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10 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Un estatismo que amenaza destruir lo que anda bien

Domingo, 20 de febrero de 2022 01:54

El deterioro social y laboral del país, como muestran los indicadores de pobreza, indigencia y desempleo, es la consecuencia del problema más grande, y para el que ninguna fórmula dio resultado: una economía debilitada por falta de inversión y de seguridad jurídica, que se encierra y no logra salir de un espiral de inflación, déficit, emisión monetaria y endeudamiento.
La decadencia es pronunciada y son varias las fechas que se pueden tomar como comienzo de la caída. 
En los años posteriores a la Segunda Guerra mundial, el proyecto de industrialización para la sustitución de importaciones, que no estuvo acompañado de una estrategia internacional continua ni de un desarrollo tecnológico acorde, terminó en el shock inflacionario recordado como “el rodrigazo”. Desde entonces, la pobreza creció un 900% y la producción se primarizó progresivamente. Otra fecha importante la ofrece la caída del gobierno de la Alianza, la salida de la convertibilidad y el comienzo de la era kirchnerista. En dos décadas, todos los indicadores negativos se agravaron.
Hoy los resultados están a la vista. Los únicos que parecen no querer verlos son quienes tienen responsabilidades políticas.
El anuncio de un proyecto para crear una empresa nacional de alimentos es otro indicio más de la improvisación reinante. La idea no surge de los ministerios de la Producción, de Economía o de Agricultura: la propuso un referente de la Central de Trabajadores de la Economía Popular, Rafael Kleizer, que es director de Políticas Integradoras del Ministerio de Desarrollo Social.
No existe posibilidad de salir del abismo económico sin una conducción económica realista y con responsabilidad política. 
 Kleizer es de la idea de que hay que “ponerle freno a la avaricia de las empresas capitalistas que entienden al alimento como una mercancía y no como un derecho social”. 
Su proyecto tiene como objetivo reunir en la empresa a pequeños productores de alimentos de todo el país, asociar a todas las provincias, excepto la CABA, y hacerla funcionar como reguladora de los precios. “Es hora de organizar la producción y comercialización del mercado alimentario”, dijo. 
El Estado empresario es ineficiente. Lo demuestran el déficit descomunal de Aerolíneas Argentinas y las deficiencias de las empresas de servicios. Y tampoco sirve para poner tope a los precios: los combustibles de YPF se rigen por el mercado internacional. Es injustificable que un funcionario pretenda “organizar” a una de las pocas actividades realmente organizada en el país, que es la producción alimentaria. 
Kleizer no es el único. Desde el kirchnerismo abundan las quejas de que seamos “un país con tanta capacidad de producir alimentos”. Con políticas sensatas, constantes y desideologizadas, el país estaría produciendo y exportando el doble de los alimentos, lo cual sería un dinamizador de las economías de todo el territorio, dispondría de margen y confianza para la inversión tecnológica y de mayor ingreso de divisas. Además, podría ordenar su sistema tributario, sumergido en un caos que lo convierte en una de las principales causas de la inflación.
Kleizer, al igual que el intervencionista secretario de Comercio Roberto Feletti, deberían evaluar los resultados de la aventura económica encabezada por Néstor Kirchner e instrumentada por Guillermo Moreno, que adulteraron los datos del Indec para esconder la inflación, y lograron que la industria alimentaria argentina perdiera la mayor parte de sus mercados externos.
También deberían analizar el balance de la intervención del referente bolivariano Hugo Chávez en Petróleos de Venezuela SA (PdeVeSA): produjo la quiebra de la empresa y convirtió a Venezuela en el único estado petrolero fallido del mundo.
La empresa imaginada por el dirigente de CTEP parece un delirio impracticable. Pero la idea que la inspira es alimentada por una parte importante del oficialismo. Desconociendo las normas básicas de la Economía, desorganizando y desarmando lo poco que funciona, en el futuro de la Nación se dibuja una caída cada vez más profunda. 
 

