Hay que llevarse bien con ellos". Se levantó, propuso un delivery de pizzas y todo el mundo contento con el cambio de tema

Vi a esos padres derrotados, ausentes de sus roles, ninguneados, y entendí que no es admiración lo que sienten por sus hijos; les tienen miedo.

Tienen miedo a confrontar con ellos, a que los abandonen, a no ser queridos y, paradójicamente, tienen temor a que se droguen. Igual se drogan. Igual o más, porque el vacío existencial no se resuelve con más vacío, con más ausencia ni con más silencios. Necesitamos armarnos una vida propia, con algunos principios, tal como una casa necesita cimientos sólidos. La responsabilidad de traer hijos al mundo es inmensa. La vida no es un cuento de hadas. Es triste ver a esos padres-borregos que abdicaron sus funciones ante los berrinches de hijos dictadores.

Al ver cómo pierden la oportunidad única de influir en la vida de los hijos, mientras estos naufragan buscando felicidad en las marcas, las modas, la cultura y las drogas, la frase "Delito de lesa estupidez" cobró todo su sentido.

El problema no es el mundo ni todo lo malo que pueda haber en él, sino cómo nos relacionamos con el mundo y sus inventos. No atribuyamos a la maldad lo que pueda ser explicado por la estupidez.

 

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