Creatividad y compromiso para reducir las violencias

Hace pocos años conocimos la palabra femicidio. Aunque muchos todavía lo niegan, las mujeres, por el solo hecho de ser mujeres, sufren niveles extremos de violencia que, en ocasiones, desencadenan una muerte prematura en ellas.

En la primera mitad del año, en nuestro país, registramos un récord de femicidios, contando 151, un número por encima incluso del registrado durante la pandemia del 2020, el pico anterior agravado por el aislamiento.

Salta es la cuarta provincia en cantidad de femicidios con 10, detrás de Buenos Aires (62), Chaco (17) y Santa Fe (13). En términos de tasas, o sea relacionando el número de hechos con la población, Salta se convierte en la segunda provincia con más femicidios (2,2 por cada 100.000 mujeres de 12 a 79 años), en un ranking liderado por la provincia del Chaco con 4,2.

Lejos de la imagen de una mujer con tacos abordada por un desconocido en una noche oscura, 70% de las mujeres, de las que se tiene información, fueron asesinadas por hombres con los que tuvieron una relación afectiva y/o sexual. Solo el 7% murió a manos de un desconocido. Más aún, dos de tres fueron atacadas en sus propias residencias o en las compartidas con la pareja. Las víctimas son más que 151, porque la violencia de estos hombres dejó sin madre a 81 niñas y niños.

Nos enseñaron a denunciar. Los movimientos feministas impulsaron el #YoSíTeCreo; una invitación a creer en las declaraciones de niñas, niños, jóvenes y mujeres abusadas. Una invitación a las víctimas a hablar, desde el convencimiento de que el silencio en el sometimiento es garantía de perpetuidad e impunidad.

Sin embargo, denunciar en el sistema judicial todavía no es garantía de salvación ni justicia. Del total de las mujeres víctimas de femicidios con información disponible, el 48% había realizado una denuncia.

Aprendimos que la violencia no solo es física y psicológica, sino también económica, y que todas estas se interrelacionan.

La dependencia económica es un grillete que encadena a las mujeres violentadas, la falta de autonomía económica condiciona fuertemente su capacidad de visualizar y conseguir una vivienda y sustento alternativos, para ellas y para sus hijos. Condenándolas muchas veces a una vida tortuosa conviviendo con su victimario, o en ocasiones a quitarse la vida como consecuencia del sufrimiento de abusos sistemáticos (aparecen los suicidios feminicidas).

Frente a este altísimo nivel de violencia se despliegan en municipios y provincias programas de asistencia psicológica, legal y económica a las víctimas. De un tiempo para acá, reconociendo la conexión entre violencia física-psicológica y la dependencia económica, se implementaron programas de empleabilidad para mujeres con el fin de fortalecer su autonomía y lograr liberarse de la situación de violencia.

Las fallas o demoras de la Justicia son penosas, pero hay que reconocer que si el problema llegó al sistema judicial, este ya ocurrió, ya dañó. Algo similar podríamos decir sobre la atención de víctimas de violencia, aunque muy relevante, también huele a correr detrás del problema. Quizá las políticas para fortalecer la autonomía económica muestran un esfuerzo mayor por parte del Estado para sacar ventaja, y adelantarnos.

Quisiera con esta reflexión ir todavía más a la raíz del problema: los hombres. No quiero con esto culpabilizar a los hombres. Pero sí considero que el foco sobre las mujeres, si bien necesario, se va agotando o es insuficiente.

En ocasiones la violencia familiar sucede en ambas direcciones -de hombre a mujer y viceversa-. Estudios indican que esa simetría se registra en formas de violencia más leves, y que la violencia sistemática, escalada y virulenta es significativamente más sufrida por mujeres (tomado de Stefano Barbero en su libro Masculinidades (im)posibles).

Nos enseñaron a cuidarnos, a no hablar con extraños, a tomar medidas preventivas, a tener independencia económica, a que los hombres también deben criar, todo para evitar ser sometidas. Sin embargo, con toda esa cajita de herramientas para el empoderamiento nos enfrentamos solas en el ámbito íntimo-doméstico a hombres que no han sido permeados por ninguna de estas novedades.

Vamos a buscar la corresponsabilidad en el cuidado, porque sabemos que es lo justo. Eso incomoda y nos puede costar la vida, independientemente del estatus económico de la familia. Me pregunto entonces, ¿por qué no cambiamos el foco y buscamos incidir sobre los perpetradores de violencia? Las políticas sobre mujeres no solo se focalizan en mujeres víctimas de violencia; van más allá. Queremos que todas logren sus emprendimientos, se inserten en sectores productivos mejores pagos y estudien programación.

En cambio, las minúsculas políticas sobre hombres son focalizadas en aquellos que ya ejercieron violencia. En general llegan a programas que los ayudan a gestionar la ira, enojos, emociones, obligadamente. Para dar un ejemplo, 83% de los hombres que pasaron por el Grupo de Hombres del Hospital Álvarez de la Ciudad de Buenos Aires llegó por orden judicial tras una causa civil o penal por violencia familiar, otro tanto fue obligado por sus parejas como condición para continuar la relación.

Es muy desilusionante saber que desde que se inició la actividad del Grupo, allá por julio de 2010, se acercaron solo 150 hombres. Peor aún, solo fueron admitidos 100, ya que el programa no admite a hombres con características psicopáticas; a hombres que no son capaces de reconocer ningún tipo de daño.

Es alarmante que por lo menos 30% de los hombres que ejercen violencia contra sus parejas sean de este tipo, según lo indican especialistas del equipo de Violencia del Hospital Álvarez. Los más peligrosos siguen sueltos, sin apoyo para reflexionar y lograr el cambio. Más allá de la asistencia psicológica y el fortalecimiento económico a mujeres, y de la aceleración de los procesos judiciales, pienso en una iniciativa preventiva trabajando con los hombres, con todos. Es urgente trabajar con hombres. Las políticas sobre mujeres dan buenos resultados, ellas se independizan y reconstruyen sus vidas. Ellos, en cambio, reproducen el patrón formando pareja con mujeres sobre las que nuevamente ejercen de manera desmedida su poder. Es un desafío para funcionarias y funcionarios implementar este enfoque, porque a diferencia de las mujeres, ellos no están disponibles para asistir a los talleres de fortalecimiento personal, están trabajando. Ni tampoco se sentirían convocados ¿Cuántos hombres se aproximarían al centro vecinal para conversar sobre sus sentimientos y frustraciones?

Desde mi punto de vista, toca irrumpir en espacios masculinizados, llevar el mensaje de la necesidad de una sociedad mejor, despojada del ejercicio del poder masculino que somete a las mujeres, del endurecimiento de la sensibilidad masculina, de los roles que se perpetúan y ponen en desventaja a la mitad de la población. Los cambios culturales llevan su tiempo, pero deben comenzar.

 

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