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"Sí", dijo la mujer cuando la jueza de Primera Instancia de Personas y Familia de Tartagal, Carmen Juliá, le preguntó si quería asumir la guarda con fines de adopción de una niña y un niño.
No vaciló. La audiencia fue distinta. La jueza explicó cada paso en un lenguaje claro y sencillo para que todos entendieran la trascendencia de lo que estaba ocurriendo.
El niño y la niña llegaron a la audiencia ansiosos. El fin de semana habían ido a la Virgen de la Peña y hubo muchos abrazos y la emoción propia de preparar sus cosas para el viaje.
Si esta etapa del proceso de guarda sale bien, en seis meses más comenzará la gestión para la adopción definitiva.
"Ella es buenita", dijo la niña. Y el niño agregó: "Me sentí cuidado". Los dos vivían en un hogar y cuando llegó la mujer a sus vidas con intenciones de ahijarlos, como se dice habitualmente en estos procesos, no les costó mucho comenzar a decirle "mamá".
Y cuando la jueza les preguntó contestaron que querían irse con quien había llegado a sus vidas como un ángel después de una convocatoria pública por la falta de postulantes con legajo en el Registro de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos.
Pero de eso no entienden los necesitados de abrazos y palabras suaves. La decisión firme de la mujer de colocarse en ese lugar aún conociendo su realidad, estuvo desde el primer día.
En el informe de las profesionales que acompañaron el proceso de vinculación se dijo que la mujer cuenta con los recursos afectivos y emocionales para darles a ambos el lugar de hijo e hija en su vida.
La niña y el niño estaban en estado de adoptabilidad desde el año pasado. Una palabra que encierra una necesidad afectiva profunda, un vacío que se hunde en la historia personal y que solo los abrazos y las ganas de formar una familia, pueden ayudar a llenar, a completar.
Ese mismo vacío que se tradujo en el dolorcito de panza que el niño sintió el día antes de conocer a esa mujer, a su nueva mamá. Esa sensación comenzó a desaparecer cuando fueron juntos a comprar pijamas para dormir, cuando jugaron a la pelota en la plaza. El miedo fue desapareciendo los días de vinculación.
Por eso, cuando se sentaron a la mesa colorida, al costado del estrado de la jueza, los dos niños ya no tenían miedo. Estaban ansiosos.
Esto es lo que se conoce habitualmente como el interés superior del niño. Esa comodidad que da el amor y la protección.
Fue lo que valoró la jueza después de escuchar todos los informes de los profesionales. Y cuando leyó la sentencia todos sonrieron. Y en la Ciudad Judicial de Tartagal, una niña y un niño comenzaron a escribir una hoja nueva en el todavía breve cuaderno de sus vidas.