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El deterioro social y laboral del país, como muestran los indicadores de pobreza, indigencia y desempleo, es la consecuencia del problema más grande, y para el que ninguna fórmula dio resultado: una economía debilitada por falta de inversión y de seguridad jurídica, que se encierra y no logra salir de un espiral de inflación, déficit, emisión monetaria y endeudamiento.
La decadencia es pronunciada y son varias las fechas que se pueden tomar como comienzo de la caída. 
En los años posteriores a la Segunda Guerra mundial, el proyecto de industrialización para la sustitución de importaciones, que no estuvo acompañado de una estrategia internacional continua ni de un desarrollo tecnológico acorde, terminó en el shock inflacionario recordado como “el rodrigazo”. Desde entonces, la pobreza creció un 900% y la producción se primarizó progresivamente. Otra fecha importante la ofrece la caída del gobierno de la Alianza, la salida de la convertibilidad y el comienzo de la era kirchnerista. En dos décadas, todos los indicadores negativos se agravaron.
Hoy los resultados están a la vista. Los únicos que parecen no querer verlos son quienes tienen responsabilidades políticas.
El anuncio de un proyecto para crear una empresa nacional de alimentos es otro indicio más de la improvisación reinante. La idea no surge de los ministerios de la Producción, de Economía o de Agricultura: la propuso un referente de la Central de Trabajadores de la Economía Popular, Rafael Kleizer, que es director de Políticas Integradoras del Ministerio de Desarrollo Social.
No existe posibilidad de salir del abismo económico sin una conducción económica realista y con responsabilidad política. 
 Kleizer es de la idea de que hay que “ponerle freno a la avaricia de las empresas capitalistas que entienden al alimento como una mercancía y no como un derecho social”. 
Su proyecto tiene como objetivo reunir en la empresa a pequeños productores de alimentos de todo el país, asociar a todas las provincias, excepto la CABA, y hacerla funcionar como reguladora de los precios. “Es hora de organizar la producción y comercialización del mercado alimentario”, dijo. 
El Estado empresario es ineficiente. Lo demuestran el déficit descomunal de Aerolíneas Argentinas y las deficiencias de las empresas de servicios. Y tampoco sirve para poner tope a los precios: los combustibles de YPF se rigen por el mercado internacional. Es injustificable que un funcionario pretenda “organizar” a una de las pocas actividades realmente organizada en el país, que es la producción alimentaria. 
Kleizer no es el único. Desde el kirchnerismo abundan las quejas de que seamos “un país con tanta capacidad de producir alimentos”. Con políticas sensatas, constantes y desideologizadas, el país estaría produciendo y exportando el doble de los alimentos, lo cual sería un dinamizador de las economías de todo el territorio, dispondría de margen y confianza para la inversión tecnológica y de mayor ingreso de divisas. Además, podría ordenar su sistema tributario, sumergido en un caos que lo convierte en una de las principales causas de la inflación.
Kleizer, al igual que el intervencionista secretario de Comercio Roberto Feletti, deberían evaluar los resultados de la aventura económica encabezada por Néstor Kirchner e instrumentada por Guillermo Moreno, que adulteraron los datos del Indec para esconder la inflación, y lograron que la industria alimentaria argentina perdiera la mayor parte de sus mercados externos.
También deberían analizar el balance de la intervención del referente bolivariano Hugo Chávez en Petróleos de Venezuela SA (PdeVeSA): produjo la quiebra de la empresa y convirtió a Venezuela en el único estado petrolero fallido del mundo.
La empresa imaginada por el dirigente de CTEP parece un delirio impracticable. Pero la idea que la inspira es alimentada por una parte importante del oficialismo. Desconociendo las normas básicas de la Economía, desorganizando y desarmando lo poco que funciona, en el futuro de la Nación se dibuja una caída cada vez más profunda. 
 

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