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UCR, un bastión democrático que necesita recuperar liderazgo

Jueves, 15 de junio de 2023 02:29

Más allá de las connotaciones peyorativas que en la actualidad se le achacan a la política (las lamentables razones de actualidad saltan a la vista), esta merece necesariamente una enmienda como así también una distinguida consideración por parte de los ciudadanos, porque ella se realiza a través de éstos.

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Más allá de las connotaciones peyorativas que en la actualidad se le achacan a la política (las lamentables razones de actualidad saltan a la vista), esta merece necesariamente una enmienda como así también una distinguida consideración por parte de los ciudadanos, porque ella se realiza a través de éstos.

Para comprenderla, la política debe ser entendida como una actividad inherente a las sociedades humanas y un instrumento que logra transformaciones sociales en el continuo devenir histórico. En definitiva, es en la ejemplaridad donde reside la virtud de un político.

Hoy vemos al radicalismo postergado en el protagonismo que fue ganado durante más de un siglo de lucha y compromiso. Invocando la definición de Carlos Pellegrini: "La UCR, más que un partido político, un temperamento". Y aunque Pellegrini lo dijera como una crítica, y una crítica feroz, se equivocó en algo: ese temperamento permitió presidencias fundacionales como las de Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Y dejó huellas inolvidables de verdaderos próceres de la democracia.

Parar entender a este movimiento secular, por qué no, para creer en la "política", es preciso empezar por definir conceptos. La palabra "Radical" proviene de la voz latina "radix" que significa raíz y comparte etimología con raigambre, arraigar, radicar, raigal; palabras que aluden a las ideas de sostén, pie, base y origen de ideas o cosas. Como diría Ricardo Rojas, así como "la flor no trae a la raíz, sino la raíz a la flor", así el radicalismo subyace en la argentinidad desde la historia de sus orígenes, como un espíritu reactivo a la condición colonial, ya sea invocando el grito libertario de Mayo, ya frente a la demagogia federal o el centralismo porteño, o bien contrariando y acotando las desmesuras reaccionarias del "régimen", que afanoso perseguirá perpetuarse en el poder a fuerza de defender el statu quo.

Alem y el alma radical

Desde sus orígenes revolucionarios y con más de cien años de presencia activa en el escenario político argentino, el movimiento radical puede explicarse a través de las respuestas que supo brindar a las necesidades ideológicas y sociales del país, lo que le permitió sobrellevar divisiones, fracasos y derrotas, reapareciendo cíclicamente como una alternativa valedera para la sociedad argentina.

Fundada en septiembre de 1889, la Unión Cívica constituirá un espacio de comunión y convergencia de diversas tendencias y procedencias convocadas por un vago programa que reivindicaba la limpieza del sistema electoral, la efectividad del régimen federal y la moral administrativa. Esta demostración de civismo que trasponía mezquinas diferencias en aras de elevadas coincidencias, hacía de la Unión Cívica un muestrario del nutrido caleidoscopio ideológico. Aquí convivían viejos federales con antiguos unitarios, alsinistas, mitristas, masones y católicos, tirios y troyanos, en definitiva, una generosa atomización de componentes en equilibrio metaestable. El nombre del nuevo partido político "radical", aparecerá allá por el 1891 tras la ruptura de la Unión Cívica y la propuesta por el Dr. Joaquín Castellanos, cisma que dará dos vertientes: por un lado, los mitristas, con La Unión Cívica Nacional; por otro, Alem y sus seguidores con la Unión Cívica Radical.

Durante los primeros 15 años de su existencia el radicalismo no conoció otra herramienta que la insurrección, signo que marcó el rumbo desde su nacimiento para luchar contra los obstáculos que se oponían a sus aspiraciones en el campo institucional. Tres revoluciones ocuparan este lapso de tres lustros, tras las cuales, aquietada luego su pasión beligerante y comprobada la ineficacia de la sedición, juzgó más idóneos los medios pacíficos para defender las ideas, acudiendo a la palabra, a la prensa, a la tribuna y a la profusa acción de comité para allanar el camino hacia el franco juego de las batallas electorales

Como una polea de transmisión, el radicalismo hará de la política un instrumento para la ejecución de la voluntad soberana, aunque siempre ésta regida por álgidos preceptos que iluminen sus arbitrios, refrendados en la ejemplaridad, ineludible condición en la cual debe fundarse toda autoridad Radical. "íSí, que se rompa, pero que no se doble!" sería el apotegma de Leandro N. Alem, aquel patriarca que supo aportarle al movimiento los primeros ingredientes éticos de la mística radical: "austeridad, principismo e intransigencia"; aquel que, con ejemplo, supo cultivar civilidad, otorgando credibilidad a la política desde un apostolado al servicio desinteresado de la patria y dispuesto a sucumbir ante "la inutilidad y la impotencia". Esta expresión quedará plasmada en su testamento para dar cumplimiento a la muerte prometida y consumada por propia mano.

