¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

18°
26 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

San Bernardo y Dante, debates medievales que llegaron a Salta

Sabado, 10 de junio de 2023 00:00

La Fortuna, diosa romana inescrutable y extremadamente esquiva, fue venerada alegóricamente por los más destacados humanistas florentinos (1). Esta deidad maltrató cruelmente a Dante Alighieri, a quien precipitó desde la cúspide del poder de Florencia a un amargo destierro que lo privó de vivir felizmente en su casa, que fue demolida. Se abatió sobre él una inmerecida condena que truncó la dorada rutina intelectual del poeta y que evitó que éste disfrutara de una amable cotidianeidad rodeado de sus afectos más entrañables y de sus bienes que le fueron confiscados.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

La Fortuna, diosa romana inescrutable y extremadamente esquiva, fue venerada alegóricamente por los más destacados humanistas florentinos (1). Esta deidad maltrató cruelmente a Dante Alighieri, a quien precipitó desde la cúspide del poder de Florencia a un amargo destierro que lo privó de vivir felizmente en su casa, que fue demolida. Se abatió sobre él una inmerecida condena que truncó la dorada rutina intelectual del poeta y que evitó que éste disfrutara de una amable cotidianeidad rodeado de sus afectos más entrañables y de sus bienes que le fueron confiscados.

A Dante sólo le quedaron los recuerdos del momento de su apogeo político, de las tertulias con sus amigos poetas creadores del "bel stil nuovo", con quienes dieron su primera "forma mentis" al Humanismo naciente y a la añoranza de las batallas políticas y castrenses libradas en defensa de su amada patria.

El poeta florentino como un nuevo Job, jamás culpó a Dios de su inaudita mala suerte y es más, desde su profundo dolor, devolvió a la humanidad y a sus propios verdugos un testimonio de esperanza, un verdadero himno que alaba el esplendor de la Creación y un testimonio que afirma que al hombre de fe lo alumbra siempre la luz divina que vence a las tinieblas y a la muerte.

En estas jornadas de octubre, hablaremos de la "Divina Comedia", La obra cumbre de Dante, y de los tres reinos de ultratumba por los que el vate peregrinó en la búsqueda del conocimiento supremo: El Infierno, El Purgatorio y El Paraíso, y de los tres guías que lo condujeron a través de su itinerario espiritual hacia Dios.

Dante nos dice que, para alcanzar el conocimiento de Dios, el camino es la mística. Relata que en el Paraíso. su último guía fue San Bernardo de Claraval, quien le pidió a la Reina de los Cielos que le permitiera al alma de su pupilo la "unio mística", que daría un conocimiento pleno de la divinidad.

El autor del "poema sacro" afirma que logró esa experiencia mística de sentir la presencia profunda de Dios en su alma y de comprender su infinita bondad, su magnífica belleza y su justo poder. La Divina Comedia es un mensaje que contiene lo esencial de su aprendizaje espiritual, realizado a lo largo de su peregrinaje a través de la historia, de los antros infernales, del Purgatorio y de la visión final de los cielos. Su autor concluye que la razón es un instrumento que permite alcanzar la sabiduría humana, pero la verdad sólo la alcanzará quien pueda penetrar en el arcano absoluto desde el corazón; es decir, desde "el amor que mueve el sol y las demás estrellas".

Encuentro en el Paraíso

En la Divina Comedia, Dante Alighieri se encontró con San Bernardo en el último tramo de su ascenso al Paraíso, donde este enviado divino suplantó a Beatriz como guía del viajero ultraterreno. El poeta describe así su encuentro con el bienaventurado monje de Claraval: "me volví con renovado anhelo, hacia mi dama, a preguntarle cosas, que mi mente tenía en suspenso"… "Creí ver a Beatriz y vi a un anciano, vestido cual las almas de la gloria. Difuso estaba en sus ojos y mejillas de benigna Leticia, en gesto pío, como a padre tiernísimo conviene.'¿ Donde está ella?', dije yo de súbito… Y él a mi: 'Por dar término a tu ansia, Beatriz me mandó a ti desde mi sitio'.

En su peregrinación realizada bajo la especie de la eternidad, Dante atraviesa los antros infernales escoltado por Virgilio que representa la potencia de la razón humana, que por una breve fracción de tiempo no alcanzó a ser iluminada por la Revelación. El poeta romano en su "Eneida" había fusionado las tradiciones culturales, mitológicas y literarias de Grecia y Roma y en su IV Égloga dedicada a Ansinio Polión, había profetizado el nacimiento del Mesías en el momento inminente del advenimiento de la "Plenitud de los Tiempos".

Este compañero pagano del viaje infernal podía orientarlo en su deambular por el Hades y parcialmente en el ascenso a la montaña del Purgatorio, pero no en su trayecto hacia el Paraíso, por haber muerto antes del nacimiento de Cristo. Ese rol le correspondió a Beatriz, que como indican la mayoría de los exégetas dantescos, simboliza la teología. Ella, a pesar de su amor por el viandante, no podía llegar hasta el Empireo. Por esa razón, ella conducirá al poeta hasta el penúltimo tramo del Cielo. Su límite está dado porque la razón humana es insuficiente para comprender a Dios y lograr la fusión del alma de la criatura finita con la infinita fuente del amor divino. Para este último tramo, para alcanzar el Sancta Santorum de la divinidad, se requería el auxilio de un místico que ayudara al poeta a lograr el desiderátum de la unión espiritual con Dios.

