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Balvina Ramos recuerda el Carnaval de su infancia en Bacoya

La coplera compartió sus memorias, su casa materna en los cerros, lo simbólico y la magia de los rituales de un tiempo y un lugar que ya se fueron.
Domingo, 11 de febrero de 2024 10:59

Balvina Ramos se despierta en la mañana del domingo de Carnaval y comienza los preparativos para salir a festejar. Sólo que ahora vive en el barrio San Alfonso, de la populosa zona sudeste de la ciudad de Salta, y sus carnavales son más urbanos. En consecuencia, tienen otra consistencia a los que marcaron su infancia en Bacoya, ese pueblo ubicado en el departamento de Santa Victoria Oeste.

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Balvina Ramos se despierta en la mañana del domingo de Carnaval y comienza los preparativos para salir a festejar. Sólo que ahora vive en el barrio San Alfonso, de la populosa zona sudeste de la ciudad de Salta, y sus carnavales son más urbanos. En consecuencia, tienen otra consistencia a los que marcaron su infancia en Bacoya, ese pueblo ubicado en el departamento de Santa Victoria Oeste.

Hoy sacude un sombrero blanco que fue alcanzado con témpera y nieve del Paseo de los Poetas, una remera "carnavalera" overa de tantos colores y una caja "guerrera" que se acostumbró a luchar contra los sonidos de la ciudad; una preparación de al menos media hora.

Balvina se sienta en su mesa y le cuenta a El Tribuno los recuerdos de su infancia. La memoria le sacan lágrimas y por las reminiscencia le brotan coplas que se van tejiento en los recuerdos como rimas sueltas que van y vienen sin ningún orden, pero con mucho sentido.

Se ceba un mate y mirando la mañana quieta por la ventana le vienen las imágenes de ir caminando por ese sendero, camino de herradura, a ese paraíso ubicado a 6 horas a pie desde Nazareno. Detenerse en la apacheta y mirar la inmensidad de esos cerros de colores, en sus laderas florecen sonidos del viento y así van saliendo los octosílabos.

"Carnaval carnavalito 
carnavales de febrero
me has devuelto el poncho, 
pero te falta el sombrero".

"Al menos 15 días días antes mi mamá comenzaba a preparar la chicha para que madure. El Carnaval era cosa de muchos preparativos y todo era expectativas porque cuando llegaba el Carnaval había que tener todo listo en la casa. Llegaban los vecinos, y también desde otras zonas como Vizcarra, Agua Chica, hasta de San Isidro; y teníamos que tener comida, chicha y coquita para agasajar a los festivaleros. Ya se sacaban las cajas, los erkes, se cantaba y se bailaba. Luego, a las horas, ya era tiempo de ir a otro vecino y así se trascendía el Carnaval, que era un tiempo de encuentro, de alegría y cofradía", recordó Balvina.

Lo que no dice la coplera es que su mamá Valentina destinaba 50 kilos de harina de maíz cosechado el año anterior a la chicha del Carnaval. También mandaba a sus hijos a buscar leña de achupaia, que es la mejor para que haya fuego permanente por 3 días y por 3 noches para que hiervan los arropes y las chullas. La preparación del Carnaval llevaba, entonces, mucho más tiempo.

"Mi mamá hacía el arrope en 8 ollas de 50 litros, con la hervida se achicaban a una olla. Por otro lado hacía la chulla dulce y la chulla simple. La simple se mezclaba con el arrope y con agua hervida con anís; eso le daba el aroma a la chicha. La chulla dulce es como un dulce de leche más liviano. Todo eso va a la chicha madurada que estaba en cántaros de 100 litros. Esos cántaros se asentaban luego en el rescoldo", recordó.

Cajas salamanqueras

La coplera recuerda a su papá Modesto y con suspiros nostalgiosos habla: "mi papá se iba a la cascada de un río a retobar las cajas. Él decía que el agua de las vertientes le daba mejor sonido a las cajas y que las hacía bramar porque debajo del agua estaba la Salamanca. Entonces dice que el mismo diablo le daba el sonido de la naturaleza. Entonces llevaba las maderas de cardón para hacer el aro y estiraba los cueros junto a los ollejos de las panzas de vaca. Entonces cantaba: Esta cajita que tengo/ sonará como sayar/ a los mejores cantores/ ella les hará callar", dice y se calla por un momento por la evocación.

"El sonido endemoniado del erke no podía faltar para bailar y animar la fiesta. Los muchachos trataban de preparar el mejor erke, con el mejor sonido. Además se hacían pechadas en la casa, que era cuando llegaba el jinete montado en su caballo, en su mula, saludaba al dueño de casa, y llegaba a entrar hasta el corredor que sería una habitación grande; esa también era toda una hazaña. Las banderas identificaban a las familias y cuando llegaban a las casas se encontraban con las banderas locales y al agitarlas hacían como sonidos de chasquidos muy bonitas y cuál hacía chasquear mejor las banderas era otra hazañas. Esas son las imágenes de mi infancia", declaró.

Colores bramantes

"Mis padres se iban a La Quiaca a comprar las banderas blancas. Ese flameo de banderas blancas está fijo en mis recuerdos de la infancia. Iban caminado con las mulas y volvían cargados de telas para las banderas, otra telas que se llama bramante para la ropa de colores y también traían cintas de colores. Cuando volvían todo era alegría y había que comenzar a trabajar para prepara los manteles que eran divertidos por los colores, muy diferentes a los del resto del día", explicó.

Tres días de fiesta

"Todos salíamos de visita a los vecinos que nos recibían con chicha en los mates; los porongos que usaban como vaso . Además se preparaban asado con habas, papas, choclos, quesos y de postres nos daban duraznos y manzanas", dijo Balvina.

Es que por estas fechas coinciden con los tiempos de abundancia en los cerros victoreños. Las papas del cerro están recien cosechadas y los choclos tienen justo sus 90 días desde que fueron sembrados. Los animales están en su peso justo para la carneada porque ya llovió y comieron lo suficiente. La Pachamama tiene su plenitud y los runas lo disfrutan con tres días de jolgorio.

 

"Sábado día la Virgen

víspera del Carnaval.

Domingo, lunes y martes,

el miércoles se ha de callar"

 

Para el Miércoles de Cenizas se callaban las cajas y volvía el silencio a los cerros de verticales abismos; el sonido del río y del viento volvían a tener su protagonismo. El cansancio y la tradición católica mandaban comenzar a volver a la rutina diaria y preparse para la Cuaresma. "Ya la gente salía y tiraban talco florido y con ceniza te hacían una cruz en la frente. Gritaban `ceni, ceni´, y poco a poco volvía se volvía a la normalidad. Había que volver al campo a ver cuántas vacas se llevó león o cuántas ovejas se robó el zorro. Muchas parejas se armaban y muchos guaguas venían luego", dijo a las carcajadas Balvina Ramos.

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