Como casi todo en la vida, el emprendedurismo tiene dos caras. Y para entender de qué se trata este fenómeno que crece a paso firme en ferias, redes sociales y rincones de cada barrio, hay que mirar las dos. Porque, seamos sinceros, si bien es cierto que emprender puede ser una puerta hacia el progreso personal y colectivo, también hay que decir que muchas veces nace de la pura necesidad.
Hoy las ferias están por todos lados. Y no es casual. Se convirtieron en la nueva postal de los fines de semana: toldos de colores, artesanías, ropa, panes caseros, cosmética natural, decoración, juguetes, comida, mucho mate y música. Una mezcla de creatividad, empuje y supervivencia. Porque detrás de cada puesto hay una historia, y gran parte empieza con una frase que se repite: “Me quedé sin trabajo”, “No me alcanza el sueldo”, “No consigo nada estable”.
En ese contexto, emprender dejó de ser una opción y pasó a ser una salida. Una salida urgente. Y eso no está mal: América Latina es, de hecho, la región más emprendedora del mundo. Un 33% de las mujeres y un 37% de los varones quiere emprender, y un 21% y 25% respectivamente ya están en eso, según el último informe del Global Entrepreneurship Monitor (GEM) 2023-2024. Pero ojo: también es una de las regiones con más informalidad y desigualdad.
Entonces, ¿es una buena noticia que haya tantos emprendedores? Sí, pero con matices. Por un lado, es positivo porque implica creatividad, autonomía, generación de ingresos, circulación de dinero a nivel local y reactivación comunitaria. Por otro lado, evidencia una falla más estructural, y es que no hay suficientes empleos formales, ni salarios que alcancen, ni políticas que acompañen.
Lo que sigue es clave: pasar de “vendo lo que sé hacer” a “construyo un negocio”. Esa transición, que muchas veces no ocurre, es la que marca la diferencia entre subsistir y proyectar. Es decir, entre tener un ingreso diario que ayuda a parar la olla y tener una estructura que genere crecimiento, empleo y estabilidad.
El emprendedurismo en las ferias es un primer paso. Pero no puede ser el único. Es necesario formar en gestión, en administración, en costos, en redes, en marca personal, en planificación. Y también facilitar herramientas concretas, como el acceso al crédito, asesoría legal, monotributo accesible, espacios de comercialización estables. Porque si no se convierte en una rueda que no avanza, en un esfuerzo enorme con poco margen de progreso.
Hoy muchas personas producen, venden, gestionan sus redes, cobran, entregan pedidos, arman ferias y llevan la casa adelante. Hacen todo. Pero si no logran dar el salto hacia una mentalidad más empresarial, corren el riesgo de agotarse sin crecer.
Por eso, hablar de emprendedurismo es hablar también de inclusión. De acompañamiento. De políticas públicas que no solo celebren a los “emprendedores que la luchan”, sino que realmente les den herramientas para escalar. Que esa feria no sea solo un parche, sino el inicio de algo más grande.
Porque emprender puede ser una oportunidad. Pero también es el síntoma de un país donde el empleo escasea y la desigualdad aprieta. Lo ideal sería que fuera ambas cosas a la vez: una salida posible y un camino sostenible. Pero para eso, además de la garra, hacen falta condiciones. Y sobre todo, una mentalidad de crecimiento. Pasar del “vendo para sobrevivir” al “pienso para crecer”.
Y en ese tránsito, todos tenemos algo que hacer, desde quien organiza una feria hasta el que compra, desde el Estado hasta el vecino. Porque apoyar a los emprendedores no es solo aplaudirlos, sino ayudarlos a pensar en grande. Aunque el primer paso haya sido por necesidad.