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¿Nuestras escuelas enseñan a pensar?

Jueves, 08 de febrero de 2024 02:14

Como muchos docentes, desde mi formación y mi experiencia trabajo para que la escuela sea un lugar donde se prepare para el futuro y donde se enseñe a pensar. Sin embargo, la realidad nos dice que suceden cosas más interesantes fuera de la escuela que dentro de ella. Me pregunto entonces: ¿Nuestras escuelas enseñan a pensar? ¿Reconocen qué cultura consumen los niños y los jóvenes? ¿Preparan para el futuro y el ejercicio de una ciudadanía responsable y crítica? ¿Incorporan las nuevas tecnologías? Los fracasos educativos se ven en números y son tendencia. La escuela tradicional tiene que cambiar. Las clases memorísticas, repetitivas, aburren. Las clases donde solo habla el docente sumerge a los chicos en un exceso de información que no les interesa, no procesan y no pueden entender.

El aprendizaje es innato y en la escuela no aprendemos por repetición: aprendemos haciendo, por construcción. No se trata solo de contenidos y estrategias sino de vínculos y emociones, y de trabajar a partir de la sorpresa y la curiosidad. En el aula esta interacción debe favorecer que nuestros niños, niñas y jóvenes sean capaces de conocerse, comprenderse, de interactuar, de ejercitar la crítica, la reflexión y la participación en un mundo que cambia constantemente.

La neuroeducación es una nueva disciplina académica que nos ha aportado muchas herramientas para conocer cómo aprende el cerebro. Reúne el aporte de las neurociencias, la psicología, la pedagogía y la sociología para entender los procesos educativos y optimizar las estrategias pedagógicas; por lo tanto suma a nuestro quehacer en el aula.

La corteza prefrontal es la zona cerebral que nos ayuda a prestar atención, a escuchar, a resolver problemas y evoluciona a medida que pasan los años. Nosotros esculpimos nuestro cerebro según aquello a lo que prestemos atención. Nuestra calidad cognitiva, las posibilidades de conectar con las personas y el entorno dependen de esto. Aprendemos por la plasticidad y maleabilidad de nuestro cerebro, todo lo que asimilamos y cómo lo hacemos genera conexiones neuronales constantemente, nuevas habilidades, aptitudes, actitudes. Desde la neurociencia sabemos que la capacidad de una persona para concentrarse y mantener la atención gira en alrededor de los diez y veinte minutos aproximadamente. Con esta información deberíamos ver cómo gestionar el tiempo en el aula, de modo que el tiempo de las explicaciones no superen esa cantidad de minutos. Sería muy interesante complementar el resto del tiempo con actividades y proyectos que promuevan la reflexión y el trabajo colectivo.

Hoy hablamos de neuroeducación, de plasticidad cerebral y de nuevas generaciones; los niños y jóvenes están digitalizados y han desarrollado una nueva configuración cerebral, una mayor elasticidad neuronal y un pensamiento más conectivo. El común de estas generaciones está acostumbrado a trabajar en grupo a través de las redes sociales, a compartir información, a buscar resultados rápidos, y esperan una gratificación inmediata. Han desarrollado circuitos neuronales para focalizar la atención velozmente, analizar la información y, casi instantáneamente, decidir si seguir o no seguir, por eso las experiencias personales fuera y dentro de la escuela deben potenciar la capacidad cerebral, porque no solo hay un aspecto genético que influye su funcionamiento, sino también componentes de orden social, familiar, educativo y ambiental que lo condicionan. Tener presente esto es necesario.

El entorno ha cambiado, tenemos disponible información con un click. Hay un lenguaje que debemos entender para poder comunicarnos, porque no hay una buena educación si no hay una buena comunicación. Educar en el siglo XXI supone que un docente pueda capacitarse para aprender cómo enseñar y ser un verdadero facilitador en los ambientes de aprendizaje. De eso se trata. Y si tienen que interactuar con una generación que ha nacido en el mundo de las tecnologías digitales urge sumar estas nuevas tecnologías a este proceso de educar. Tener la capacidad de regar desiertos implica tener un cambio de actitud. Estamos parados frente a una realidad que exige un modelo de enseñanza-aprendizaje adaptado a la nueva identidad de nuestros alumnos, que requiere un docente que enseñe a discriminar con criterio, que enseñe a buscar y profundizar. Hace falta una figura que refuerce. Ser conscientes de que debemos prepararnos constantemente, aprendiendo de nuestros alumnos, entender sus lenguajes, sus modos, sus motivaciones, sus experiencias en un mundo diverso, global y en constante movimiento. Integrarnos con ellos para que generen aprendizajes significativos, diferenciando el rol de cada uno. En este escenario, los estudiantes deben tener la sensación de que eso que aprenden les va a ser útil en el futuro.

Tan importante como conocer todo lo citado anteriormente es la necesidad de que los docentes reconozcan, dominen y apliquen, con orientación didáctica y pedagógica, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

El cerebro recuerda todo aquello que nos ha emocionado. La forma en cómo aprendemos influye en la visión del mundo y en la relación con el entorno, por eso incentivar la curiosidad y reforzar positivamente los avances de nuestros alumnos permite el crecimiento intelectual y estimula la formación de nuevas redes neuronales. Cuando los docentes podamos comprender que somos quienes creamos futuro en las personas y nos capacitemos para eso será inevitable que sucedan cosas más interesantes dentro de la escuela.

 

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