Este nuevo protagonista no podía ser otro que San Bernardo de Claraval, quien eleva sus bellas plegarias a la Virgen María para que Dante obtenga esa visión de Dios que le daría el don profético. Posteriormente el poeta florentino pide a la Reina del Cielo: "Haz que mi lengua sea tan potente/que siquiera un destello de tu gloria/pudiera dejar a la futura gente". Nosotros somos esa "futura gente" y siguiendo los ruegos de San Bernardo y el expreso pedido de Dante, debemos intentar que su mensaje oracular sea estentóreamente difundido y escuchado con claridad e interpretado por sus más ilustres y fervorosos seguidores, desde Salta - que el santo patrono defendió- y para un mundo que necesita vitalmente el don y la virtud de la esperanza.

Cuenta Bernardo Frías que el apocalíptico ángel aniquilador se precipitó sobre la indefensa ciudad de Salta en un impreciso pero dramático momento de principios del siglo XVIII, cuando una legión de "cien tribus salvajes" exterminaron a la población de la Viña, arrebataron al Niño Jesús de las brazos de la efigie de la Virgen de la Candelaria en instantes previos a quemar la capilla y luego se dirigieron masivamente a aniquilar la capital de la provincia, que gobernaba el Capitán General don Esteban de Urizar y Arespacochaga, caballero de la Orden de Santiago y Maestre de Campo de la infantería española. Las hordas atacantes triplicaban a los atribulados defensores, quienes pobremente armados decidieron ofrendar sus vidas en la defensa de su patria, sus familias y su templo matriz donde se veneraban las imágenes del Cristo del Milagro y de su divina madre. El resultado de este dramático encuentro era fácilmente predecible y presagiaba el colapso final de la ciudad de Salta, cuya fundación había sido encomendada por el Virrey Toledo a Jerónimo Luis de Cabrera –fundador de Córdoba- y luego a don Hernando de Lerma.

En el momento que las turbas venidas del gran Chaco recibían la orden de masacrar al reducto cristiano, sucedió un milagro. Los invasores interrumpieron súbitamente su avance y emprendieron una despavorida y desconcertante huida.

Tiempo después se conoció la razón de esta fuga. Los "salvajes feroces e indomables" (2) encontraron al pie del cerro, una figura vestida con un hábito de una blancura incandescente, enhiesto sobre una roca, que esperaba a las tribus belicosas a pie firme. No tenía armas y portaba en sus manos un libro en la izquierda y un ánfora en la derecha. De ese cántaro surgieron legiones de avispas bravas que se encarnizaron hiriendo los desnudos cuerpos de los aborígenes, que ante este inesperado ataque aéreo pusieron sus pies en polvorosa.

Los defensores que se habían resignado a ser inmolados y los pobladores antes afligidos, tras el estupor dieron rienda suelta a una alegría incontenible. Las campanas de los templos ciudadanos se echaron a vuelo para celebrar este nuevo milagro.

La curiosidad ciudadana indagó la identidad del salvador celestial de Salta. Con el testimonio de los protagonistas de este episodio, se estableció indublitablemente que se trataba de San Bernardo de Claraval, quien habría sido enviado para proteger la ciudad cuna de un profundo misticismo y que en el futuro sería una firme columna de la libertad.

El Cabildo Eclesiástico salteño lo designó entonces como Segundo Patrono de Salta y el Gobierno lo nombró Capitán del Ejército Español con una asignación de un sueldo correspondiente a su grado, de 25 pesos que le eran abonados con religiosa puntualidad todos los 20 de agosto, día del Santo, hasta fines del siglo XIX. Además, el cerro fue bautizado con el glorioso nombre del Santo, que defendió exitosamente la ortodoxia católica a utranza incluso contra brillantes heterodoxos como Pedro Abelardo (3), a quien recordamos por sus bellísimas cartas a Eloísa, que son un verdadero monumento al amor humano.

San Bernardo dejó su impronta de amor en la religiosidad popular y fervorosa de los salteños; religiosidad que proviene más de los impulsos generosos del corazón que de una concepción fríamente racional, aunque no pesara sobre ella ningún reproche lógico.

1) El último de ellos fue Nicolás Maquiavelo.

2) Bernardo Frías, Tradiciones Históricas; Fondo Editorial Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta, EUCASA, Biblioteca de Textos Universitarios 2013 pág 119

3) Fue la polémica más intensa y vehemente de aquellos tiempos sobre la "Teología de la Razón", defendida brillantemente por el escolástico Abelardo, contra la "Teología del Corazón", protagonizada por el monje contemplativo de Claraval

 

PUBLICIDAD