La UCR y sus tiempos

La UCR significó un adelanto en los usos políticos argentinos que tendían a mejorar las costumbres cívicas al incorporar innovaciones a nuestros hábitos cívicos como el sistema de convenciones nacionales que mostraba el ejemplo norteamericano, las giras políticas y la organización de comités distritales sobre formas más o menos democráticas. El comité radical fue en este sentido un factor de integración social. Al decir de Homero Manzi, "era el partido de todos" ya que reunía al hijo del inmigrante con el aristócrata de apellido patricio, al paisano con el estanciero, al obrero con el joven estudiante, al empleado público con el martillero del pueblo.

Contribuyó decisivamente a la inspiración del "voto universal, secreto y obligatorio", musa que cuajará en Ley en el año 1912 durante la presidencia de Sáenz Peña. Cabe recordar el hecho de que este presidente de la nación ofreciera a Yrigoyen dos cargos para ocupar en su gabinete, declinando este último ante tal propuesta, manifestando que: "La Unión Cívica Radical no busca ministerios. Únicamente pide garantías para votar libremente", salvando con este gesto (hoy prácticamente extinto en las nuevas dirigencias) la genuina identidad de la UCR, y permitiendo así dar inicio a un nuevo ciclo comicial en la historia argentina. Entre otras conquistas sociales que concretó el radicalismo podemos mencionar: la indemnización por accidentes de trabajo Ley 9.688 (1915) primera presidencia de Hipólito Yrigoyen; pago de salario en moneda de curso legal Ley 11.278 (1923) siendo presidente Marcelo T. de Alvear, lo mismo que regulación y prohibición del trabajo infantil Ley 11.317 (1924); la jornada de trabajo de 8 horas Ley 11.544 (1929) y el decreto que estableció el feriado del 1 de mayo por el Día del Trabajador, ambos, en la segunda presidencia de Yrigoyen; salario mínimo vital y móvil Ley 16.459 (1964) en la presidencia de Arturo Illia, entre los más destacados.

El llamado a la realidad

Nuestra patria nos interpela desde la íntima raigambre de sus orígenes, ante el actual desencanto de la política.

La omisión del ejercicio cívico por parte los ciudadanos, ya sea por indiferencia o apatía, contribuye al desequilibrio que demanda toda república, pero expresa el descreimiento de la sociedad en sí misma, lo que en definitiva deriva en una lamentable revelación: la incapacidad de nuestra sociedad para gobernarse y conducirse a sí misma. Somos responsables de nuestro destino.

Nuestra realidad es hija legítima de la historia y no el entenado endeble y faccioso enredado en malsanas antinomias.

En ella se acunan aciertos y pormenores que otorgaron identidad a nuestra nación; el ignorar unos como el resaltar otros no hizo más que trastornar proyecto de Estado y de Nación vislumbrado por aquellos grandes hombres. Desde sus orígenes, el radicalismo cultivó la ejemplaridad, la austeridad y los principios que hacen de la política un genuino acto de entrega, un apostolado al servicio de la patria. Basta solo nombrarlos: Alem, quien exhibía una virtud que lo hacía respetable tanto por amigos como por enemigos: su pobreza. No lo halaga ni la fortuna, ni la mujer, ni los puestos públicos - dice Balestra, uno de sus adversarios - come poco, viste con menos; tiene el evangélico placer de dar. Lo da todo, sin tasa, ni medida ni calculo". La herencia de Alem a su hijo es "un beso en la frente".

Don Hipólito Yrigoyen conmueve con su austeridad. Ha liquidado sus campos para solventar revoluciones y recatadamente comparte su sueldo con los militares dados de baja, para paliar su indigencia. Marcelo T. de Alvear un aristócrata que supo de castillos europeos y de fortunas criollas, liquidó la propia y la de sus tías para solventar elecciones, para morir en un pequeño departamento.

Con Sabattini la austeridad es casi regla, tornándose en un estado extremo cuando siendo gobernador de Córdoba y al asistir a la fiesta de la vendimia en Colonia Caroya le dirá a su esposa quien se dirigía hacia el coche para acompañarlo: "Señora, lo siento, pero este coche es del Gobernador".

Arturo Illia nunca dispuso de los fondos reservados (salvo una pequeña cantidad para asistir quirúrgicamente a una hija de Amadeo Sabattini). Nunca vivió una vida distinta de aquella de Cruz del Eje. Nunca salió de su pobreza recatada y prolija. De la presidencia salió todavía más pobre. Elpidio González rechaza una pensión como vicepresidente porque prefiere la dignidad de mantenerse vendiendo anilinas por la calle. Así todos y tantos más.

Por ello se cumple inexorablemente un principio: al radicalismo los que entran ricos terminan pobres y los que entran pobres siguen pobres hasta el final. Las lamentables excepciones, aunque carecen de sanción interna, son actitudes execrables que los correligionarios no perdonan.

 

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